30 junio 2009

Inserción de extremidad inferior


Hoy fui a Los Cóbanos a comer pescado y abulón.

Acá le dicen abulón a un bicho diferente del abulón mexicano auténtico, que es una especie de caracol de concha nacarada preciosa y precios exorbitantes. Digo "mexicano auténtico" no porque este salvadoreño sea falso, sino porque en México coexisten el abulón auténtico y uno que le dicen abulón nomás por meter gato por liebre, porque en realidad es una lapa, un molusco muy diferente. Ni modo, al de acá se le puede decir abulón porque es su único nombre y nadie te lo está presentando como si fuera otra cosa.

Dejemos el abulón. El caso es que andaba yo zampándome mi pescado (que es lo que pedí tras el abulón) y entablé conversación con unos comensales.

— Y ustedes, ¿a qué se dedican?
— Tenemos una empresa funeraria.
— Híjole, ¡pues espero no tener que hacer negocios con ustedes ni con nadie de su rubro! [Sonrisa] Aunque me parece a mí que no me voy a librar tan fácilmente...
— No, me parece que no. [Sonrisa amplia de quien conoce bien su mercado] Y usted, ¿qué hace por acá? Habla bien español.
— ¿Perdón? Ah, de veras... Bueno, será por eso de que soy español. ¿Parezco gringo?
— Ah, pues eso será, sí. Sí, lo tomé por gringo. Bueno, pues que esté bien, nosotros ya nos marchamos a seguir con nuestra chamba.
— Ándele, que les vaya bien.
— [Sonrisa fúnebre reactiva]

Ahí, justo ahí, sentí que había metido algo el cuezo. Todo el mundo tiene derecho a ganarse sus frijoles, pero deseándole "que le vaya bien" a un empresario de pompas fúnebres se corre el riesgo de parecer cenizo a poco que uno se ponga en la perspectiva de sus potenciales clientes (o sea, todo el mundo). En ese momento no discurrí nada mejor, pero creo que habría convenido decirle lo que él me dijo a mí: que estén bien.

Es sabido que las despedidas son difíciles, pero la experiencia es un grado y la próxima vez que salude a un sepulturero o industrial afín, ya sé qué decirle.

En el municipio de Acajutla, el día de los santos protomártires de la santa Iglesia romana, por la tarde.

Mus

28 junio 2009

Singularidades centroamericanas


El Salvador es el único país que, por el momento, ha elegido un nombre divino para denominarse. Quizá con fines compensatorios, una ciudad próxima a su capital se llama Ateos. El párroco de Ateos debe de ser objeto de tantos comentarios maliciosos como los que sufren los habitantes de la cordobesa ciudad de Cabra, cuyo gentilicio es fácil de imaginar a mala leche pero no tan fácil de acertar.

También a pocos kilómetros de San Salvador hay una población llamada Lourdes a quien todo el mundo llama así: Lourdes. Esto parece perogrullesco, pero percátense de que a quienes se llaman Lourdes les solemos decir Lurdes. En realidad, la pronunciación esperable para cualquiera que se llame Lourdes y escriba su nombre así es esa, Lourdes. Esta ciudad me trajo a la memoria el caso de una ex amiga que se llamaba Lourdes y que un día me confesó que no soportaba que le dijeran Lourdes. Creo que le habría divertido pasar por este pueblo, aunque quizá no le hubiera gustado nada tampoco. Quién sabe. En fin, lo dejo porque si vuelvo a escribir Lourdes en este párrafo me dará algo, y además ya ni siquiera sé cómo pronunciarlo en cada caso.

Cerca de la frontera de La Hachadura con Guatemala (por acá le dicen Guate, a secas, que se me antoja un acortamiento amoroso y tierno) hay una población salvadoreña llamada Cara Sucia. Por mi experiencia con los egabrenses, prefiero no intentar adivinar el gentilicio de los habitantes de Cara Sucia.

