07 mayo 2009

Via restaurantis (sección gastrosensual): duodécima estación

Duodécimo misterio (o decimosegundo): Mus muere en la mesa.
Chichi comprendió al punto la etiología de la licuefacción que había sufrido yo con lo anterior, y de hecho me comentó que ella misma había sentido una sensación húmeda incontenible; pero justo cuando estaba a punto de decirme en qué lugar de su excelsa anatomía había sentido esa humedad y así darme pie a ofrecer mis servicios pertinentes de plomería (también se dice fontanería y gasfitería, entre otros), el sempiterno camarero nos trajo el primer postre: unas hojas, frutos y flores.

Estos platos son para gente más acostumbrada a los deleites que yo, que apenas salgo de las gachas con torreznos y el pisto de pobre, pero nos dieron espacio para relajarnos tras el episodio del desparrame. Después, sin aviso previo ni anuncio alguno, se desencadenó la tragedia.

"Mus, te deseo con toda mi alma. No aguanto más; vámonos cuanto antes a follar" —me confesó Chichi. Y yo, obediente a mi sistema nervioso simpático, sentí cómo la descarga adrenalínica estenosaba mis arterias corporales hasta detener toda la sangre de todo el cuerpo y fallecí en ese instante.

Hay palabras que matan.

Escrito en un vuelo de Continental Airlines el día de san Fidel de Sigmaringa (presbítero y mártir), por la noche; publicado el día de santa Flavia Domitila (mártir) al mediodía.

Mus