Los buenos tiempos (y los malos)
Arantza, una de las dos muchachas vitorianas con quienes pasé algunos ratos de conversación la semana pasada, me preguntó cómo se vive en soledad. Fue interesante que me hiciera esa pregunta, porque yo también me la hago a menudo.
Esto de internet ha cambiado mucho las circunstancias, así que creo que no puedo hablar de soledad fetén y más bien es una privación del contacto físico con amigos, amantes y familiares, pero bueno, la llamaremos soledad. Aunque ese contacto físico falte, hoy se tiende a estar siempre hablando con todas esas personas: mensajes de correo electrónico, programas de mensajería, conversaciones por internet, llamadas telefónicas de toda clase. Suelo decir que ahora hablo con mi padre más a menudo que cuando vivía en Madrid, a apenas ocho cuadras de su casa.
La soledad es un sentimiento muy subjetivo. Hay hartas personas que viven solas aunque estén rodeadas de multitudes propias y ajenas, mientras que otras no la sienten con agudeza. Yo diría que en general la llevo bien. A fe que no se podría esperar otra cosa de Mus, cuya madre se llama Soledad, pero le confesaba a Arantza que, contra lo que pudiera esperarse, el sentimiento es más fuerte en los momentos buenos que en los malos. La tristeza, la desesperanza, la nostalgia, incluso las resacas, se abordan con cierta facilidad gracias a las comunicaciones, y además en mi caso más que buscar contacto tiendo a aislarme como perro lastimado para lamerme las heridas del ánima y para no molestar al personal que me rodea. Pero ¿cómo se pueden compartir los buenos momentos? Es imposible. Uno desea que sus amigos estén cerca para ver ese colibrí, esa luz que emana de la playa blanca pintada de cocoteros, para escuchar la lluvia torrencial repiqueteando en el techo, para nadar en el agua tranquila a la búsqueda de tesoritos del mar.
Esta mañana me levanté con una resaca notable. Apenas pude hacer más que llamar a los del buceo para decir que no estaba en condiciones de salir al mar. Luego regresé estragado a mi cama y, aun con el malestar general, en mi duermevela no pude más que deleitarme de los truenos pavorosos que rodearon durante un buen rato mi casa recién estrenada, los relámpagos, el diluvio que se abatió sobre mí, y eché de menos un cuerpo cálido al que abrazarme para combatir la fuerza del meteoro a golpe de fluidos, gemidos y gritos de amor.
Adoro las tormentas y además me ponen a mil. Ya me pasó durante el huracán Wilma, que me tuvo tres días subiéndome por las paredes de deseo inextinguible. Pero aun adorándolas, ¿cómo puede uno de verdad compartirlas si no es de verdad, con presencia física? Contar una tormenta es una gilipollez.
Tengo, por pocos meses, una casa excepcional, en un lugar excepcional... y excepcionalmente a tomar por el culo de lejos, esa es la verdad; pero bueno, están invitados a pasarse por acá. De verdad. Además, ya he conseguido arreglar lo de los frijoles y no ha quedado nada mal, así que siempre tendrán algo rico para comer incluso si optan por alejarse de mi cuarto durante las tormentas...
En cayo Carenero, el día de san Joaquín y santa Ana (padres de la Virgen María), por la noche.
Mus
5 Comments:
De ahí viene el dicho de: "Tienes más peligro que encerrarte una tarde de tormenta con Mus".
Saludos granizados.
se te lee contento y feliz. enhorabuena por la casa.
¿Y cuándo dices que es la época de tormentas por allí?
¿La época de tormentas? Ahora mismo.
En fin, y como sea, espero que su nueva tierra sea de su agrado. El día que me vaya de visita por esos rumbos me encargaré de dejarle un par de barriles de petróleo para que los merque por aceite de oliva virgen extra.
No invites en vano, que igual me animo, y no creo que la compañía de una vieja conversadora te sirviera para aliviar tormentas...
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