En un país vecino, los milicos dieron un golpe de Estado para correr a un presidente inconveniente que se estaba pasando por el arco del triunfo las (para él) inconvenientes decisiones de otros órganos institucionales, entre ellos el tribunal supremo electoral. La situación parece un combate a ver quién se chinga con más habilidad a la constitución del país, que a estas alturas va a haber que cambiar aunque no sea más que para remendarle los orificios que le han ido abriendo tirios y troyanos con tanto fornicio sin lubricante.

Por si eso no fuera ya rocambolesco, en vez de liquidar al mandatario o arrestarlo o abrirle las puertas de una embajada extranjera para que se exilie con honor, que son las soluciones habituales (en orden creciente de humanidad y sensatez), los insurrectos agarraron al tipo y, literalmente, lo pusieron de patitas en la calle... en piyama y en una calle costarricense, que a saber cómo encontraron habida cuenta de lo imposibles que resultan las direcciones de ese país.

El mundo está lleno de rarezas. Algunas aspiran a ser divinas, siquiera nominalmente; otras no alcanzan tal calidad y se quedan solo en eso: en la categoría de "Raro de cojones", como los nombres de los santos del día, que son Ireneo, Gerón, Plutarco, Sereno, Heráclies, Herón, Papio, Eraida, Basílides, Potamiena, Gerosa y Argimiro (entre otros).

Y es de noche.

Mus

26 junio 2009

El amante


Cuando somos pequeños, nuestro negocio consiste en llorar y llorar para que alguien nos arrime una teta o mamila a que alimentarnos o nos cambie un pañal sucio que amenaza con provocarnos tremendo salpullido. ¿Acaso se nos da un ardite quién nos arrime el pecho o qué manos nos muden con tal de que la leche sea sabrosa y la manipulación se haga con amor y una sonrisa?

No. Admitimos sin chistar la multiplicidad. Lo único que nos conviene, por motivos prácticos, es que el número de manos no sea excesivo ni cambien las manos sin parar, porque tener fijado a un número manejable y estable de personas nos permite conocernos sus mañas y llorar con el timbre adecuado a cada situación o saber quién segrega más endorfinas cuando le hacemos gugú; porque, por supuesto, rápido aprendemos que, a más endorfinas circulantes en quien tenemos enfrente, mejor para nosotros.

La etapa final de nuestra vida es semejante hasta el punto de que no falta quien cría familia para asegurarse un cierto grado de cuidado, amor y acompañamiento en la senectud y los momentos postreros. Así que es más de lo mismo: lloros, mañas, endorfinas en un grupo variado pero razonablemente dimensionado y estable.

En cambio, en la época de la juventud y la madurez, los seres humanos nos empeñamos en seguir dos patrones opuestos y de altísimo riesgo: la perseverancia en el cuidador único y el afán por los cuidadores múltiples sucesivos. Nos olvidamos de que la vida es nuestro negocio y nos labramos nuestras propias quiebras.

Un negocio tiene mal aspecto cuando da servicio a un único cliente, aunque pague bien. Los clientes son por lo general veleidosos y gustan de ir de acá para allá, probar con nuevos proveedores, exigir injustamente descuentos y pleitesías. Cuando se aseguran de que son los únicos a quienes damos servicio, enseguida comienzan a abusar de tal posición y a introducir la relación de amo-esclavo donde antes había una bella historia de amor proveedor-cliente. Por otro lado, los participantes a su vez quiebran o desaparecen y esas circunstancias rompen la relación incluso en situaciones de idilio mutuo duradero, dejando al proveedor (o al cliente) en la estacada comercial, atribulado, desorientado, con poca capacidad de reacción y con escasa práctica en la búsqueda de nuevos socios comerciales que sigan trayendo con qué proveer la cuenta de resultados. Ya dice el proverbio que no se deben poner todos los huevos en el mismo canasto. Amén.

