29 noviembre 2009

Libertad

La República Independiente de Mus ha superado hoy el periodo de ocupación.

Tras cinco largos años, hemos recuperado la libertad y además hemos ganado kilo y medio de pelusas y una docena de objetos diversos e inútiles que la ocupanta se ha dejado en su huida.

¡Y encima me voy esta tarde a ver La venganza de don Mendo!

En Madrid, el día de la Liberación, por la tarde.

Mus

15 noviembre 2009

Más idiomas, ¡traed más idiomas!



Hace unos meses contaba mi visita al País Vasco con ocasión del ágape chez Mugaritz.

Me alojé en un pueblo guipuzcoano que, como todos los pueblos guipuzcoanos, está muy euskaldunizado; o sea, que el personal de allí habla en general vascuence y la vida familiar y escolar transcurre casi exclusivamente en ese idioma. El resultado de tal inmersión es, por ejemplo, que las dos hijas de una amiga de mi amiga a quien fuimos a visitar no hablan español. Nada de español. No son bebés, eran ya de cierta edad y prácticamente habían pasado ya esa edad de absorción natural de los idiomas, así que todo lo que puedan aprender más (que es dudoso porque seguirán en el mismo entorno) ya será con dificultad. Siempre pensé que estas eran situaciones extremas, pero me topé con la realidad en forma de dos tiernas infantas. Cabe la posibilidad de que sí "supieran" español pero que lo tuvieran escondido en algún lado y que una simple exposición de algunas semanas lo "revivificara". Lo dudo, pero es posible.

El caso es que esos padres hablan dos idiomas pero a sus hijas no les están poniendo fácil tener la misma educación que ellos mismos tienen (porque ellos sí hablan español: del terruño pero español). ¿Por qué querría un padre que su hijo no sepa como mínimo tanto como él? ¡Y gratis!

La constitución española dice en algún lado algo así como que saber español es un derecho de los ciudadanos, pero también un deber. He de confesar que tal exigencia me parece un punto excesiva y se mete donde no debiera, así que los aspectos constitucionales me la traen tan al pairo como me la puede traer la exigencia del celibato a los religiosos católicos (del rito romano, que todo hay que decirlo). Sin embargo, me pongo en la piel de unos padres y me pregunto por qué querrían hurtarle a su prole las oportunidades personales que implica el conocimiento (con carácter de lengua nativa) de varios idiomas. Siempre me dieron envidia los catalanes, los vascos y los gallegos que hablan sus idiomas respectivos, porque eso de nacer y crecer con dos (o más) idiomas que uno puede aprender sin esfuerzo —mientras come, juega o estudia— es un lujo.

Hace pocas semanas, una amiga española que vive en Canadá me explicaba que a ella le resulta complicado que sus hijas se mantengan al día con el español, y me confesaba que si no fuera por el mes que pasan todos los años en España le habría sido prácticamente imposible fijarles el español. Aunque ella les habla en español, el padre de las niñas no lo habla y supongo que la dinámica familiar no será fácil si hay que hablar idiomas que uno de los padres no comprende.

Como contrapunto, conozco a un madrileño que habla alemán como segunda lengua. Como lo habla sin problemas, pues se propuso educar a sus hijos en alemán en el seno familiar y así hace: les habla en alemán. Con ese acto tan sencillo, que consiste tan solo en usar los recursos que uno tiene y aplicarlos cuando más eficaces son, sus hijos llegarán a la adolescencia con una ventaja competitiva inmensa con respecto a otros compañeritos análogos.

Pero claro, esto lo digo yo, que no tengo hijos y que la paternidad me suena a chino. Quién sabe qué haría si fuera mi caso. Lo más probable es que me largara a América y los dejara desamparados o algo así. Mucho idioma y mucha gramática tonta, pero soy un desnaturalizado, siempre de pata de perro.

En Madrid, el día de san Alberto Magno (obispo y doctor de la Iglesia) por la noche.

