27 mayo 2007

¿Novedades? No, gracias.


Siempre que regreso a España me sumerjo en un océano de inactividad paroxística. No paro de moverme pero el resultado neto es nulo o despreciablemente positivo, porque apenas percibo que vivo.

Llego con ansias de devorar delicatesen, de libar caldos memorables, de volver a ver a mis amigos, de hacer con mis amigas lo que suelen los tiernos osos con las osas que a su frente se ponen en la soledad inmensa de la tundra (aunque no encuentro ni una osa que ose dejarse). También llego, como es natural, cargado de labor. Menos mal que hago lo que hago, porque si fuera labriego ya me veo cargando a todas horas con el cultivador y la azada.

Esto de sentarse a la computadora a escribir sobre lo humano y lo divino (téngase por divino al Monstruo Volador de Espaguetis, como es natural, que es la única divinidad reconocible y comprobada) choca con la actividad propia de quien suscribe, que es eminentemente internetaria. Se la pasa uno pegado a la tecla y, cuando llega la hora de contar algo, se entra en estado de flojera subcrónica severa (también llamada astenia laboral subaguda) y casi no dan ganas de hacer nada. Incluso creo que sobra, ese "casi".

A veces no es la patología perezósica la culpable, sino la abrumadora imposibilidad de describir con un mínimo de interés las maravillas de este mundo. ¿Cómo puede describirse la gracilidad del payasito que nos sonríe amable mientras toca la concertina con deliciosa armonía en un simple patio medieval segoviano? Un mago del encanto, un húngaro llamado Lénárt András, consiguió que yo no deseara más que vivir en ese mundo y hacerme amigo del payasito (y amante ocasional de la bailarina, que siempre me pareció lógico pensar qué pueda haber bajo un tutú).

Estuve en Titirimundi, un festival de titiriteros, saltimbanquis y cuentacuentos, y ya no podré hacer otra cosa en la vida más que recomendarle a todo el mundo que vaya a cosas así: ¡son maravillosos! Además, en Segovia se comen unos puerquitos suaves, delicados, con su punto lipídico singular, unos animalitos que mueven a la succión digital posprandial con harto entusiasmo. Agréguese una botella de vino decente y uno se siente en el paraíso (sin necesidad de matar a nadie, con la pequeña excepción del puerquito) y sin siquiera una hurí cerca, que ya se sabe lo coñazo que puede llegar a ser una doncella cuando se trata, precisamente de todo lo contrario (a la doncellez).

De Titirimundi pasé a la nada: un agujero negro, insondable y escuro, de ese tipo de agujeros zaínos que llenan la cuenta corriente de útil monetario, me abdujo temporalmente y ya pensaba que nada me permitiría escapar dél cuando el cielo se abatió sobre mi cabeza y la de otros miles de seres vivos habitantes de la llanura manchega y nos dejó una riada y medio metro de granizos del tamaño de huevos de codorniz en las calles. A veces se siente uno feliz de no ser liebre ni perdiz ni tintinillo, porque a cualquiera de estos animalitos campestres los hubiera matado sin duda un granizo como aquel.

Debió de ser además un meteoro abstemio y prohibicionista, porque lo cierto es que se llevó por delante todas y cada una de las hojillas verdes que mostraban las parras de mi pueblo, que de lucir lustrosas pámpanas pasaron a tener el aspecto de un viñedo de Mordor. Habrá que olvidarse de chatos de vino manchego (o, al menos, de mi pueblo) durante un par de años. Un desastre.

Para arreglar un poco la desazón, y dada la nula eficacia de las medidas tomadas para sacudirme la abstinencia que las damas me vienen imponiendo desde hace varios lustros, decidí visitar el casino de Torrelodones (ese que se cita en Diecinueve días y quinientas noches, de Sabina), y cuando menos puedo decir que se cumplió el dicho de afortunado en el juego, desafortunado en amores, o que se cumplió en su versión inversa. Hubiera preferido un rato de ayuntamiento pero, ya que no huelgo con hembra alguna, al menos me llevé doscientos euritos, tan ricamente, y encima me invitaron a cenar.

¿Alguien da más? Pues que me llame, por favor, que ya la estoy echando de menos.

En Madrid, el día de san Agustín de Canterbury (arzobispo), por la tarde.

Mus

1 Comments:

Blogger chuliMa manifestó al respecto que...

Mmmmm, puerquitos suaves, redondos y tiernitos, me ha dado tremendo "nosequé" al leer eso.

Me alegro que hayas dejado de recordar saltitos y te hayas dejado caer por aquí, que se te echaba de menos...juer.

Y no te preocupes por el vino, tu solo di donde hay que mandartelo y resuelto, ¿ya sabes en que gastarte los doscientos euritos???
Beshitos
;-)

28/5/07 5:25 a.m.  

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