El milagro de la Concepción: de menos a más
—Ave, María purísima.
—Sin pecado concebida.
—¡Concebida...! ¿Cómo lo sabía usted, padre? No importa: padre, vengo a confesar que he pecado de obra neológica y de palabra.
—Que... ¿¡de qué dice!?
—De obra neológica y de palabra, padre; ya sabe usted cómo es.
—Pues no, no lo sé, alma de Dios, no tengo ni puta idea. Es decir, perdón por el exabrupto, vale decir que no tengo la más remota idea.
—Padre, ¿cómo se llama su madre?
—¿Mi madre? Se llama Concepción, aunque le decimos Conchita.
—Pues eso, padre, que he pecado de obra neológica. Concha, su madre...
—Sí, Concha, mi madre, sí, pero explícate, hijo, que no te entiendo ni castaña y no te comprendo ni bellota; no discierno lo que te aqueja, no vislumbro cuál es el mal, no penetro en ningún lado, ni siquiera en tu problema, no capto la dimensión del escándalo pecador, no adivino tu cuita ni intuyo cuál pueda ser la ofensa.
—Cuanto verbo, padre, total para decir lo mismo. En fin, usted verá. Le explico, padre, pero le pido mil disculpas por adelantado, y quiero que sepa que estoy muy contrito y afligido por mi pecado, padre, porque yo sé que es usted un santo varón y nunca lo habría querido molestar, padre. Padre, otra vez y mil veces padre. Concha, su madre...
—¡Como no te expliques arderás en el infierno, pecador! Arrepiéntete... ¡pero primero explícate, coño!
—Como desee, padre, precisamente de eso quiero confesarme. Concha, su madre... Bueno, Concepción da Concetta a lo itálico, o sea, "concebida", y de Concetta sacaron ustedes los españoles Conchita. Anda, que menudo patinazo dieron. Digo yo que ya podían haber sacado Concepta y me habrían ahorrado el pecado que me trae aquí hoy a hincarme de hinojos ante el Señor.
—Sí, bueno, menudo rollo, de acuerdo, ¿y qué?
—Pues, padre, que Concha, su madre, viene de un diminutivo inexistente: Conchita procede de Concetta y no es el diminutivo de Concha; pero yo no lo sabía, padre, y así lo interpreté en mi pecaminoso y detestable pensamiento y por eso llamé Concha a su madre, lo que representa un terrible pecado, bien lo sé. ¡Con lo que yo la respeto, a su madre, padre! Y por eso, padre, me vengo a confesar, porque ya no puedo soportar por más tiempo esta culpa abrumadora de haber pecado de obra neológica y de palabra. ¡Y con su madre, padre!
—¿Cómo? ¿Qué es eso de que has pecado con mi madre, insensato? ¡Tiene 97 años!
—Con Concha, su madre, no, padre, solo con su nombre, con su buen nombre.
—Mira, no estoy para filologías ni etimologías ni para cáscaras, y menos aún para conchas, que para algo soy ministro de Dios y tengo el voto de castidad impoluto y mis aplicaciones de lacerantes cilicios me cuesta. Así que lárgate con viento fresco y rézate dos o tres de lo que quieras, que ego te absolvo a peccatis tuis y todo eso. ¡Hala, ahueca el ala!
—¿Sólo?
—No, si te parece rezas las oraciones acompañado, ¡no te jode! Hay que ver la cruz que me ha tocado contigo hoy, hijo.
—Perdone, padre, me refería a que si nada más me impone esa leve penitencia para tan serio pecado. ¿No cabría la posibilidad de aplicarme un correctivo más severo?
—Ah, perdona, que no te vi salir la tilde de la boca cuando me hablabas. A ver si me haces el favor de pronunciar más los diacríticos, que no hay quien se entere. Y sobre lo otro, ¿tú eres masoquista o qué? ¿No oíste ya lo del ego te absolvo?
—No, padre, no soy masoquista; yo soy porteño y lo más que hago es ir al analista dos veces al mes. ¿Es pecado eso como lo de Concha, su madre?
En la isla Colón, el día de Nuestra Señora del Carmen, por la noche.
Mus
5 Comments:
Está claro mus que las candelas de los infiernos no son suficiente castigo para tal confusión, pero te ha quedado un post tan chuli que me han entrado ganas de....
Hala, de hinojos a la pared.
;-p
Exactamente.
Pero si yo encuentro un cura así me lo follo a la primera, para que deje de presumir.
Y, al pecador, que le den, por tontorrón.
En una candela infernal deben de quedar chupschups las sardinas asadas.
Benjui, si te encuentras un cura así, la profilaxis manda no solo el condón de costumbre, sino que el pecador se quite el cilicio, no sea que en un empujoncito acabes tú también lastimada. :D
Alguna vez alguien dijo (un Merovingio, sin duda) que el mejor idioma para maldecir es el francés. Yo difiero. No hay como el español y sus múltiples dialectos para eso.
jejejejeejejeje
este relato es divino... jejej me ha encantado el pecadoooo!!!
besitos
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