25 mayo 2012

Aclaración cultural

Luego resulta que hay quien se cree que poner palabras desacostumbradas tiene relación con la cultura, con haber leído mucho o algo así.

¡No, hombre, no!

Es mucho más sencillo que eso. Tú quieres decir algo pero dártelas de sofisticado, ¿no? Pues agarras la palabra que quieres usar, la buscas en un diccionario de sinónimos y te salen un chorro de palabras que jamás usarías con el panadero pero que te hacen parecer un nóbel.

Quieres contarle a alguien que tal o cual circunstancia es un asco, una puta mierda, pero te choca parecer zafio; así que vas al diccionario de sinónimos y enseguida te pones en disposición de usar execrable, ominoso, vitando y lindezas por el estilo. Ay, pendejito, ¡que no habías pensado las cosas bien!

Después te olvidas de ellas y jamás vuelves a usarlas. ¿Para qué? Quizá ni siquiera te acuerdes de su significado. Al fin y al cabo, de lo que se trata es de coger, ¿no? Lo que tú en verdad anhelas es propiciar un ayuntamiento carnal con tal o con pascual, sueñas con la posibilidad de echarle un polvo a esa víctima inocente que pasea por tus pupilas, ¿no? Es normal, no hay problema; es lo que hace todo el mundo, tranquilo. ¡Pero entonces para qué te sirve acordarte del significado de las palabras!

Nada, olvídate de las palabras y reserva la lengua para otros usos más sensatos. Ahí sí no tendrás defensa y o la usas con arte o te vas al pasto sin remedio.

O regalas vibradores, que también es una opción. Con pilas, siempre con pilas.

En Puebla, el día de san Aldelmo (obispo) por la noche.

Mus

23 mayo 2012

Una religión diferente


Una amiga ha puesto un negocio funerario y anda la mujer a la búsqueda y captura de proveedores de ataúdes, cirios, candelabros y demás parafernalia. Hoy le vi una foto, tan contenta con un crucifijo para su útil negocio.

Y claro, pensé. Porque para eso tengo la neurona: para pensar. Aunque esté triste y sola en el espacio intracraneano. Pensar... y me salió esto.

Se me ocurrió que si en lugar de crucificar a Jesús de Nazaret lo hubieran electrocutado en una silla eléctrica, como al angelote negro ese de The Green Mile (no sé cómo la tradujeron al español) se iba a ver extrañísimo que la gente llevara una silla eléctrica colgando al cuello como amuleto protector o ver a un capellán al frente de una procesión, silla eléctrica en alto.

Naturalmente, no quiero pensar qué habría sido de Nikola Tesla o Alessandro Volta. Quizá los habrían tenido por apóstoles, aunque fueran un punto traidorzuelos, como el Judas ese (hasta el nombre da miedo, ¿verdad? Judas. Uf, ¡qué escalofríos me dan solo de escribirlo!), pero diría que más bien habrían sido unos apestados y habrían acabado fritos bajo el argumento de que quien a amperio mata, a amperio muere. O algo así.

La neurona siguió su peregrinar ocioso y me imaginé de todo: hogueras, horcas, fusiles, espadas y cuchillos, potros de tortura, granadas de mano... Todo ello en nuestros cuellos, nuestras casas, colgando de nuestros retrovisores (el de dentro del auto, no los de los lados, porque saldrían volando o repiquetearían contra el cristal y sería molesto), ¡sobre nuestros sarcófagos!

¿Tendríamos La Silla Eléctrica Roja atendiendo a los necesitados de todo el mundo? ¿La Soga Roja? ¿el Fusil Rojo? Uf... Ya, ya sé que la cruz de la Cruz Roja no procede de la cruz cristiana, pero es que me servía bien para mi pequeña reflexión. Licencia de bitacorista, llámenlo; o de imbécil, si gustan.

