Batallas y berberechos
Ayer tuve la fortuna de presenciar uno de esos espectáculos de la naturaleza con los cuales se alimenta mi nihilismo: un mar entero desapareció ante mí, dejando ante la vista simples charcos y millones de berberechos.
Visitaba Le Crotoy, un pequeño pueblo (galicismo por pueblito o pueblecito) ubicado en la desembocadura del río Somme. Había oído yo algo sobre el Somme y su batalla famosa, pero no conseguía recordar si aquel desastre había sido en la primera o en la segunda guerra mundial. Leo hoy en la wikipedia que fue en la primera.
La primera guerra mundial fue una auténtica escabechina. Los sistemas de guerrear apenas habían variado en los últimos cinco siglos, a pesar de que ya se tenían cañones de verdad y fusiles que atinaban (no como antes, que eran un albur), aparte de las ametralladoras. Seguía confiándose en la masa ingente de guerreros/soldados como elemento militar primario. Eso también lo vemos en las pelis de la revolución mexicana. Como puede uno imaginarse, si eres de un bando y tienes una ametralladora y te vienen quinientos soldados desde 1 kilómetro, todos medio juntitos, pues antes de que se te acerquen a trescientos metros ya te los has ventilado a todos desde tu confortable nido (de ametralladora).
Así funcionaban aún las cosas en la primera gran guerra, y el resultado es que las mortandades eran inconmensurables. A modo de comparación, el otro día leía yo sobre la batalla de Iwo Jima, calificada como la más sangrienta de la guerra del Pacífico, donde murieron en un mes unos diez mil soldados estadounidenses. Bueno, pues en la del Somme, el primer día nada más, palmaron más de veinte mil británicos, y en la batalla completa murieron en total un millón de soldados. Olé.
Toda aquella masacre sucedió en el valle del Somme, hace ya casi cien años. Hoy va uno allí y ve a todas esas vacas charolesas y esos caballos recios pastando en prados interminables, y resulta difícil pensar en cuántos esqueletos quedarán a dos cuartas (por debajo) de la hierba.
La desembocadura del Somme es una bahía interminable y plana. Lo que ayer tuve oportunidad de ver es su marea baja, que deja al descubierto una distancia de unos diez kilómetros desde el borde de la pleamar. ¡Diez kilómetros de marea! El resultado es que uno está en la playa y no se ve el mar a simple vista, tan solo una vasta llanura llena de gente haciendo cosas de lo más diverso. La mayoría marisquean por entretenerse y llenan de berberechos sus cubitos, pero no falta quien vuela su papalote o quien avanza sentado en un triciclo del cual jala un papalote empujado por el viento. Tampoco es raro ver jinetes paseando en sus ponis o jamelgos, como si tal cosa. Es estupendo esto de poder darse un paseo bípedo o cuadrúpedo por el mar, sin barco alguno. :)
Lo de los berberechos es para no creérselo. Uno mete el pie (o pezuña, dependiendo de la versión animal que le sea propia) cinco centímetros en el fango, en cualquier sitio de esa llanura interminable, y salen decenas de berberechos --la mayoría de pequeño tamaño--. A cada paso, se advierten los crich-crach de los pobres animalitos que crujen con nuestro avance. Toda esa biomasa sin fin alimenta una población igualmente infinita de gaviotas, correlimos y avecillas de toda clase y condición, que hacen de la bahía del Somme una zona de gran interés ornitorrinco, digo, lógico.
Solo dos cosas, aparte de su historia desgraciada, suman puntos a la cuota de tristeza de Le Crotoy: los barcos varados en el fango que deja la marea baja y el precio de los mariscos en las pescaderías. Respecto a lo primero, es de lo más desangelado ver un barco, aunque sea pequeño, reposar sobre su quilla en lugar de flotar sobre ella. En cuanto a lo segundo, es terrible que a pie de barca sea más caro un lenguado que en París. Algo no funciona bien --o funciona demasiado bien, acaso--, pero el caso es que no compré nada.
Ni falta que hacía, porque el día anterior, en el mercado de Colombes, me averigüé dos docenas de ostras del número 1 (las más grandes) a 6,80 euros la docena. Vamos, que no compré la caja entera por miedo a que me miraran raro. Dejé a Le Crotoy en el ostracismo comercial más absoluto y me dediqué a las ostras de otros lares. ¡Olé, las ostras! Si son malas para la salud, me temo que me afectará, porque las ingiero de desayuno, comida y cena, como si me hubiera poseído un demoño ostrífago. Eso sí, a veces alterno y como almejas, que también las hay rebuenas, o mejillones, que no les van a la zaga. El caso es darle con ímpetu al ostreido o al bivalvo. Vive la France !
En Colombes, el día de san Nicolás de Tolentino (confesor), por la mañana.
Mus
Visitaba Le Crotoy, un pequeño pueblo (galicismo por pueblito o pueblecito) ubicado en la desembocadura del río Somme. Había oído yo algo sobre el Somme y su batalla famosa, pero no conseguía recordar si aquel desastre había sido en la primera o en la segunda guerra mundial. Leo hoy en la wikipedia que fue en la primera.
