09 enero 2008

Tirarle de la oreja a Jorge


Hay algunas actividades que se me hacen interesantes incluso no siendo yo propenso o aficionado a ellas. Por ejemplo, me fascina la gente que se deleita yendo de compras, muchas veces sin siquiera querer comprar nada en realidad, siendo que yo odio ir a comprar cosas que ni sé si me gustan, ni si me gustarán ni si las usaré. Quizá esa incomprensión es lo que me atrae de la compulsión por el chopin que tiene tanta gente, o la afición de algunos hombres a ir a probar coches a los concesionarios aunque luego no quieran comprarlos, o la paralela de mujeres que van a probarse traje de noche tras traje de noche, y visón tras visón, sin tener intención alguna de compra. ¿A poco no es fascinante eso?

A mí me pasa algo parecido con el juego. Me gusta jugar de vez en cuando —no creo que llegue a una vez al año, frecuencia que resulta sana dado el peligro que tiene soltar billetes al azar del azar— y estos días en Panamá he aprovechado la inmediatez de los casinos para tirarle de la oreja a Jorge, expresión chistosa que significa jugar a los naipes y que yo aprendí con el sentido específico de jugarse el dinero a los naipes, no nada más ir de boquilla.

Le he sacado 130 dólares a los casinos panameños, así que me voy tan feliz y habiendo dejado a Jorge con las orejas escociditas. Es poco en estos tiempos de depreciación, pero jugando de a poco al black jack tampoco se pueden hacer milagros. Ayer puse 40 dólares sobre la mesa y los estuve jugando casi tres horas, hasta que ya me cansé y empecé a jugármelos a más ritmo —y los perdí a igual ritmo, claro—. Luego pasé a la ruleta y quiso la suerte que acertara dos caballos y un estupendo 32 y caballos que me permitió salir tan campante del casino con mis cinco billetitos de un Jackson bello y hermoso con su cabellera ondulada de yupi decimonónico.

En los casinos se ven tipos humanos curiosos. Están los chinos (no los distingo, así que téngase la expresión como “cualquier persona con ojos rasgados”), que son una calamidad y vuelven locos a los crupieres con sus incidencias, como tocar las posturas, mover las cartas, pensar y repensar, etc. Están los tipos que agonizan con las malas jugadas de los demás y que se dedican a recalcular lo que habría pasado si fulano no hubiera pedido (o lo hubiera hecho), como si eso importara un carajo: el que juega mal al black jack pierde, seguro, y los casinos bien que se aprovechan, pero no influyen ni para bien ni para mal en la suerte del vecino. Unas veces te favorece la metedura de pata y otras te beneficia, y tan panchos.

Luego están las damas, que comprobé que en Panamá se gastan unos escotes de vértigo y unos push ups, o quizá fueran tetas postizas (que asimismo se ven muchas, a pares, tan empingorotadas ellas), igual de vertiginosos. También tenemos a los impasibles, gentes que parecen atacadas por la acinesia del Parkinson y no mueven ni una ceja así ganen fortunas o las pierdan; de estos me ha tocado en la vida ver algunos ejemplos, y son de quedarse a cuadros al ver su flema. Me sorprenden porque en mi concepción el juego debe ser eso: un juego, para divertirse, pero supongo que su procesión irá por dentro. En las antípodas emocionales tenemos, ¿cómo no?, a los gritones. En Las Vegas llega a ser horrible, con esos aullidos gringos, pero los chinos antedichos también pueden ser muy ruidosos. En los casinos europeos se grita poco o más bien nada, es todo como más sobrio, y se habla poco con los crupieres; en América, sin embargo, parece todo más convivial, más relajado. Como muestra, ayer entré yo con huaraches (recién comprados en el mall de Albrook, que casi me pierdo de lo enorme que es) y pantalones cortos, y no sé si en Europa me habrían permitido la entrada así, pero creo que no.

Lo que sí creo que puede decirse de los jugadores es que son como los pescadores, los cazadores o los hombres en general: una bola de mentirosos, o al menos de semiveritarios. No hay pescador que no exagere el tamaño del pez que sacó, ni cazador que no blasone de los dobletes de pájaros perdiz que hizo o el tiro a cuatrocientos metros que le metió al venado en todo el codillo, ni hombres que no se coman una y se cuenten veinte (permítaseme la generalización, que ya sé que de todos hay excepciones, y muchas, pero ya me entienden...). Al jugador de casino le pasa igual: siempre cuenta lo que ganó y con qué jugadas lo hizo, pero los fracasos, ¡ah!, esos ni mentallos.

Pero eso son los otros, porque yo sí gané 130 pavos ayer, eh... ¡Yo sí!

En el vuelo 410 de Copa Airlines, a unos 38000 pies sobre Nicaragua, el día de san Eulogio de Córdoba (presbítero y mártir), al mediodía; publicado en San Salvador por la tarde.

Mus

3 Comments:

Blogger chuliMa manifestó al respecto que...

Querido Mus:

Leido su texto, me planteo pequeña incognita, concerniente a nuestras compras futuras, y es que si a ti no te gusta esa tarea, estamos apañaos, ya que a mi me salen ronchones cada vez que entro en centro comercial. Con lo cual no se como carajo compraremos la ropa interior barata para ti(total pa, y sexy para mi.(¿?)

¿Te ha gustado Panama? Espero que no, que está mu lejos y las setas deben de estar shushurrias
;-)
Beso

11/1/08 5:25 a.m.  
Anonymous Anónimo manifestó al respecto que...

> Con lo cual no se como carajo compraremos la ropa interior barata para ti(total pa, y sexy para mi.(¿?)

Pos mira, mi amol: mandaremos a un propio y nosotros nos quedaremos en casita haciendo uso del matrimoño en sucesivas ocasiones. Lo habremos robado (el matrimoño), claro, que esas cosas es mejor piratearlas que no poseerlas...

Panamá está fenomenal. Siempre hace calor y se puede estar desnudo casi todo el tiempo, y hay unos tipos y tipas guapísimos y guapísimas, y se come bien por 5 euros.

11/1/08 7:29 a.m.  
Blogger chuliMa manifestó al respecto que...

juer criatura, siempre pensando en estar en pelotas, ayss no se por que me preocupo de tus cucos
;-p

beshitoss

11/1/08 12:38 p.m.  

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