¿Y si lo hubieran dejado morir de hambre? Eso sería un problema. ¿Se veneraría a un salchichón? ¿A un cacho de pan? ¿A un lebrillo vacío? ¿Sería las anoréxicas santas o por el contrario lo serían los obesos? ¿Se pronunciaría una oración antes de las comidas en recuerdo de Jesús o sería más bien en recuerdo del propio acto de alimentarse?

Un lío tremendo, como puede verse. Al cabo llegué a la conclusión de que menos mal que lo habían crucificado, porque todo lo demás no resulta nada práctico e incluso desde el punto de vista del diseño es más conveniente un par de trazos perpendiculares como ese.

Eso sí: elegir la música de hoy no me costó ni dos segundos.

Tengo hambre. A ver si me voy a cenar, que me dio hambre este proceso mental que acabo de contarles.

En Puebla, el día de san Juan Bautista de Rossi (presbítero) por la noche.

Mus

20 mayo 2012

Relativismo lítico



Hoy intentaba conciliar el sueño y no podía porque me lo impedía la musiquilla de El rey, la famosa canción mexicana. Ya saben, "una piedra en el camino/me enseñó que mi destino" y tal. Cada cual tiene sus cosas, y yo tengo esta de no poder dormirme por una estupidez así.

De pronto, se me ocurrió que la piedra en el camino del cantante era, etimológicamente... un monolito. Fui al DRAE y dice que un monolito es un "monumento de piedra de una sola pieza". Es muy de agradecer que según ese diccionario el tamaño no importe, sino solo el carácter monumental. Esa humilde y vulgar piedra que nos sale al paso (y que me impide dormir) no es un monolito... pero basta agarrarla y ponerla en una glorieta o redondel, sobre una inscripción que diga cualquier cosa, y la habremos convertido en monolito. El ascenso de categoría es evidente.

Propondría que el próximo monolito de estos se dedicara a los insomnes que en el mundo han sido. O a los idiotas, que habemos muchos y nadie nunca nos reconoció la indudable importancia social que tenemos.

Mañana dedicaré parte del día a cabecear por no haber descansado bien, gracias en parte a las canciones, las piedras y esta cosa que escribo, pero espero que al menos me dé tiempo a cavilar sobre si una estatua (cualquier venus manca, por ejemplo) es también un monolito. Si llego a una decisión, la publicaré, que no quiero yo correr el riesgo de que nadie pierda el sueño por una incertidumbre de estas.

En Puebla, el día de san Austregisilo (obispo) por la noche, a punto de darle vuelta al calendario.

Mus

19 mayo 2012

Menudo panorama

Hoy, sin saber por qué, escribí esto:

Quieres ver tu patria
pero te quedas en ella
Quieres ver los campos
pero te quedas en tierra
Quieres ver la realidad
pero huyes de lo absurdo
Quieres conquistarme
pero te arrimas a mí
Quieres comer manís
pero ni miras las flores
Hija de puta.

Somos un desastre

¿Echamos un polvo?
Un rapidín, un par
de horas a lo sumo
Seis mamadas o mil
que tengo que ir
por incienso, divina,
y envolverte de
sahumerios y sudores
de gritos y frenesí.
Hija de puta.


Lo peor no es que no sepa por qué, sino que no sé qué significa y ni siquiera puedo echarle la culpa al incumplimiento terapéutico porque llevo quince años tomándome religiosamente las pastillas de lo mío.

Concluyo que escribir me está afectando la neurona. Ya no vibra con la misma intensidad y, a veces, mi cabeza parece emitir un humo cuyo aroma recuerda sospechosamente al de la mariguana.  ¿Será que mi neurona le da al cánabis y nunca me enteré? Quizá sea nomás que patina contra la zapata, cansada de su solitud intracraneana, del aburrimiento, del síndrome del hijo único. Siempre le di todo lo que quiso y ahora se enfurruña cuando no consigue lo que quiere.

Es la edad, neurona mía, no me lo tengas en cuenta, no te lo tomes a mal. Ya no puedo darte todo como antes.

