28 julio 2008

La maldición del escribiente


De entre las cosas que tiene el escribir, tanto si es por placer como por dinero, hay una que me causa una irritación particular: leer al cabo del tiempo lo que se escribió y ver la de sandeces que uno puso, lo mal que se explicó, las erratas que se dejó, los signos de puntuación tan inexplicables que plantó y la poca claridad con la que representó el espíritu de lo tratado, lo que uno quería expresar en aquellos momentos... si es que consigue identificar lo que quería expresar siquiera. El papel inmisericorde nos estampa la falibilidad en el rostro. No hay apelación posible, no hay a quién endilgarle la culpa: aquello lo escribimos nosotros aunque ahora nos cueste reconocerlo. Si al menos pudiera decirse que aquello se escribió en tiempos de mozo o hace diez años... ¡o incluso dos años! Pero no, esta maldición ya lo persigue a uno a las pocas horas.

—Pues no lo leas, pendejo, que vaya gana de mortificarte tienes.
—Ojalá no tuviera que leerlo, Pepito, ojalá.
—Oye, ¿y no te sucede lo contrario, es decir que te regodeas con lo que escribiste?
—Pues a veces sí, Pepito, pero pocas, y además estoy hablando de maldiciones, no de bendiciones.
—Ah, bueno, pues sigue. ¡Rependejo!
—%#~@*+\&...

Lo más adorable de la tradición epistolar a la vieja usanza es que uno enviaba las cartas "del todo" y ya no había vuelta atrás salvo que se las devolviera la amante despechada (en las películas siempre llegan liadas con una cinta rosada) o uno tuviera alma de chupatintas y se quedara con copia para el archivo. De otro modo, no las volvía a ver en la vida. Una prueba de lo mal que resisten el tiempo los escritos a los ojos propios es la conocida experiencia de la carta por enviar: si uno no la franqueaba y la mandaba de inmediato, el riesgo de no hacerlo nunca crecía en forma exponencialmente proporcional a las horas de demora, y al final la misiva casi siempre acababa en la papelera o, si uno se ponía en plan dramático y tenía una a mano, en la candela. Un papel en combustión es una imagen de mucho impacto, tanto más si arde también un lacre o algo así que desprenda una lágrima carmesí efímera justo antes de incendiarse.

En cambio, con qué mimo se releían entonces y ahora las cartas de los demás. Son intemporales, perdurables, como si los afanes y las etapas de la vida no las afectaran lo más mínimo. Con lo que escriben los demás siempre se está a gusto, en paz y a salvo. Si además se trata de algo que nos han dirigido en persona (y no se trata de una invectiva, claro), el gozo alcanza dimensiones que rayan en lo privado. No comentaré más, por si hay niños.

En cayo Carenero, el día de santa Catalina Thomás (religiosa), por la noche.

Mus

2 Comments:

Blogger Rara Avis manifestó al respecto que...

Es verdad cuando escribimos algo y dejamos pasar el tiempo cuando lo retomamos nos preguntamos ¿en verdad escribi yo eso? y al momento te autocontestas: "pues claro boba"

besitos!!!

29/7/08 12:59 a.m.  
Blogger Benjuí manifestó al respecto que...

...Al punto que casi nunca escribo vuela pluma para publicar en el blog, porque he comprobado que una relectura al cabo de dos o tres días mejora el texto bastante.
O eso creo.

29/7/08 12:26 p.m.  

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