23 septiembre 2009

Helmintópolis




Este es mi vehículo habitual en El Salvador.

Hoy le instalé el vacio que se observa en su parte trasera porque a las 4 de la tarde he quedado con un lugareño para que me dé unos kilos de caca de vaca: boñigas, plastas, truños, pupú, popó, mierda, zurullos.

No soy escarabajo pelotero; mi interés por el estiércol tiene su explicación. Hace unos meses vi que de mi jardín salían cantidades importantes de residuos consistentes en hojas, ramas, pasto, pencas de palmera y desechos similares. Determiné que sería entretenido convertirlos en algo útil y decidí aplicar las técnicas vermícolas de Caracol (a quien el Mondesvol tenga en su feculenta gloria) para conseguirlo. En resumidas cuentas, y dejando los cultismos aparte, me propuse criar lombrices en un apartadillo del jardín y alimentarlas con todos esos rastrojos.

Comencé a juntar los desperdicios y pronto me hice con un lindo rimero, pero me faltaba el ganado dispuesto a zampárselo. Conseguirlo no resultó tan sencillo. Renguito por un mal tropiezo mientras caminaba en chancletas con mi despiste característico, tuve que plantarme en una institución agropecuaria salvadoreña para hacerme con unas pocas lombrices californianas (E. foetida, que no son californianas). Por desgracia, mi montón de residuos es ya demasiado grande para lo escueto de mi cabaña gusanil. Aunque las lombrices son prolíficas, las apenas trescientas o cuatrocientas que me dieron tardarán algún tiempo en multiplicarse a niveles apreciables, tanto más cuanto que lo que yo les echo de comer acaso no sea su alimento óptimo.

En consecuencia, tras asesorarme debidamente he decidido fomentar su reproducción ofreciendo dos mil euros por cocón a cada pareja de lombrices que deseen dar el gran paso y aumentar la familia (cada lombriz pone un cocón con varios huevos en su interior). Como mi menguado peculio no me alcanza para tal subvención y de todos modos estos vermes no tienen nada que hacer gastándose pisto en un hotel balinés de lujo, he pergeñado un ingenioso sistema compensatorio. Consiste en que, como soy quien manda aquí, he asignado un valor de dos mil euros a cada cinco gramos de deyección vacuna, que entregaré a los progenitores confiando en que me cumplan y procreen. La que se pase de lista y se coma la mierda de subvención y luego no me procree, acabará colgando de algún anzuelo.

Como no tengo vaca a mano (ni siquiera unas ubrecillas de miel que llevarme al hocico), he buscado la cooperación de un vaquicultor de los alrededores. Evocando los aromas de hace unos meses, contemplé la posibilidad sencilla de salir a la carretera e ir recogiendo boñigas, pero esta otra solución es más práctica y además me permitirá obtener deyecciones de varios días de antiguedad, de más solera, que tengo entendido que tienen más aceptación entre las habitantes de mi explotación, consistente en un barril metálico usado y cortado longitudinalmente en dos mitades.

A la sazón tuve que discurrir un nombre para mi lombrirrancho. Después de sopesar varias opciones en español (Ciudad Lombriz), inglés (Worm City), latín (Civitas Vermium) y alemán (Regenwurmstadt) opté por, ya saben, lo clásico: el griego. Así que quedó bautizado como Helmintópolis.

Y en esta pesquisa escatológica es donde entra en escena mi vehículo, adaptado para la ocasión. Hoy, a las 4 de la tarde, saldré ilusionado en mi bici a la búsqueda de la caca que convierta Helmintópolis en un agradable cantón de lombrices dicharacheras, sonrientes, rumberas y, con suerte, amantes de la deglución de los residuos de mi jardín.

Ahora que todo encaja, me voy a tumbar un rato al sol. Compermiso.

En el municipio de Acajutla, el día de mi por desgracia patrona (santa Tecla), por la tarde.

Mus

22 septiembre 2009

Si no quieres vomitar, no entres

Por alusiones. Conste que yo no quería, que me incitaron.

Da País por imposible una letrilla con el churro
Sin acabar en el quince de mi
Via restaurantis
Pero hoy en recuerdo de
permezzos y avantis
Escribo despacio estos versos lejanos, de susurro.