Oh, triste sino el de quien ha de lidiar con su neurona singular porque esta llega a los caprichos de la adolescencia siendo él ya viejo. Oh.

En la ciudad de Puebla, el día de san Adolfo de Arras (obispo), al mediodía.

Mus

P. D. Si no se entiende nada, ni modo. ¡Yo más no puedo hacer!

11 mayo 2012

Viernes: el segundo beso

Los segundos labios que besé —oh, bendita misericordia que demostró la dama— estaban plantados en el lugar previsible del rostro tostado por los rigores del sol de una muchacha manchega a la cual llamaré Viernes en honor al día de nuestro encuentro labial.

Si el aburrimiento aún no se los llevó a otros lugares más concurridos y animados, quizá recuerden ustedes que a la primera mujer que me regaló sus labios le di un beso. Con disciplina y orden germánico, a Viernes le di dos.

Fue en la discoteca del pueblo. Ya saben que antaño estaba la zona de tragos, la zona de bailar, la zona de mironear y la zona de darse el lote indisimuladamente. Conocida la chica como era, quién sabe cómo se me ocurrió la idea de sugerirle que, copa en mano, subiéramos al gallinero citado. ¡Se supone que yo no tenía arrestos para hacer esas propuestas! Quizá estuviera desinhibido por el alcohol (en aquel entonces mi bebida era, ¡pásmense!, el anis con piña). Lo cierto e histórico es que allá fuimos.

Desconozco cómo besa ahora la gente, pero por aquella época uno se dedicaba con mucho ímpetu a la tarea y los labios parecían no querer despegarse nunca: lengüetazo va, lengüetazo viene; que si te arreo un mordisquito; que si ahora te intento tocar un seno; que por qué demoños no te avienes a la razón de mis dedos; que si ahora beso de piquito, que si... en fin, no quiero aburrirlos. Sin saberse muy bien cómo ni a resultas de qué, uno cesaba el contacto labial media hora después y alargaba con flema británica la mano hacia el trago, y no tenía la más mínima idea de qué palabras mascullar. Hoy sé que, en realidad, uno no sabía realmente qué hacía allá, aparte de dar rienda suelta a los instintos y alcanzar hitos del desarrollo sexual: besar, tocar, sentir, etc., y después contárselo a los amigos, naturalmente.

Como decía, hubo dos besos. Largos, pero dos.

La muchacha era la hija de un amigo íntimo de mi padre y, con la inconsciencia que aún hoy me caracteriza, no se me ocurrió idea más noble y loca que acompañarla a su casa, y a ella no se le ocurrió otra cosa que dejarse acompañar. Cuando llegamos allá rayando las once, su padre estaba sentado en un serijo, a la fresca, y enarcó las cejas visiblemente al vernos llegar tan amistosamente. Y yo, idiota hasta lo indecible, me despedí de la muchacha con un leve, pero apreciable, palmeteo en la nalga. En las narices de su hipermachista papá.

Cuando regresaba a casa notaba que por algún motivo me dolía mucho el carné de padre, y ni siquiera sabía por qué. Siempre estuve en la inopia, qué le vamos a hacer.

Al día siguiente, mi padre me llamó a capítulo y me espetó, terminante:

—Mus, haz el favor de dejar a la chica de Fulano en paz.
—¡Pero si no ha pasado nada, papá! —fue lo único que acerté a inventarme sobre la marcha.
—Bueno, pues eso: que la dejes en paz.

Y así terminó mi incipiente historia de besos con Viernes y mis esperanzas de proseguir la carrera hacia el éxito presexual y quién sabe si declaradamente rijoso.

Aún hoy recuerdo los sofas rojos de la discoteca y me pregunto qué habrá sido de aquella mujer. Su padre no era en absoluto un tipo fácil de tratar.

Hoy también es viernes, y pensé que podría dedicarle un recuerdo a ella desde la ciudad de Puebla, el día de san Ceferino Namuncurá (beato) por la noche.

Mus