Via restaurantis (sección gastrosensual): octava estación
Octavo misterio: Los camareros del restaurante lloran por Mus.
Aprovechando un receso, Chichi va al tocador. Las damas siempre van al tocador; acaso no reparan en que uno se ofrecería gratis para ser tocador. Y sujetador, también.
La veo alejarse, con ese suave contoneo, de tango, de tanga, de tengo (otra erección). Cielos, qué apuro, espero que nadie se haya percatado. Pero allá nadie va armado de microscopio y por tanto es imposible que hayan apreciado mi plenitud hemática genital.
Tan pronto vuelve Chichi con su bamboleo, esta vez alegremente pectoral, un adorable mesero nos pone, así sin anestesia ni nada, un escalope de foie gras de pato sahumado a la parrilla y guarnecido con semillas y hojas de mostaza. Meto un trozo del escalope en mi boca junto con algunas semillas y al punto tengo la impresión de estar derramándome. Ustedes no saben lo que es tener ese alimento en la boca y a Chichi en el corazón y en el hipotálamo.
Cuando vienen por el plato (impoluto lo dejo, claro está), el mesero se interesa y pregunta si todo está bien. Le respondo con tristeza que no, que no está todo bien: que se acabó enseguida. Hay platos que debieran ser como las mamadas: eternos. Este es uno de ellos. Al empleado se le aprecia una lágrima emocionada por mi confesión y a mí me surte otra de retaliación solidaria y de nostalgia por el fua que ya me abandonó, camino de mi cardias.
Escrito en un vuelo de Continental Airlines el día de san Fidel de Sigmaringa (presbítero y mártir), por la noche; publicado el día de san Nancto (abad), por la mañana.
Mus
Aprovechando un receso, Chichi va al tocador. Las damas siempre van al tocador; acaso no reparan en que uno se ofrecería gratis para ser tocador. Y sujetador, también.
La veo alejarse, con ese suave contoneo, de tango, de tanga, de tengo (otra erección). Cielos, qué apuro, espero que nadie se haya percatado. Pero allá nadie va armado de microscopio y por tanto es imposible que hayan apreciado mi plenitud hemática genital.
Tan pronto vuelve Chichi con su bamboleo, esta vez alegremente pectoral, un adorable mesero nos pone, así sin anestesia ni nada, un escalope de foie gras de pato sahumado a la parrilla y guarnecido con semillas y hojas de mostaza. Meto un trozo del escalope en mi boca junto con algunas semillas y al punto tengo la impresión de estar derramándome. Ustedes no saben lo que es tener ese alimento en la boca y a Chichi en el corazón y en el hipotálamo.
Cuando vienen por el plato (impoluto lo dejo, claro está), el mesero se interesa y pregunta si todo está bien. Le respondo con tristeza que no, que no está todo bien: que se acabó enseguida. Hay platos que debieran ser como las mamadas: eternos. Este es uno de ellos. Al empleado se le aprecia una lágrima emocionada por mi confesión y a mí me surte otra de retaliación solidaria y de nostalgia por el fua que ya me abandonó, camino de mi cardias.
Escrito en un vuelo de Continental Airlines el día de san Fidel de Sigmaringa (presbítero y mártir), por la noche; publicado el día de san Nancto (abad), por la mañana.
Mus
2 Comments:
Jesunsss...¿y todavia cabe comida???..7 platos o así he contado yo...
Te vas a engordar¡¡¡¡
jajaja
;-p
En estos lugares, Chulima, no se engorda jamás. Es más, te aligeran (el bolsillo, sobre todo).
Creo que se trata de una estrategia evolutiva: si te dejan engordar, no pasarías por la puerta y dejarías de ir, así que te mantienen en buen tipo. ;)
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