Busco con qué deleitar a mi pan, a mi cuscurro
Sin el riesgo de morir cual macho de la mantis
Dejar a mi amadora febril sin sostén y sin pantis
Y tomarla en mis patas numerosas de changurro.

Dirán que vaya ripios, que si es que me aburro
Y tendrán razón quienes tal se quejen del verso
En descargo digo que hoy no tengo casi curro.

El otoño llega pronto, casi en él estoy inmerso
Como lleno de molinos quedó el campo baturro
Antes limpio, hoy quebrado, otrora llano y terso.


¡Sí se pudo!

Y para el día de muertos, quizá caiga una calaverita. ¡E' pa' lo' niños!

En el municipio de Acajutla, el día de san Mauricio y compañeros mártires, por la mañana.

Mus

15 septiembre 2009

De tú a tú



Con la excepción de los cadis, que con certeza usan el transporte público, apuesto a que soy el único aficionado al golf en El Salvador que se mueve de un lado para otro en autobús. En esas andaba hoy, en un bus (perdón, unidad de transporte), camino de mi hogar, después de una ardua jornada de golf, cuando un tipo se levantó de su asiento con una determinación extraña y metió mano a la bolsa que portaba. Yo di en pensar que ahí me iban a asaltar a mano armada, pero no. El individuo se limitó a sacar lo que parecía una Biblia y resultó ser una Biblia y comenzó a sermonearnos. Uf.

Nunca he oído un sermón tan tonto en toda mi vida. Ni siquiera sé si podría considerarse sermón. Era una simple enunciación de lugares comunes dizque exaltadores y de agradecimiento: "Dios los ama", "Gracias, Señor, por darnos la vida", etc., salpicados por lecturas aleatorias de algún versículo. San Lucas apareció varias veces, pero el carácter de sermonero becario en prácticas, aficionado o imperito de este hombre le impedía conocerse las citas y se limitaba a citar los capítulos, no los versículos, como suelen hacer (al menos en las pelis) los exegetas bibliares al uso. Además, daba pena al hablar, o al menos eso parecía intentar con su tono lastimero, gimoteante, el Calimero de la prédica. Qué asco da que te vendan la palabra de Dios con lagrimillas en lugar de fuerza, confianza, esperanza.

Como lo que decía me importaba un soberano bledo y me molestaba sobremanera que abusara soltando espiches interminables que nadie le había pedido, me limité a analizar algunos aspectos de su discurso. Lo primero que noté es que su Biblia era una traducción española o al menos estaba redactada con conjugación de "vosotros", "os", etc. Lo segundo, y más interesante, es que hablaba de Dios con el tratamiento de cortesía que cabría esperar, es decir, con el pronombre "usted" y sus conjugaciones.

Con Dios se produce una simpática familiaridad: es el tipo omnipotente, creador y todo lo imaginable, pero a cada rato se lo tutea. "Padre nuestro que estás en los cielos"; "Dios mío, ¡ayúdame!", y expresiones similares. Intenté recordar algún caso en que no hubiera visto tratar a Dios con esta familiaridad y no pude traer a la memoria ninguno.

Hoy no vi a Dios, pero vi por primera vez a alguien tratarlo con el respeto que entiendo que le correspondería en pura lógica. Poca gente se pondría ante el papa y lo tutearía, pero parece que con Dios la cosa es más inmediata, lo cual a su vez pone en cierta tela de juicio la necesidad de un ministerio terrenal encargado de los asuntos divinos; verbigracia, la Iglesia. Por otro lado, Dios es el Señor, pero un "señor" al que se trata de tú. ¡Olé!

En definitiva, el amigo era un pelma de campeonato, pero le saqué alguna reflexión a su perorata. ¡Aleluya!¡Hosana en el bus! No espero que él quisiera este tipo de reflexiones para su esfuerzo, pero como tampoco yo quería ese tipo de esfuerzo (en mi presencia), estamos a mano.

En San Salvador, el día en que me dejé el cargador de la computadora y tuve que ir de un lado para otro.

