In memoriam
Hoy murió Fernando. Lo encontraron los viandantes muerto en la calle, al lado del hospital al que acaso se dirigía y al que no llegó más que a que alguien pudiera llamar a decirnos lo que había.
Yo no lo conocía mucho porque su llegada a la vida de mi hermana, su compañera de tardes, paseos, devociones, arrumacos infantiles y enfermedad mental se produjo cuando yo andaba de vago por el mundo, pero en las ocasiones que lo vi y lo traté, como invitado a estos espectáculos vociferantes que caracterizan nuestras cenas familiares, pude ver que Fernando no era más que lo que aparentaba: un pedazo de pan, una persona buena cuyo único deseo era acompañar solícito a mi hermana en sus desvaríos y agradecer a su vez la presencia de mi hermana en los suyos propios, dos almas gemelas para los delirios y las alucinaciones que atormentan a los psicóticos de todo el mundo.
Aún no hemos tenido el valor de decírselo a mi hermana. Era su único amigo, joder, ¿cómo podemos decirle que no, que cuando le dijeron en la clínica que regresara a casa era por prudencia, por no decirle que su único amigo no había ingresado enfermo, sino cadáver, y estaba ahí, a unos metros, yerto y solo?
Ahora buscamos a su familia y ni siquiera la encontramos porque anda semidesaparecida como la de tantos otros enfermos mentales que no saben o no pueden hacerse cargo de sus hijos, de sus hermanos, de aquellos con quienes alguna vez rieron y lloraron para compartir esta vida que tan dura resulta algunos días.
Lo más duro del mundo no es perder la salud, ni siquiera la vida: es perder la cabeza.
En Madrid, el día de la muerte de Fernando, anocheciendo.
Mus
Yo no lo conocía mucho porque su llegada a la vida de mi hermana, su compañera de tardes, paseos, devociones, arrumacos infantiles y enfermedad mental se produjo cuando yo andaba de vago por el mundo, pero en las ocasiones que lo vi y lo traté, como invitado a estos espectáculos vociferantes que caracterizan nuestras cenas familiares, pude ver que Fernando no era más que lo que aparentaba: un pedazo de pan, una persona buena cuyo único deseo era acompañar solícito a mi hermana en sus desvaríos y agradecer a su vez la presencia de mi hermana en los suyos propios, dos almas gemelas para los delirios y las alucinaciones que atormentan a los psicóticos de todo el mundo.
Aún no hemos tenido el valor de decírselo a mi hermana. Era su único amigo, joder, ¿cómo podemos decirle que no, que cuando le dijeron en la clínica que regresara a casa era por prudencia, por no decirle que su único amigo no había ingresado enfermo, sino cadáver, y estaba ahí, a unos metros, yerto y solo?
Ahora buscamos a su familia y ni siquiera la encontramos porque anda semidesaparecida como la de tantos otros enfermos mentales que no saben o no pueden hacerse cargo de sus hijos, de sus hermanos, de aquellos con quienes alguna vez rieron y lloraron para compartir esta vida que tan dura resulta algunos días.
Lo más duro del mundo no es perder la salud, ni siquiera la vida: es perder la cabeza.
En Madrid, el día de la muerte de Fernando, anocheciendo.
Mus
3 Comments:
Vaya, lo siento por el chaval y por tu hermana.
La vida ésta jodia, que se empeña en quitar a la gente que más se necesita.
un beso shiquillo.
Gracias, bella. :)
Mis condolencias, Mus. Yo también viví la enfermedad mental de alguien cercano. y sé que tienes razón en tu frase final (y en las otras).
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