San Pancho
Notas de viaje:
Llego al aeropuerto de Puerto Vallarta y los taxistas de rigor me asaltan con ofertas de transportación —ofertas que de todos modos son todas la misma, no hay competencia por tratarse de zona federal—. Paso de ellos, no me suelen gustar los taxis de los aeropuertos y los evito siempre que puedo. Cruzo la calle y me encuentro con México: el encargado de un sitio de taxis me pregunta (cómo no) si deseo taxi. Le pregunto cuánto a San Pancho y me dice que 600 pesos. Le rebato que es mucho y me dice que 500 pesos, y que menos es imposible porque ese es el precio marcado en sus tarifas. No sé si se da cuenta o no, pero medio minuto antes me ofrecía llevarme por 100 pesos más que la tarifa establecida...
Paso por un alquiler de autos y me enamoro de un vochito convertido en convertible. Los vochitos (el Volkswagen Sedán que en España conocemos como “escarabajo”) eran omnipresentes en México, pero la fábrica dejó de producirlos hace unos pocos años y pronto no serán más que una reliquia, así que decido conducir un vochito por primera y acaso última vez. Es un trasto indigno que hace todo tipo de ruidos y cuyo freno recuerda al rocamóvil de los Picapiedra, pero tiene su encanto y el motor da un sonido peculiar, amigable.
Mi hotel está en una vialidad llamada Avenida del Tercer Mundo. Por si no era suficiente, está casi esquina con la calle de America Latina. No sé a ustedes, pero a mí eso de darle a alguien como referencia “vivo en Tercer Mundo con América Latina” se me antoja medio chistoso.
Encuentro una vaina de algún árbol de la familia de las leguminosas. Imagínense una vaina de algarrobo pero de como medio metro de largo y se imaginarán el porte del asunto.
Una patrulla de Tránsito me obliga a apartar el auto con la excusa de que me había saltado un semáforo. Naturalmente buscan su lanita, pero me hago el longuis y terminan por dejarme ir sin más, no sin recibir mis felicitaciones navideñas. Me acojoné un poco porque había olvidado meter la copia del contrato de alquiler y pensé que podría haber problemas, pero nada.
Me como un pez estupendo (una sierra) a la brasa. Aquí le dicen “pescado sarandeado”, acaso por querer decir “zarandeado”. El pez, estupendo; el sarandeado, pichí pichá. Es como un axiote medio insulso. Para un mejunje así, mejor me lo habría comido tal cual o al mojo de ajo, pero no me apuro: pienso comer pez todos los días, así que ya tendré chance de mejorar estos detallitos culinarios. Ojo al dato: 60 pesos, que vienen a ser unos 4 euros. ¡¡Un pez de medio kilo largo por 4 euros!!
Como yaka por primera vez, y no sé si la estoy escribiendo bien porque mi única referencia es un cartel cuyas deficiencias generales me abstengo de comentar. La yaka, que yo había confundido con una guanábana cuando la vi colgando de su árbol (¿el yako, el yakero, el árbol de la yaka, el yaki?), está rica cuando me la dan a probar. Sabe algo como la piña, pero sin acidez en absoluto y más frutal, como con más ésteres. El único problema es que las yakas que me ofrecen son inmensas, y a ver cómo me embolso yo un fruto que puede pesar fácilmente 7 kilos. Decido pasar. Una fruta menos por probar.
Como caña de azúcar por primera vez. Ya había tenido cienes de oportunidades, pero nunca me había decidido, quién sabe por qué. La caña de azúcar se chupa hasta sacarle todo el jugo, como el paloduz de mi infancia. Me esperaba un jarabe, pero no llega a tanto, claro. Está rica, me recuerda en cierto modo la leche materna. Otra fruta menos por probar.
Mi conexión a internet es un asco, aunque he de decir que es gratis porque me la dejan usar los del restaurante de al lado del alojamiento. Mientras chateaba con España, la pinche mugrienta conexión (o la puta conexión de los cojones, según la ubicación) desaparece sin dejar rastro. Tendré que seguir mañana con la plática, porque han pasado dos horas y la conexión sigue MIA.
Estoy feliz. No hace tanto calor como yo quisiera, pero estoy contento de volver a estar medio en cueros todo el día.
Publicado en San Francisco, el día la Natividad del Señor, a mediodía; redactado la noche anterior.
1 Comments:
Mmmm..caña de azucar. Yo mi acuerdo cuando era zagalilla (ya ya..buff).Mi pare nos metia a todos en un 4 latas que tenia, evidentemente sin asientos traseros.
Mi aguelilla que era la esperta en cortar cañas iba sentada en el asiento de alante y mi mare, mis hermanos, algún primo que se colocaba, la merienda, los balones, y la rueda de repuesto pegabamos botes y más botes en la parte de atrás.
Mmmm..cuando llegabamos (siempre con un par de cardenales extras) mi aguela se hacia la capitana y empezaba a mandurrear a mi pare..Corta por aqui, esa no, esa si...y después venia lo mejor..chupar las cañas hasta que te resbalaban los shorreones por los codos y se quedaban los palitos secos.
Mi mare nos dejaba medio en cueros para que no nos ensuciaramos mucho.
A la vuelta, nos acompañaban un monton de cañas que despues repartiamos los niños, comiditos de mierda por dentro, pero con la ropita muy reque te limpia...
Así que no me ha costado ningún trabajo imaginarlo a usted medio en pelotas y shupando cañas
Niñaa, no te enrolles tanto...¿no tienes tu blog ennn??
jaja..
Besos dulces
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