Mus

12 septiembre 2009

La virginidad es importante


El otro día cometí un crimen infantil: me comí a uno de los tres cerditos.

En descargo he de decir que no fue una puercofagia individual, sino que me acompañaban otras gentes. Cualquier pena que se me quiera imponer por este hecho debe en consecuencia ser dividida entre todos los implicados, que una cosa es comerse un lechón y otra cargar con el mochuelo.

Durante la cena, una turca empapada de tinto confesó con una mezcla de vergüenza, orgullo y efluvio etílico (mezcla habitual, pardiez) que ella había llegado virgen al matrimonio.

—¡Yo también me estoy reservando! —exclamé sonriente.
—Pues peor para vos, imbécil —me retrucó la gentil dama.
—Ah, bueno —alcancé a decir mientras cerraba la boca para el resto de la velada.

Me pregunto cuántas de las que llegaron vírgenes al tálamo recomendarían tal práctica a su prole femenil en la sociedad occidental actual; sobre todo cuántas de ellas la recomendarían con fines prácticos, no meramente religiosos o morales, por ejemplo por aquello de reforzar el vínculo y que el hombre no se escapara o considerara excesiva la vivacidad sensorial de la joven adoctrinanda.

Acaso por carecer de himen y porque la virginidad como tal es una entelequia entre los varones, siempre me ha parecido impenetrable este asunto (pido disculpas pero no pude evitar el juego de palabras). Entiendo que hacer algo por primera vez tiene cierto misterio y encanto, pero para estimular esas sensaciones, tanto en el hombre como en la mujer, no hace falta centrarse en algo tan idiota —y muy molesto a veces— como la remoción de un cacho de tejido de funcionalidad dudosa.

En la literatura que ronda mi encéfalo hay una bellísima descripción de los desfloramientos que se me antojan importantes, de los que de veras merecen la pena.
Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.
El himen no es importante. La virginidad sí lo es, pero no para conservarla sino justo para todo lo contrario: para gastarla en osadías impensables, como los primeros lechones asados, los primeros amontonamientos sobre la arena de una playa cálida, las primeras fragancias del magnolio, los primeros desvelos maternales, las primeras piñas de guineos que se cortan de un machetazo, los primeros galanes de noche que se abren ante nuestros ojos, las primeras cosechas de deyecciones de lombriz...

En esta búsqueda por hacer algo por primera vez no dependemos más que de nosotros. Bueno, no tanto, ahora que me doy cuenta. Por ejemplo, yo todavía ando buscando dos chicas para mi primer trío. A este paso se me pasará el arroz y tendré que montármelo con dos muñecas hinchables. Digamos pues que dependemos de nuestra disposición personal y de algo de suerte en el caso de desvirgamientos en equipo. Ni modo.

Soy virgen por definición, pero procuro irme moderando en ese necio y feo vicio. En cuanto al chanchito, estaba crujiente por fuera, tierno por dentro y delicioso en su conjunto aunque no fuera mi primera vez.

En el municipio de Acajutla, el día de san Guido (campesino) por la tarde.

Mus

04 septiembre 2009

Infectado e infeccioso


Ya no sé si lo que me causa más hastío es el espán y la chusquedad y estupidez que se gastan sus autores o es la conciencia de que en el mundo sobran incautos.

Cuando tenga oportunidad, agarraré una máquina prescindible y responderé a todos los correos que pueda para activar todas las infecciones cibernéticas posibles y alentar la salivación de los estafadores panterráqueos ante mi posible contribución a su crecimiento argéntico. Me sentiré realizado, creo.

Por lo pronto, mi buzón de correo está vacío, reluciente, nítido, prolijo, así que me voy al mar o al golf o a donde me salga del cipotillo; porque si hay algo que me tiene incluso más hasta los huevos que el propio espán es trabajar.

El trabajo no llena: aliena. Quienes disfrutan con su trabajo sufren el síndrome de Estocolmo y sus opiniones deben analizarse con la cautela pertinente aunque ellos mismos, con la falta de autocrítica habitual entre los psicóticos, consideren su estado como normal e incluso ideal.

En el municipio de Acajutla, el día de san Moisés (profeta) por la mañana.

Mus