La versión del amor
Hoy estaba comprando un semipollo feliz y mi adquisición se vio acompañada por los compases sabrosones de esta versión de Tómame o déjame.
No encontré versiones visuales menos empalagosas que tuvieran una calidad decente, pido disculpas (aunque ¡qué bonito es el amor!), pero hay que ver lo bien que suena ese "to-o-mame" inicial y lo aburrido que hace que parezca el original de Mocedades.
El amor es diferente en América Latina, y algo me dice que la pujanza de muchos latinos y sus culturas, tanto en los Estados Unidos como en Europa, tiene mucho que ver con esa concepción tan peculiar y arrebatada del amor. La gente, toda, lo que de veras desearía es sentir pasiones, celos y venganzas, cuernos carnales y no intelectuales, almibaramientos; y si para ello tienen que venir con cierta acaramelación exagerada, pues sea. Bienvenidos los mariachis cabe un balcón, las salsas sudorosas, las cumbias agarraditas, los escotes de vértigo y los pantalones marcapaquete: lo que haga falta.
Antes lo veía con cierto escepticismo, pero ahora me limito a verlo con envidia. En España no se ama así ni de coña. A ver si nos lo enseñan aprovechando que vinieron tantos.
En la costa del Pacífico americano, el día de san Amós (profeta), a mediodía.
Mus
P. D. Tengo yo una anécdota con este santo. Un compañerito mío de clase, del siglo pasado, cuyo difunto papá era marroquí, tenía por gracia "Mohamed". Al cura que nos daba la inevitable clase de religión no parecía convencerle eso de que tuviera tan islámico nombre, así que dio en rebautizarlo, a su mero antojo, "Amós", diciendo que así se había llamado un santo: "Amós Mohamed". Aquello, que ya en su día me pareció raro, hoy me atrevo a calificarlo de gilipollez supina, como las emitidas por la dama vallisoletana y doña Marta, comentadas no hace mucho.