Mus

09 noviembre 2009

Norma



En un chamizo perdido de la sierra de la Calderina vive Norma, una brillante astrónoma de la universidad de Leipzig cuyas publicaciones, que ya van adquiriendo tonos sepia en los anaqueles de las bibliotecas, solían acumular más impactos que la propia Luna, incluida su cara oculta. Descubrió y demostró matemáticamente el primer principio de la inequivalencia estelar, que establece que las estrellas de neutrones son menos másicas que la suma de las masas de los propios neutrones que las componen. Costó tiempo y esfuerzo explicar la demostración a sus colegas de profesión pero, cuando consiguieron entenderlo, solo acertaron a proferir un prolongado “¡Oh!”.

A Norma ya no le interesan los neutrones ni los enunciados científicos. Nadie sabe bien cuándo llegó a instalarse en la ruinosa vivienda de los pastores ni por qué eligió ese lugar apartado; solo apareció un día con unos pedazos de lana tejida con primor, un pote, dos ollas, dos platos y unos cubiertos de plata labrada y, como nadie le dijo que se marchara y a todos les pareció bien, Norma se quedó allí a vivir, sin más.

Vive de los huevos que le ponen, cuando se sienten femeninas y colaboradoras, un par de gallinas cuyos ovarios ya empiezan a añejarse, pero también de cualquier cosa que encuentra. Lo mismo agarra unos madroños que se deleita con unas zarzamoras o mastica los rizomas de los juncos que bordean las charcas, y hasta las ásperas bellotas de los quejigos le parecen bien en el otoño. Cuando hay suerte, alguien le regala un salchichón y un pan, y así va saliendo adelante. Esa dieta la tiene enjuta, sequita, pero su único espejo es el firmamento y este nunca le falla: en él, ella siempre es una estrella, radiante e intemporal.

Lo suyo es mirar el mundo, pero a diferencia de todos esos santurrones contemplativos que pueblan el martirologio y tantos otros orates cuyas desventuras quedaron hurtadas a la Historia, a Norma no le interesa discernir el orden cósmico y desvelar enigmas, sino zanjar con respuestas sencillas y definitivas las dudas que sus observaciones le generan sobre lo cercano. ¿Odia el macho de perdiz a los perdigones que cortejan a su hembra desde la jaula? Sí. ¿Es cierto que los venados ramonean siempre moviendo la quijada de derecha a izquierda? No. Ese conejo que está masticando los collejones, ¿piensa en algo? No. ¿Hay otros mundos? Sí. ¿Tengo sed? Sí, voy por agua.

A veces, los del pueblo se pasan a llevarle vituallas y a interesarse por ella porque la aprecian mucho por su vida de observación y el empeño que pone en ella.

—Qué tal, Norma, ¿cómo le va?
—Bien.
—¿Qué anda haciendo?
—Estoy subida en este cerro, mirando las cosas.
—¿Y no se cansa?
—Sí, a veces.
—¿Pues qué hace cuando se cansa?
—Me subo a aquella peña y miro las cosas desde allí.
—¿Y por qué?
—Me entretiene y consigo otro punto de vista.

Estas afirmaciones inapelables y emitidas con la seguridad del sabio descolocan por un momento a los visitantes, aunque pronto reaccionan y se sienten orgullosos de tener cerca a Norma, la astrónoma alemana, que vive sin tener que demostrar si es feliz ni disculparse por no serlo, haciendo lo que le da la santa gana día tras día —hasta en domingo— y observando el mundo desde los peñones de cuarcita liquenificada que rodean su vivienda desangelada, en la sierra de la Calderina.

En Madrid, el día de san León Magno (papa y doctor de la Iglesia) de madrugada.

Mus

08 noviembre 2009

La riada

El Salvador es un país muy quebrado, con volcanes y cerros que se despeñan desde las alturas en pendientes tan verticales como inestables. Además es un país chiquito, un poco más pequeño que la Comunidad Valenciana, pero en sus caseríos se agolpan siete millones largos de personas.

Están a punto de abandonar lo que ellos llaman el invierno, es decir, la temporada de lluvias. Cuando llueve, lo hace a lo tropical: a mares; pero las ondas tropicales normales no alcanzan a parecerse a una tormenta tropical o un huracán. Con estos meteoros no es que llueva, es que las nubes baldean el mundo.