El negocio tiene también mal aspecto cuando el profesional se esfuerza en buscar sin cesar nuevos clientes. Tal búsqueda es costosísima, agotadora, y el tiempo que se invierte en ella impide conocer con detalle los lloros y mañas aplicables a cada cliente, que son los elementos que al cabo nos llevan al éxito empresarial. Toda empresa sensata sabe que sus clientes existentes son sus mejores clientes a la hora de venderles más cosas, en astuta aplicación de la sentencia que dice que quien mucho abarca, poco aprieta.

Los clientes interesantes, a su vez, comprenden que exigir a una empresa la exclusividad de servicios es malo para todos: la empresa queda en posición débil ante cualquier circunstancia adversa y el propio cliente deja de nutrirse de las habilidades adquiridas por la empresa en el transcurso de servicios prestados a otros clientes. Asimismo perciben de inmediato que la sobrecarga en la cartera de clientes impide a su proveedor prestarles los servicios de calidad que precisan y en el momento que precisan, lo que los estimula para ponerlo a la cola de la lista de proveedores.

En definitiva, la vida sexual debiera ser mucho más sencilla y sensata cuando somos unos críos y en nuestra decadencia. Tiene su chiste esto de que nuestra capacidad amatoria máxima, nuestro pico de producción, no coincida con esas etapas vitales.

En el municipio de Acajutla, el día de san Pelayo (mártir), por la mañana.

Mus

24 junio 2009

El exceso

Hace algún tiempo, leyendo Suma de minucias del lenguaje (el único libro sobre palabras que yo recomendaría leer a cualquiera) vi que el autor comentaba un uso peculiar de la palabra demasiado según el cual los jóvenes mexicanos se referían a mucho, en grado sumo. A secas, sin intención relativa presente o implícita, resulta improbable que alguien pueda ser "demasiado guapo", es decir, excesivamente guapo, y en ese sentido decía el autor, Jose G. Moreno de Alba, que el uso era poco afortunado.

Me extrañó porque yo nunca había percibido ese uso en México (ni en ningún otro lado). Sin embargo, acá en El Salvador he comprobado que es muy frecuente, al menos por parte de las personas que me rodean, que ya me dijeron que soy demasiado buen cocinero, demasiado sexual y demasiado bello. También ha habido quien manifestó que soy demasiado mentiroso, e incluso demasiado imbécil, pero a estas personas no se les debe hacer caso, por motivos obvios de preservación de la autoestima (y del autobombo).

Hoy estaba viendo ER (Urgencias en España) y Abby se despedía del hospital y de su gente. Una enfermera negra y de amplio tamaño cuyo nombre no me sé le dice emocionada: "We’re gonna miss you so damned much". Una enfermera española hubiera dicho algo así como: "Te vamos a echar de menos un huevo", pero el subtitulador prefirió darle en los morros a don José G. y poner "Te extrañaremos demasiado", acaso más moderno aunque algo chocante a mis orejas. Bueno, tanto da: el caso es que yo también la extrañaré a la Abby esta, porque me gustaba a mí esa chica, mira tú por dónde. Me recordaba a mi amiga Cata, que es enfermera pero también estudia para ser médica. Ni modo, la vida sigue.

Estas palabrillas inesperadas son desconcertantes. Uno espera cambios en otras palabras, en los verbos y los sustantivos, pero no en estas cosas. Cualquiera que haya estado en México se habrá dado cuenta de los usos peculiares que le dan allá a las palabras hasta y siempre. Es cotidiano que alguien diga cosas como: "Híjole, qué pena, pero el doctor viene hasta las tres" (lo que quiere decir que el médico llegará a las tres); y también que la misma persona aparezca más tarde en la consulta del médico y le pregunte a la secretaria: "¿Siempre sí llegó el doctor?" o "¿No vino el doctor siempre?".

El DRAE menciona que ese uso de siempre es un colombianismo que vale por "decididamente, definitivamente". Aunque la definición va por el buen camino, creo que debieran esmerarse un poco más (algunas opciones serían que vale por "finalmente", "por fin") y marcarlo también como mexicanismo comilfó.

