11 mayo 2012

Viernes: el segundo beso

Los segundos labios que besé —oh, bendita misericordia que demostró la dama— estaban plantados en el lugar previsible del rostro tostado por los rigores del sol de una muchacha manchega a la cual llamaré Viernes en honor al día de nuestro encuentro labial.

Si el aburrimiento aún no se los llevó a otros lugares más concurridos y animados, quizá recuerden ustedes que a la primera mujer que me regaló sus labios le di un beso. Con disciplina y orden germánico, a Viernes le di dos.

Fue en la discoteca del pueblo. Ya saben que antaño estaba la zona de tragos, la zona de bailar, la zona de mironear y la zona de darse el lote indisimuladamente. Conocida la chica como era, quién sabe cómo se me ocurrió la idea de sugerirle que, copa en mano, subiéramos al gallinero citado. ¡Se supone que yo no tenía arrestos para hacer esas propuestas! Quizá estuviera desinhibido por el alcohol (en aquel entonces mi bebida era, ¡pásmense!, el anis con piña). Lo cierto e histórico es que allá fuimos.

Desconozco cómo besa ahora la gente, pero por aquella época uno se dedicaba con mucho ímpetu a la tarea y los labios parecían no querer despegarse nunca: lengüetazo va, lengüetazo viene; que si te arreo un mordisquito; que si ahora te intento tocar un seno; que por qué demoños no te avienes a la razón de mis dedos; que si ahora beso de piquito, que si... en fin, no quiero aburrirlos. Sin saberse muy bien cómo ni a resultas de qué, uno cesaba el contacto labial media hora después y alargaba con flema británica la mano hacia el trago, y no tenía la más mínima idea de qué palabras mascullar. Hoy sé que, en realidad, uno no sabía realmente qué hacía allá, aparte de dar rienda suelta a los instintos y alcanzar hitos del desarrollo sexual: besar, tocar, sentir, etc., y después contárselo a los amigos, naturalmente.

Como decía, hubo dos besos. Largos, pero dos.

La muchacha era la hija de un amigo íntimo de mi padre y, con la inconsciencia que aún hoy me caracteriza, no se me ocurrió idea más noble y loca que acompañarla a su casa, y a ella no se le ocurrió otra cosa que dejarse acompañar. Cuando llegamos allá rayando las once, su padre estaba sentado en un serijo, a la fresca, y enarcó las cejas visiblemente al vernos llegar tan amistosamente. Y yo, idiota hasta lo indecible, me despedí de la muchacha con un leve, pero apreciable, palmeteo en la nalga. En las narices de su hipermachista papá.

Cuando regresaba a casa notaba que por algún motivo me dolía mucho el carné de padre, y ni siquiera sabía por qué. Siempre estuve en la inopia, qué le vamos a hacer.

Al día siguiente, mi padre me llamó a capítulo y me espetó, terminante:

—Mus, haz el favor de dejar a la chica de Fulano en paz.
—¡Pero si no ha pasado nada, papá! —fue lo único que acerté a inventarme sobre la marcha.
—Bueno, pues eso: que la dejes en paz.

Y así terminó mi incipiente historia de besos con Viernes y mis esperanzas de proseguir la carrera hacia el éxito presexual y quién sabe si declaradamente rijoso.

Aún hoy recuerdo los sofas rojos de la discoteca y me pregunto qué habrá sido de aquella mujer. Su padre no era en absoluto un tipo fácil de tratar.

Hoy también es viernes, y pensé que podría dedicarle un recuerdo a ella desde la ciudad de Puebla, el día de san Ceferino Namuncurá (beato) por la noche.

Mus

1 Comments:

Anonymous Anónimo manifestó al respecto que...

Hoy es sábado, pero me siento Viernes. Y si hubiera sido tu Viernes te habría dado uno que echara por tierra tu disciplina y orden germánica.

Kiss

notevendolosojosporqueteparecemonjil.

12/5/12 10:36 a.m.  

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