La pureza del idioma
Hoy he leído una extraña mezcla de perogrullada y verdad pseudoeclesial, al unísono. Según Antonio Muñoz Molina, «el enemigo del español no es el inglés, sino la pobreza».
Lo cierto es que la pobreza, la miseria más bien, es el enemigo de cualquier cosa que tenga que ver con el ser humano (y un idioma es algo muy humano), y de ahí lo de perogrullada, pero me pareció algo bien dicho. Amén.
Desde un tiempo a esta parte, me irrita un tanto la impresión prevalente de que debemos preocuparnos del inglés y de la influencia que éste tiene sobre el español. A fuer de sinceridad, también yo pensaba así hace algún tiempo, y aun hoy en día me chocan de vez en cuando los usos anglicados que se me antojan irrazonables. Menudo idiota estoy hecho, ¡como si yo fuera quién para juzgar lo que es razonable o no en el habla de las gentes!
El tiro de gracia ante este modo de pensar que hoy veo erróneo fue el siguiente párrafo, impreso en una Gramática de la RAE de 1920, con el que alguien de una lista de correo tuvo a bien regalarme:
Muchas veces se habla de extranjerismos innecesarios, pero pocos se molestan en analizar cosas como que los franceses, italianos o portugueses le dicen respectivamente huile, olio u óleo, todos ellos procedentes del latín oleum, a lo que en español tenemos la desfachatez de llamar aceite, del árabe azzayt. Y, dado que el cultivo del olivo no nos lo trajeron los árabes, ¿es que no teníamos palabra para denominar al aceite? Pues sí: olio, precisamente; lo cual no quita que, con más gazpacho que empacho, comenzáramos en la Edad Media a llamarlo tal como esas gentes nuevas e inteligentes que entraron por Tarifa lo hacían. Y no pasó ni media. Así que el concepto de palabra «necesaria» es un poco como el concepto de ropa necesaria. No hay ninguna pieza de ropa concreta cuya forma, color o textura sea necesaria por sí misma. Lo que hace falta es ropa, y punto. Las palabras son, en cierto modo, como las prendas de ropa: ninguna es mejor ni peor que las otras, de lo que se trata es de comunicarse. Naturalmente que hay ropas que nos parecen más o menos chulas, pero hay que tener miras un poco amplias y darse cuenta de lo subjetivo que es eso.
También resultan muy curiosas las acusaciones mutuas: los españoles entendemos que los mexicanos hablan con fuerte influencia gringa porque dicen cosas como checar (por comprobar, verificar), boleto redondo (por billete de ida y vuelta) y los mexicanos replican que si nos volvimos locos, que en sus señales de tráfico se lee bien claro ALTO en lugar de STOP y al márketing le dicen mercadotecnia. Este tipo de acusaciones se repite entre la práctica totalidad de las gentes de habla española: los puertorros se chotean de los cubanos, los peruanos a los argentinos, los venezolanos a los argentinos (y de Bush, jeje), y así ad infinitum.
Lo cierto es que todos hablamos un español bellísimo (bueno, hay acentos y acentos, pero es que lo de la musicalidad es otra historia), y todas esas idioteces de que si el mejor castellano se habla en Valladolid o en Colombia o en quién sabe dónde no son más que eso: idioteces. Lo que no puede esperar nadie es que en Ciudad Juárez, a un paso de El Ídem (Tejas) y con una interacción constante con gente que habla inglés, la gente no tenga una marcada influencia de ese idioma, por no hablar de quienes de plano viven en los Estados Unidos, ni tampoco esperar que nuestro idioma quede incólume tras el paso arrollador de la lengua dominante de nuestra época, es decir, el inglés.
Ojalá podamos olvidarnos del inglés, que no es nuestro problema, y centrarnos en la pobreza, que sí lo es, y aprender más sobre cómo hablamos todos. Eso estaría de pelos. Por cierto, que ojalá viene del árabe y significa si Dios quiere, y es una palabra muy peculiar. Los árabes eran unos fenómenos. En mi pueblo, como no sabemos estas cosas, caemos en una divertida redundancia y decimos «ojala y Dios quiera que...».
En la península de Yucatán, el día de san Braulio (obispo), por la noche.
Mus
Lo cierto es que la pobreza, la miseria más bien, es el enemigo de cualquier cosa que tenga que ver con el ser humano (y un idioma es algo muy humano), y de ahí lo de perogrullada, pero me pareció algo bien dicho. Amén.
Desde un tiempo a esta parte, me irrita un tanto la impresión prevalente de que debemos preocuparnos del inglés y de la influencia que éste tiene sobre el español. A fuer de sinceridad, también yo pensaba así hace algún tiempo, y aun hoy en día me chocan de vez en cuando los usos anglicados que se me antojan irrazonables. Menudo idiota estoy hecho, ¡como si yo fuera quién para juzgar lo que es razonable o no en el habla de las gentes!
