23 septiembre 2007

La educación en la mesa y el uso del lenguaje: relación si la hubiera



Ayer disfruté una cena parisina en un sitio llamado Brasserie Flo que está en París. De ahí mi aseveración de que se trataba de una cena parisina. Me gustó el nombre de la calle del restaurante. A los que hablan francés mal les dicen que hablan como une vache espagnole (o sea, una vaca española), y el nombre de la calle, traducido literalmente desde la perspectiva de mi francés hispanobovino, creo que era algo así como "patio de las cuadritas". Al menos tratábase de un patio recoleto y agradable, y no le faltaba el bar de turcos con aspecto decadente y hombres dale que te pego al dominó.

No vayan nunca a ese restaurante si desean comer a precio decente y a velocidad razonable. Nos tuvieron tres horas interminables y al ver los precios creí que nos incluirían una mamada de postre o algo por el estilo, porque eran estratosféricos para el tipo de lugar y, según constaté después, para la calidad de la comida. Yo, que soy más primario que un metate, en la desazón y el dolor poplíteo que me causaba la espera eterna canturreaba para mi coleto los versitos de Góngora cantados por Paco Ibáñez:

Busque muy en hora buena
el príncipe mil cuidados
como píldoras dorados,
que yo en mi pobre mesilla
quiero más una morcilla
que en el asador reviente
y ríase la gente.

Pero no hay que desviarse aunque la tentación sea fuerte. El caso es que hubo dos, ¡no, tres!, detalles que me llamaron la atención. El primero surgió porque teníamos sentados a mi diestra a una pareja de japoneses que se estaban manducando tremenda fuente de mariscos: langostinos, cigalas, ostras, almejas de varias clases, medio buey de mar y medio bogavante, además de una especie de caracoles marinos que en España no los hay y que acá llaman bulots, muy ricos a mi parecer. El caso es que cuando ya les pareció que se habían llenado el buche lo suficiente casi se ponen a zurear para celebrar su saciedad, pero no sin dejarse en la charola infinita al menos media docena de ostras y varios otros elementos comestibles. Bueno, pues una de mis compañeras de mesa, una damita (por su exiguo tamaño) de unos ochenta años, vio que el camarero procedía a llevarse la fuente y exclamó "mais non, c'est dommage !" y la respuesta del nipón y su pareja fue inmediata: nos ofrecieron que nos comiéramos lo que ellos dejaban. El camarero por supuesto dijo que no había el menor problema, y allá que nos lanzamos a comer ostras, almejas y sobras varias, lo que además nos vino al pelo porque ya se tardaban con nuestros propios primeros platos y largo iba siendo nuestro desmayo. Yo nunca había hecho algo así en un restaurante, pero tampoco me dio la menor pena. Chipén.

El segundo elemento de mi interés volvió, cómo no, a protagonizarlo la referida dama. La señora tenía un saque comparable al de McEnroe en sus mejores tiempos. Cuando le trajeron su onglet du boeuf (un cacho de carne, nada obsceno, no vayan a creer) se fue hacia él con presteza lumínica y lo atacó con las armas habituales que proporcionan los restaurantes: un tenedor y un cuchillo de carne. Aunque la pieza de marras solo tenía carne y no parecía especialmente dura, la dama estimó que aquel cuchillo no le daba las prestaciones necesarias y, ni corta ni perezosa, sacó de su bolsa una navajita plateá, la abrió y prosiguió su ataque. Olé la dama, con su sirla por la vida. Me recordó a mi abuela, que jamás se separaba de su navajilla de cachas de cuerno de venado y que jamás usó los cuchillos domésticos, sino su propio útil. Ya no quedan abuelas de esas.

Nada de esto tiene nada que ver con el uso del lenguaje, así que parece estúpido mi título. Probablemente lo es de todos modos, pero es que resulta que, mirando con disimulo a los de la mesa de al lado (los japoneses ya se habían marchado y habíanla ocupado un par de franchutes que parecían padre maduro e hijo adolescente) comprobé una vez más que a la hora de comer, todas las reglas que nos enseñaron en nuestras casas son un poco estúpidas como tales. El adolescente citado agarraba el tenedor de una forma peculiar que a mí me habría costado una reconvención por parte de mis progenitores. Ello, como es natural, no le impedía al mozuelo comer en absoluto, y su rendimiento ingeridor parecía tan bueno como cualquier otro.

En México comencé a observar que mucha gente troceaba los pedazos de carne y luego dejaba el cuchillo y comía los trocitos que había preparado. A mí me enseñaron que eso era de mala educación y que debía partirse el trozo, metérselo en la boca, masticarlo y luego destazar otro trocito y así. En Francia parece que la norma es semejante a la mexicana y también veo a muchas personas picando el filete antes de comenzar a comer. Otras veces me asombré al ver a los gringos blandiendo, literalmente, el cuchillo, el tenedor o ambos. Mucha gente allá agarra esos cubiertos como si fuera a clavárselos a una víctima. Allá es de lo más normal, a pesar de lo cual solemos creernos con derecho a criticarlo de algún modo.

En definitiva, las reglas de etiqueta en la mesa son de las reglas más estúpidas que uno se puede imaginar, en el sentido de que elegir unas u otras carece de sentido. No se es más elegante o menos por agarrar un cubierto de una manera u otra, y la eficiencia es la misma, así que parece que es nuestro afán por reglamentar, por decir lo que está bien y lo que está mal, lo que genera esas reglas. Vamos, que lo importante socialmente es la existencia de la regla, no tanto su sensatez o carácter práctico.

Bueno, pues es lo mismo en el lenguaje. Por ejemplo, ¿por qué en unos lenguajes se apañan con un solo signo de exclamación o interrogación y nosotros ponemos dos? ¿Por qué los gringos ponen dos espacios después de punto seguido y nosotros nomás uno?

Decía Groucho Marx que hay mil formas de desollar un gato. Es seguro que al gato no ha de gustarle la posibilidad, pero eso no viene al caso. El caso es que a veces nos encontramos con gente que cree de veras que su opción lingüística es "la mejor" en lugar de simplemente "una más". A veces no son los demás, sino que somos nosotros los que tal sostenemos. En asuntos de lengua hay bastante gente que cree que lo suyo es "lo mejor". Puede que sí y puede que no, pero conviene siempre no perder de vista que, en realidad, hay mil formas de desollar un gato. O de decir las cosas y escribirlas.

En Colombes, el día de mi patrona natural (santa Tecla), por la noche.

Mus

1 Comments:

Blogger chuliMa manifestó al respecto que...

mmm..la señora de las navajas sabria como desollarlo....

¿Tas dao cuenta que tu lengua bovina estuvo chupeteando las sobras de los japos?
Tanto fijarte en como comia el zagal pero ¿te diste cuenta como llevaban ellos las uñas?

sip, ya lo se...¿a quien se le ocurre fijarse en esas cosas?

Beshitossssssssssss...ah, por cierto, mi lengua es mejor que la suya, of course ¡¡¡¡

24/9/07 6:09 a.m.  

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