05 mayo 2009

Via restaurantis (sección gastrosensual): novena estación

Noveno misterio: Mus se sonroja por tercera vez
Chichi me asegura con un mohín que odia dormir sola y que ayer se desveló y pensó venir a mi cuarto. A mí se me cae el tenedor por el respingo que doy y aunque estoy seco como guindilla hilada y expuesta al solano en un patio manchego, tengo la impresión de sudar y sudar y sudar, y de tener la faz del tono bermejo que suele el asadillo.

Soy un puro deseo impuro que casi me sobrepasa cuando vienen de nuevo los chicos de Mugaritz con un lomo de lenguado bajo una salazón de hojas de achicoria y concentrado de sus espinas. Si la mancha de una mora, con otra mora se quita, y si un clavo saca a otro clavo, tengo la esperanza de que este concentrado de espinas me saque la púa pasional concentrada que me lacera el hipogastrio.

Me levantaría sin más y le plantaría un beso de época a Chichi, pero sé que también querría tocarle el cuerpo por todos lados, atacarla, abrazarla, rechupetearla y acogotarla y... en fin, que no es plan; así que me pongo con el lenguado, cuyo único delito (maguer grave y casi diríase de lesa humanidad) es que me lo acabo en tres bocados a pesar de cortarlo en pedacitos tan exiguos que en un santiamén matarían de depresión a Obélix.

Señores cocineros: el tamaño sí importa. Pero no se miren el pene sino la fe de su iglesia y conforme a estas palabras concédannos la paz de unas unidades más grandes. Amén.

Escrito en un vuelo de Continental Airlines el día de san Fidel de Sigmaringa (presbítero y mártir), por la noche; publicado el día de san Nancto (abad), por la noche.

Mus