El tiro de gracia ante este modo de pensar que hoy veo erróneo fue el siguiente párrafo, impreso en una Gramática de la RAE de 1920, con el que alguien de una lista de correo tuvo a bien regalarme:
«Pero nada afea y empobrece tanto nuestra lengua como la bárbara irrupción, cada vez más creciente, de galicismos que la atosiga. Avívase a impulsos de los que no conocen bien el propio ni el ajeno idioma, traducen a destajo y ven de molde en seguida y sin correctivo ninguno sus dislates. Por ignorancia, pues, y torpeza escriben y estampan muchos: acaparar, por monopolizar; accidentado, por quebrado, dicho de un terreno; afeccionado, por aficionado; aliage, por mezcla; aprovisionar, por abastecer, surtir, proveer; avalancha, por alud; banalidad, por vulgaridad; bisutería, por buhonería, joyería, orfebrería, platería, etc., segun los casos; confeccionar, por componer, hacer, etc.[...]»Dicho de otro modo, no aprendemos de nuestro pasado, acaso porque no lo conozcamos. ¿O es que no reconocemos ahí palabras que forman parte de lo que hoy llamaríamos un español de uso común, ajeno a cualquier atisbo de extranjería? Pues ya ven cómo irritaban al académico de turno. Igualito, igualito, podría sucederle a troca (por camioneta, truck), forma (por formulario/impreso, form) y centenares que nos están llegando, cómo no, del inglés. Dentro de cien años quizá estén o quizá no, pero a nadie le importará un carajo.
Muchas veces se habla de extranjerismos innecesarios, pero pocos se molestan en analizar cosas como que los franceses, italianos o portugueses le dicen respectivamente huile, olio u óleo, todos ellos procedentes del latín oleum, a lo que en español tenemos la desfachatez de llamar aceite, del árabe azzayt. Y, dado que el cultivo del olivo no nos lo trajeron los árabes, ¿es que no teníamos palabra para denominar al aceite? Pues sí: olio, precisamente; lo cual no quita que, con más gazpacho que empacho, comenzáramos en la Edad Media a llamarlo tal como esas gentes nuevas e inteligentes que entraron por Tarifa lo hacían. Y no pasó ni media. Así que el concepto de palabra «necesaria» es un poco como el concepto de ropa necesaria. No hay ninguna pieza de ropa concreta cuya forma, color o textura sea necesaria por sí misma. Lo que hace falta es ropa, y punto. Las palabras son, en cierto modo, como las prendas de ropa: ninguna es mejor ni peor que las otras, de lo que se trata es de comunicarse. Naturalmente que hay ropas que nos parecen más o menos chulas, pero hay que tener miras un poco amplias y darse cuenta de lo subjetivo que es eso.
También resultan muy curiosas las acusaciones mutuas: los españoles entendemos que los mexicanos hablan con fuerte influencia gringa porque dicen cosas como checar (por comprobar, verificar), boleto redondo (por billete de ida y vuelta) y los mexicanos replican que si nos volvimos locos, que en sus señales de tráfico se lee bien claro ALTO en lugar de STOP y al márketing le dicen mercadotecnia. Este tipo de acusaciones se repite entre la práctica totalidad de las gentes de habla española: los puertorros se chotean de los cubanos, los peruanos a los argentinos, los venezolanos a los argentinos (y de Bush, jeje), y así ad infinitum.
Lo cierto es que todos hablamos un español bellísimo (bueno, hay acentos y acentos, pero es que lo de la musicalidad es otra historia), y todas esas idioteces de que si el mejor castellano se habla en Valladolid o en Colombia o en quién sabe dónde no son más que eso: idioteces. Lo que no puede esperar nadie es que en Ciudad Juárez, a un paso de El Ídem (Tejas) y con una interacción constante con gente que habla inglés, la gente no tenga una marcada influencia de ese idioma, por no hablar de quienes de plano viven en los Estados Unidos, ni tampoco esperar que nuestro idioma quede incólume tras el paso arrollador de la lengua dominante de nuestra época, es decir, el inglés.
Ojalá podamos olvidarnos del inglés, que no es nuestro problema, y centrarnos en la pobreza, que sí lo es, y aprender más sobre cómo hablamos todos. Eso estaría de pelos. Por cierto, que ojalá viene del árabe y significa si Dios quiere, y es una palabra muy peculiar. Los árabes eran unos fenómenos. En mi pueblo, como no sabemos estas cosas, caemos en una divertida redundancia y decimos «ojala y Dios quiera que...».
En la península de Yucatán, el día de san Braulio (obispo), por la noche.
Mus
3 Comments:
Pero no es lo mismo decir "hasta mañana, si dios quiere" que decir "hasta mañana,ojalá"
Eso lo leio en alguna parte...creo
;-)
good morning pa ti darling
Hola, Corazón:
Hoy en clase de interpretación por acá, por tierras germanas, me enteré que si preguntas a una venezolana cuántos hijos tiene, te puede contestar sin empacho: dos varones y una hembra. En México sonaría bastante feo que a mi hija le dijera hembra y, dado el caso, se me hace raro que a los varones no les digan "machos". Sabe Dios qué tipo de ibéricos colonizaron Venezuela...
besitos
Sí, quizá suene fuerte eso de 'hembra', pero ¿cómo crees tú que suena en España que a las mujeres se las llame 'viejas'? ;) Y eso dudo que se lo enseñaran los ibéricos, ¿eh?
Por lo demás, es cierto que lo contrario de una hembra es un macho, y no un varón, pero no es menos cierto que lo contrario de poniente es el levante, y no el oriente. En México, las parejas levante/poniente y oriente/occidente se han mezclado y ustedes dicen oriente/poniente, ¿o no? Pues algo parecido hacen los venezolanos, entre otros, cuando obvian decir 'macho' como contraposición a 'hembra'.
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