Muchos salvadoreños viven en cualquier sitio, en ranchos hechizos, donde pueden. Uno de esos sitios es al borde de las barrancas; cuando llueve mucho, estas se llenan de agua y se desbordan o socavan con furia los márgenes y hunden las viviendas de fortuna.

Espero que los de allá puedan superar este desastre lo mejor y más pronto posible. Cuando el huracán Wilma golpeó la península de Yucatán, yo estaba allí y vi caer el agua y oí cómo ululaba el viento, pero aquellas eran construcciones de verdad. Después de haber estado en El Salvador y haber visto sus viviendas, me puedo hacer buena idea de la catástrofe.

Y no sé qué más decir aparte de que estoy triste por esta situación, así que me voy a callar la boca.

En Madrid, el día de la dedicación de la basílica del Salvador, amaneciendo.

Mus

07 noviembre 2009

El imperio de los sentidos



Este título es el de una peli donde dos amantes japoneses se meten en un cuarto y se aman física y espiritualmente hasta la muerte, pero después del artículo anterior no es plan de fomentar marranadas, menos aún si terminan en una espeluznante pitectomía como en la peli. ¡Esta es una bitácora seria, hombre! Si quieren ponerse verriondos y usar las cosillas de sus ingles para procurarse placer, usen el vínculo si aún les queda o acudan a sus lugares de cancaneo favoritos. ¡Cochinos!

Esta bitácora trata sobre las palabras, aunque no siempre lo parezca, y yo soy un pietísimo varón. En fin, a lo que iba.

En el español americano hay dos usos interesantes en relación con los sentidos de la vista y el oído. Con respecto a la vista, usan verbos para reflejar acciones que en España se expresan sobre todo mediante perífrasis. Por ejemplo, en el harto improbable caso de que s. s. s. q. b. ss. pp. se levantara por la mañana con el pelo enmarañado y saliera a la calle sin peinar y hecho un adefesio (lo cual no permita N.ª S.ª de la Metrosexualidad, de quien tan devoto soy), un paisano me diría "tienes muy mal aspecto" o "tienes un aspecto horrible", mientras que en América lo esperable es que alguien me dijera "luces horrible" o "te ves horrible".

En El Salvador, en lugar (o quizá además) de los verbos ver o lucir, usan un verbo que hasta ahora no había registrado en ningún otro lado: mirar. Es de lo más común que alguien te diga algo como: "esa grama se mira mal"; o sea, "el césped tiene mal aspecto". Esto último es interesante porque, con la sola diferencia del sentido concernido, sucede lo mismo que con el par oír/escuchar, que era lo que deseaba comentar con respecto al sentido del oído.

Los hablantes cultos de España diferencian entre el hecho de oír (una simple experiencia sensorial, como ver) y el de escuchar (es decir, aplicar la oreja, poner atención a lo que suena, como mirar es poner atención a lo que se ve). Esta distinción oír/escuchar es poco productiva, o inexistente, en muchos lugares de América, incluso entre hablantes cultos, a pesar de lo cual algunos papas del lenguaje siguen dando el coñazo con la supuesta incorrección. No quieren ni mirar, ni ver, ni oír ni escuchar, solo pontificar, prevalecer y tildar a los demás de ignorantes. Curiosamente, no critican la imprecisión que supone decir "estoy viendo la televisión" o "estoy oyendo la radio", donde con tales argumentos debiéramos decir "estoy mirando la televisión" o "estoy escuchando la radio" porque si no el interlocutor no sabría qué estamos haciendo realmente.

A veces en lugar de papas parecen papanatas, palurdos del bien hablar. Del bien hablar de su casa, claro está, porque el de las casas ajenas siempre les parece escaso. Esto es normal hasta cierto punto, y tanto más cuanto que hoy hablo de los sentidos: a todos nos parece siempre que nuestras descargas cotidianas son menos ofensivas al olfato que las que expelen los esfínteres ajenos cuando les llega el turno.

Pero bueno, volvamos a lo que íbamos. O no, ahora que me doy cuenta, no volvemos, porque en realidad esto era todo lo que tenía que decir yo hoy sobre el imperio de los sentidos. Aquí lo dejo.

En Madrid, el día de san Willibrordo (obispo) por la noche.

