Via restaurantis (sección gastrosensual): decimotercera estación
Decimotercera estación: El cuerpo de Mus descansa yerto sobre el piso.
Cual Cid valeroso, abandono el mundanal ruïdo por la vía lingüística (esto es, de presente me torno en pasado) pero no sin antes librar y vencer las últimas escaramuzas de esta batalla gastronómica. ¡Chúpate esa, Teresa!
Mi alma se despega de la piltrafa osteomuscular que la portaba y me estrecho contra las manos de Chichi. Como parece dejarse, aprovecho para hurgar por doquiera y darle besos del alma por todo lo pecaminoso. Pero nada, ni una mísera reacción, ni una humedad, ni una piel de gallina: nada. Esto de ser etéreo tiene sus inconvenientes: es todo fusión, adherencia, pero falta el tacto. Empiezo a extrañar unas manos con las que tocar a mi amada y a sospechar que la penetración que uno esperaba va a tener algún que otro problema logístico. Toda la vida discurriendo para mi coleto cómo atravesarla y ahora resulta que puedo hacerlo a mi antojo pero eso de "atravesar" adquiere un sentido inesperado y soso.
Mas hay platos que levantan el alma, una suerte de afrodisíacos anímicos cuya existencia se hace verbo cuando arriba un camarero gentil con un bombón caliente de calabaza entre complementos dulces y amargos.
Chichi tiene todas las cualidades de las mujeres y ninguno de los defectos de los hombres, lo cual es una suerte. Por ejemplo, es observadora y perspicaz, y al momento se da cuenta de que aquel pedazo tetraédrico de calabaza tiene, técnicamente, más enjundia culinaria que la que aparenta. A ver si no cómo se consigue que un dado de naranjosa cucurbitácea feliz se quede tierno y delicioso por dentro pero ligeramente rígido por fuera. Ella fue quien se lo planteó y yo desde mi tribuna pasiva la adoré en alma en ese instante y solo sentí que me dominaba el deseo de hundirme entre sus piernas para embeberme de su presteza mental. Esto me recuerda que los complementos eran cremas de boniato y café.
No se pregunten qué sucedía con mi cuerpo mientras ella comía la calabaza con su boca y yo con toda mi alma. ¿Por qué habría de importar mi cuerpo? Ya me sucedía de vivo, que no me comía ni un colín, y no ha de extrañar a nadie que tal situación trascienda mi propia existencia. Es más, tras la experiencia de este delicioso postre, me quedé deseando vivamente que me vuelvan a dar calabazas.
Escrito en un vuelo de Continental Airlines el día de san Fidel de Sigmaringa (presbítero y mártir) por la noche; publicado el día de santa Flavia Domitila (mártir) por la noche.
Mus
Cual Cid valeroso, abandono el mundanal ruïdo por la vía lingüística (esto es, de presente me torno en pasado) pero no sin antes librar y vencer las últimas escaramuzas de esta batalla gastronómica. ¡Chúpate esa, Teresa!
Mi alma se despega de la piltrafa osteomuscular que la portaba y me estrecho contra las manos de Chichi. Como parece dejarse, aprovecho para hurgar por doquiera y darle besos del alma por todo lo pecaminoso. Pero nada, ni una mísera reacción, ni una humedad, ni una piel de gallina: nada. Esto de ser etéreo tiene sus inconvenientes: es todo fusión, adherencia, pero falta el tacto. Empiezo a extrañar unas manos con las que tocar a mi amada y a sospechar que la penetración que uno esperaba va a tener algún que otro problema logístico. Toda la vida discurriendo para mi coleto cómo atravesarla y ahora resulta que puedo hacerlo a mi antojo pero eso de "atravesar" adquiere un sentido inesperado y soso.
Mas hay platos que levantan el alma, una suerte de afrodisíacos anímicos cuya existencia se hace verbo cuando arriba un camarero gentil con un bombón caliente de calabaza entre complementos dulces y amargos.
Chichi tiene todas las cualidades de las mujeres y ninguno de los defectos de los hombres, lo cual es una suerte. Por ejemplo, es observadora y perspicaz, y al momento se da cuenta de que aquel pedazo tetraédrico de calabaza tiene, técnicamente, más enjundia culinaria que la que aparenta. A ver si no cómo se consigue que un dado de naranjosa cucurbitácea feliz se quede tierno y delicioso por dentro pero ligeramente rígido por fuera. Ella fue quien se lo planteó y yo desde mi tribuna pasiva la adoré en alma en ese instante y solo sentí que me dominaba el deseo de hundirme entre sus piernas para embeberme de su presteza mental. Esto me recuerda que los complementos eran cremas de boniato y café.
No se pregunten qué sucedía con mi cuerpo mientras ella comía la calabaza con su boca y yo con toda mi alma. ¿Por qué habría de importar mi cuerpo? Ya me sucedía de vivo, que no me comía ni un colín, y no ha de extrañar a nadie que tal situación trascienda mi propia existencia. Es más, tras la experiencia de este delicioso postre, me quedé deseando vivamente que me vuelvan a dar calabazas.
Escrito en un vuelo de Continental Airlines el día de san Fidel de Sigmaringa (presbítero y mártir) por la noche; publicado el día de santa Flavia Domitila (mártir) por la noche.
Mus
1 Comments:
Jajaja, a ver quien menea ahora al muelto
;-)
Palabra de comprobación: "Chiton"
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