Luna de hiel
A falta de romances personales, Mus vive las historias que le llegan en forma de canciones, escritos y películas. Ahora cae la noche frente al Pacífico y por alguna razón se acuerda de Muriel y evoca, y ya son incontables las veces, la escena de Hable con ella en la que un Darío Grandinetti de semblante moriturus le confiesa a Rosario Flores que el amor es la cosa más triste del mundo cuando se acaba.
A Mus le parece que es verdad e importa poco si el final llega por obra y gracia de una mitocondria estúpida que obstinada en su huelga nos mata al ser amado, o por mor de un hipocondrio desbocado por las caricias peritas de un tercero. O por cualquier otra cosa, qué coño, que formas de perder amores las hay, ay, que sí que las hay, de lo más variado.
Muriel es chica y menudita, pero tiene unas carnes fibrosas y flexibles que desprenden confianza, las típicas que transmiten a la semilla la noción tácita de "soy recia en mi menudez y puedes llenar mi vientre porque cuidaré bien de tu estirpe". Y así, con estos mensajes mudos, viene después lo que viene, que por cierto viene explicado en los libros de Biología de educación secundaria y no tiene caso repasar aquí. Baste decir que Muriel parió tres escuincles con el mismo frenesí que los concibió, y a fe que fue grande.
Ese es el problema: el frenesí dio paso a la calma chicha más intolerable que imaginar se pueda y, tras apenas ocho años de convivencia con el padre de sus hijos, el tedio con el que Muriel afronta los encuentros nocturnos con el otrora ansiado semental es inenarrable. La mano que alcanza sus nalgas apenas se apaga la luz le estraga el estómago, y la boca que hurga en su espalda es una ofensa babosa, preludio conocido y previsible de la mano que fuerza su cabeza hacia lo que entonces resultaba un príapo divino y hoy se yergue como insulto detestable. Para cuando las viscosidades que inundaban con deleite inconcebible sus piernas salpican torpe y rápidamente su boca y su cara, las arcadas llevan ya mucho tiempo instaladas en su mente y en su cuerpo, y no quedan números para los vómitos contenidos que se le acumulan en el alma desde hace tantas noches. Infinitas, parecen.
Mus admira a Muriel porque sigue ahí, aguantando mientras discurre una solución razonable a la pérdida del amor y a la fuga del deseo, cavilando como hacerlo volver, cómo darle carpetazo o qué pieza mover. Hogaño cada pieza se convirtió en tres más y eso es una carga notable e ineludible.
A Muriel se la escucha con la atención que se pone a la disertación de un maestro. Es lo único que cabe hacer y es lo que le cumple a Mus.
En el municipio de Acajutla, el día de san Voto (eremita) por la noche.
Mus
3 Comments:
Yo conozco dos Muriel... Muriel el viejo y Muriel de la fuente...
Joer, Odiseo, no se lo tome tan a la literal. En realidad, mi conocida se llama Petra, pero como Muriel me rimaba con hiel, pues le cambién el nombre. :D
¿Conoces muchas Petras?
Mus
Conozco una Petra, pétrea. Y luego está la Petra. Es ya mayor, sabe usted, de la edad de mi suegra. Creo que es de la misma edad que la pétrea. Joder con la pétrea aliteración...
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