Mus

P. D. Manda huevos que después de soltar varios palabros como los que solté aquí, resulte que el santo del día es un tal Willibrordo...

02 noviembre 2009

Otra declaración de amor



Está sentada en un sofá doble, desnuda, con la felpa acariciando toda su piel y los vellos exiguos que tapizan los alrededores de su coño. Se recrea con el bamboleo rítmico de los pechos de una mujer a quien un hombre penetra desde atrás con ritmo lento, dejando ver el tallo de la verga enhiesta, portentosa, que entra y sale sin descanso en medio de la penumbra, allí, a apenas dos metros de sus ojos. Siente un cosquilleo conocido en el sexo y tiene puesta en los amantes la mirada fija de quien desea aprehender la relación, no solo verla. Por la espalda le corren mil descargas al observar las muecas de placer de la otra mujer, y siente esa proximidad a ella que solo pueden compartir quienes conocen lo que significa ser montadas con arte.

A punto de comenzar a sentir envidia, nota en la espalda un tacto extraño, una mano que apenas le roza el hombro pero un segundo después se repone y continúa recreándose con la cópula ajena. Las yemas de esos dedos se deslizan por debajo de su nuca y le regalan un rascado suave, deleitoso, de los que nunca debieran terminar. Los dedos de otra mano se suman a la tarea de manoseo y recorren con confianza sus hombros, las clavículas, el cuello. Ella advierte el ritmo ya frenético de la pareja de enfrente, con sus gemidos y sus palabras de amor, y se deshace con las sensaciones que recibe durante el espectáculo. No recuerda nada, no vive del pasado y no piensa en el futuro; solo sigue con la mente los masajes tiernos del desconocido que la ama a su espalda y los embates de quienes chocan entre pasiones frente a ella. Los pezones quieren estallarle y su sexo es un charco de ilusiones eróticas, pero sus manos continúan a los lados de sus muslos, con la palma hacia arriba, ofreciéndose. Los dedos no la abandonan por detrás y recorren la nuca, sin pausa pero sin prisa. A veces, una boca se acerca a su cuello y lo besa con mimo; otras es un rostro jadeante y desconocido el que se restriega contra su cabello o una dentellada suave la que araña su oreja.

Pasan los minutos y en la habitación se instala el frenesí. Su sexo desatendido palpita entre los gemidos y sus senos rebotan en el aire con cada espasmo. Los dedos que la atienden a su espalda se han convertido en una tribu de salvajes suaves que enredan su pelo al masajearlo con fuerza hasta la raíz. Quiere que la muerdan, que la soben, que le jalen del cabello, pero que no acabe nunca lo que siente en todo el cuerpo. Los de enfrente se desbocan y el hombre deja que su chica se corra una y otra vez entre gritos, sin cesar, hasta que él mismo se rinde y explota en un bufido.

Ella siente llegar su éxtasis agenital y, cuando una mano pequeña, suave y cálida estrecha su pecho izquierdo, las sensaciones galopan y empieza a sentir que los espasmos de la vida se desatan entre sus piernas; primero muy lentos y después rápidos y convulsos, en oleadas, al notar el tacto de otra mano que estrecha con firmeza su mano derecha y una voz que se arrima al oído y le susurra: “Te amo. Me encanta verte disfrutar.”

Las manos que le acariciaban el cuello y el cabello van atenuando su presión, regresan a los mimos y finalmente desaparecen mientras ella exhala los últimos gemidos y los últimos estertores. Su vientre es un lago cálido. El calor que inundaba su pecho también se desvanece con la retirada de la mano, y ella reabre los ojos. La otra pareja sigue allí, conectada, gozándose aún. La chica tiene agarrados los huevos de su amante para no dejarlo escapar y él se sigue vaciando gota a gota, con el cuerpo vencido sobre su espalda.

Ella se vuelve a su marido, que aún agarra su mano derecha, y con lágrimas en los ojos se abraza a él con fuerza y solo alcanza a susurrarle entre sollozos: “Fue maravilloso. Gracias por traerme y por quererme tanto.”

En Madrid, el día de san Martín de Porres (religioso), de madrugada.

Mus