La primera guerra mundial fue una auténtica escabechina. Los sistemas de guerrear apenas habían variado en los últimos cinco siglos, a pesar de que ya se tenían cañones de verdad y fusiles que atinaban (no como antes, que eran un albur), aparte de las ametralladoras. Seguía confiándose en la masa ingente de guerreros/soldados como elemento militar primario. Eso también lo vemos en las pelis de la revolución mexicana. Como puede uno imaginarse, si eres de un bando y tienes una ametralladora y te vienen quinientos soldados desde 1 kilómetro, todos medio juntitos, pues antes de que se te acerquen a trescientos metros ya te los has ventilado a todos desde tu confortable nido (de ametralladora).
Así funcionaban aún las cosas en la primera gran guerra, y el resultado es que las mortandades eran inconmensurables. A modo de comparación, el otro día leía yo sobre la batalla de Iwo Jima, calificada como la más sangrienta de la guerra del Pacífico, donde murieron en un mes unos diez mil soldados estadounidenses. Bueno, pues en la del Somme, el primer día nada más, palmaron más de veinte mil británicos, y en la batalla completa murieron en total un millón de soldados. Olé.
Toda aquella masacre sucedió en el valle del Somme, hace ya casi cien años. Hoy va uno allí y ve a todas esas vacas charolesas y esos caballos recios pastando en prados interminables, y resulta difícil pensar en cuántos esqueletos quedarán a dos cuartas (por debajo) de la hierba.
La desembocadura del Somme es una bahía interminable y plana. Lo que ayer tuve oportunidad de ver es su marea baja, que deja al descubierto una distancia de unos diez kilómetros desde el borde de la pleamar. ¡Diez kilómetros de marea! El resultado es que uno está en la playa y no se ve el mar a simple vista, tan solo una vasta llanura llena de gente haciendo cosas de lo más diverso. La mayoría marisquean por entretenerse y llenan de berberechos sus cubitos, pero no falta quien vuela su papalote o quien avanza sentado en un triciclo del cual jala un papalote empujado por el viento. Tampoco es raro ver jinetes paseando en sus ponis o jamelgos, como si tal cosa. Es estupendo esto de poder darse un paseo bípedo o cuadrúpedo por el mar, sin barco alguno. :)
Lo de los berberechos es para no creérselo. Uno mete el pie (o pezuña, dependiendo de la versión animal que le sea propia) cinco centímetros en el fango, en cualquier sitio de esa llanura interminable, y salen decenas de berberechos --la mayoría de pequeño tamaño--. A cada paso, se advierten los crich-crach de los pobres animalitos que crujen con nuestro avance. Toda esa biomasa sin fin alimenta una población igualmente infinita de gaviotas, correlimos y avecillas de toda clase y condición, que hacen de la bahía del Somme una zona de gran interés ornitorrinco, digo, lógico.
Solo dos cosas, aparte de su historia desgraciada, suman puntos a la cuota de tristeza de Le Crotoy: los barcos varados en el fango que deja la marea baja y el precio de los mariscos en las pescaderías. Respecto a lo primero, es de lo más desangelado ver un barco, aunque sea pequeño, reposar sobre su quilla en lugar de flotar sobre ella. En cuanto a lo segundo, es terrible que a pie de barca sea más caro un lenguado que en París. Algo no funciona bien --o funciona demasiado bien, acaso--, pero el caso es que no compré nada.
Ni falta que hacía, porque el día anterior, en el mercado de Colombes, me averigüé dos docenas de ostras del número 1 (las más grandes) a 6,80 euros la docena. Vamos, que no compré la caja entera por miedo a que me miraran raro. Dejé a Le Crotoy en el ostracismo comercial más absoluto y me dediqué a las ostras de otros lares. ¡Olé, las ostras! Si son malas para la salud, me temo que me afectará, porque las ingiero de desayuno, comida y cena, como si me hubiera poseído un demoño ostrífago. Eso sí, a veces alterno y como almejas, que también las hay rebuenas, o mejillones, que no les van a la zaga. El caso es darle con ímpetu al ostreido o al bivalvo. Vive la France !
En Colombes, el día de san Nicolás de Tolentino (confesor), por la mañana.
Mus
7 Comments:
"El caso es darle con ímpetu al ostreido o al bivalvo"
ays
Sí, lo sé: es que soy un comedor compulsivo. :(
¿seguro?
;-)
Fijo...
Pues te voy a dec� la conclusi�n que saco de tu post: que los berberechos del Somme se alimentan de cad�veres de soldaditos ingleses que yacen, como quien no quiere la cosa, a dos palmos.
Adem�s, hay mucho berberecho y muy gordo...raro, raro, te lo dice uno que sabe de moluscos.
En fin, que pa decin-nos et-to no habia que largar tanto...estuve a punto de largarme en "La desembocadura del Somme es una bah�a interminable y" pero en fin, por respeto no lo hice y ya que estamos te dejo un comentario.
Son 30 euros.
uf mus...ta salio un anonimo a ti tambien...
je
Por lo menos es un anónimo divertido.
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