Sueño húmedo
El que sin duda tendrían los manchegos, que recién pasaron las cabañuelas más agostados que un pajito volantón, si estuvieran acá.
Esta mañana no hubo despertamiento ornitógeno. Los cantos, trinos y gorjeos fueron sustituidos por una densa película hídrica que impedía ver más allá de cien metros y que venía acompañada de rayos y truenos. Así no hay quien duerma. Me desperté a las seis de la mañana con las primeras luces, trabajé y me volví a acostar a las diez, y de ahí hasta las dos, y de ahí despierto hasta ahora. Esto no es un ritmo circadiano, es el palo de un chupachús.
El mar, sin intervención de mareas, ha subido dos cuartas y ha perdido un quince por ciento de salinidad. Los pargos empiezan a parecer carpas japonesas. Incluso me ha parecido ver dos flores de loto a la deriva.
El pluviómetro se ha puesto en huelga y, en lugar de recoger lo que cae, se ha convertido en una fuente de la cual surte el agua con fuerza. Es hermoso tener una suerte de fuente de Trevi en el Caribe. Me faltan Anita y sus glorias torácicas nomás.
El dispositivo de captación de agua de lluvia, sin el cual aquí no habría modo de lavarse, hace muchas horas que llenó los aljibes y ahora el agua excedente sale escupida por una tobera que lanza el agua a cien metros de distancia con un ruido ensordecedor. Creo que no sería mala idea poner una miniturbina hidroeléctrica a la salida de la tobera: daría luz a una ciudad pequeña.
Ya no hay veredas, banquetas o aceras. Todo es una lámina de agua chof chof. Hace un rato vino a visitarme un indígena y dejó su cayuco amarrado al recibidor. Quería lumbre para fumarse un cigarro.
—¿Y esto sucede muy seguido?
—...
—Ah, comprendo, comprendo. Usted disculpe.
Los cocos han engordado tres pulgadas y ahora en lugar de cocos (aquí les dicen pipas) parecen balones de playa. Agarré uno que había caído y al darle el machetazo reventó y tengo metralla de copra por todo el cuerpo. Nada grave, por fortuna. "También es que a quién se le ocurre", me reconviene el vecino.
En la bahía han aparecido unos delfines. No paran de silbarme entre salto y cabriola. Creo que quieren que los deje pasar, dicen que están calados hasta los huesos. Paso. Los delfines son unos ruidosos y dejan todo hecho un desastre por donde van. Que se mojen otro poquito, a ver si se lustran.
Hace unos minutos, justo cuando me disponía a hablar de todo este desconcierto, ha pasado un tucán con un chubasquero puesto, para preguntarme con su educada voz si podía mirar la previsión del tiempo en internet. Decía que su señora estaba preocupada porque le faltan apenas veinte pulgadas para que el agua les llegue al nido y le está dando la tabarra con que si no deberían pensar en una casa más alta. Tal como está el euríbor, al Sr. Tucán lo mata el prospecto de tener que mudarse y meterse en otra hipoteca. Le doy malas noticias: el temporal no amainará hasta dentro de varias semanas. Se marcha muy apesadumbrado, con el chubasquero bajo el ala. En fin, a ver qué le dicen en el banco, que esa es otra.
Esto que cae llenaría en un par de horas el acuífero 23 y aún quedaría para llenarles las pinches cuencas del Júcar y el Segura a los levantinos por los próximos treinta o mil años. Y con una diezmillonésima parte de lo que cae, a la laguna de Gallocanta habría que pasar a llamarla Patocanta.
Y yo aquí, languideciendo por que no estás tú para que hagamos las cochinadas. La lluvia no se reparte a gusto de todos; las humedades tampoco.
En cayo Carenero, el primer día del diluvio, por la tarde.
Mus
2 Comments:
Eso es una tormenta y no otras...
Y a ver cuando espabilas y te metes en el inventario antes de las tormentas dos glorias torácicas, nomás.
Que si luego va para semanas, luego que si nos sale el codo de tenista...
Un abrazo.
Es verdad nunca llueve a gusto de todos... pero en fin... las cosas así son...
Besitos guapo!!!
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