Y bueno, ya me callo que empieza House. Al principio me daba tres patadas en el hipocondrio este cabrón, pero ahora me gusta... demasiado, quizá. En ER, las historias eran mucho más humanas y verosímiles; aquí parece una lucha diagnóstica de lo más estúpida y yo lo veo nomás por ver las borderías que suelta el personaje y, sobre todo, por ver si se acuesta con alguien (más). Demasiado sexual que es uno, ¡aunque solo sea de boquilla!

En la localidad y santo que ya se dijo, pero ahora por la noche.

Mus

Antigua



Para llegar a Antigua (también para salir de ella) hay que cruzar cafetales sin cuento. Las plantaciones de café son fincas peculiares porque no siguen el modelo agrícola habitual, que consiste en desmontar cierta extensión de tierra y roturarla. Los cafetos gustan de lo umbroso y por ello los siembran en medio de bosques tropicales mixtos para que los árboles de mayor porte tapen la luz y favorezcan el cultivo, así que uno pasa al lado de un cafetal y apenas se da cuenta: parece un cacho de selva enmarañada. La visión me recuerda vagamente a mis rañas manchegas, esos pedazos de cereal interrumpidos por el porte imponente de encinas centenarias, aunque dudo que nadie dejara allí las encinas para sombrear la avena o el trigo.

Esta es una ciudad encerrada entre volcanes, unos amenazadores y fumarolentos y otros de aspecto apacible y laderas reverdecidas, y asolada periódicamente por sismos inconvenientes que a la fuerza la convierten en una ciudad histórica y ruinosa. Es triste que el encanto provenga de la devastación, pero no es menos cierto que pasear por un antiguo convento que ahora es ese hotel inevitable y ver los restos decadentes de pilares y cocinas resulta atractivo, como si uno se encontrara formando parte real de la Historia aunque el papel sea de figurante.

Pero lo que de veras se respira en Antigua, entre las brumas y el orvallo de esta estación húmeda, son los sentidos. Paseando por las calles empedradas que la definen al turismo internacional se ven sus balconcillos de rejas preciosas en las que pelar la pava. También se oye a veces el cliqueteo de una marimba, y cuando uno asoma la nariz para satisfacer su curiosidad se encuentra un viejo patio porticado donde oler perfumes de verdor, admirar el porte de ese árbol enorme, oír aires guatemaltecos tocados a trío y paladear una cerveza sin prisa alguna al abrigo de la lluvia.

En el hotel, el pasto recortado con mimo, las azaleas, los papiros, las heliconias y las plataneras surgen por doquier y el rumor del agua que brota de setenta fuentes convierten el lugar en una versión maya de los palacios nazaríes. Bajo la fragancia voluptuosa del gran hueledenoche, una gota de lluvia sobre la colocasia acuña para siempre la esencia de la ciudad.

Antigua huele, sabe y suena al beso deleitoso, reposado y húmedo que se dan los amantes sabios, conscientes de que cualquier día vendrá un terremoto.

En el municipio de Acajutla, el día de san Juan Bautista por la mañana.

Mus

18 junio 2009

Pinche pendejo


La vida es cruel con quien se afana acríticamente en los procederes comunes, en los "así se hizo siempre", en los métodos tópicos. Mea culpa. Basta observar un poco para afinar las estrategias y ahorrar glucosa.

El otro día presumía yo un poco de haberle enseñado a un local un método nuevo, acaso más sencillo, para abrir cocos y beberse el agüita. Siendo certeros y estando armados de filosa arma, aquello consistía en tres machetazos con unos sesenta grados entre sí.

Hoy me subí a la escalera y con asaz canguelo por la poca firmeza del implemento corté de acertados machetazos una piña de cocos. Al caer al suelo, uno de ellos se soltó de su pedúnculo y reventó un poquejo. Vamos, que se agrietó. Presto bajé y lo puse en pie para que no se saliera más el agua.

Los cocos se suelen abrir al caer. Esto no era nuevo para mí, pero hoy constaté que siempre se abren por la zona de la inserción peduncular. El pedúnculo es el rabito, no tiene nada que ver ni con pedos ni con culos, no me sean cochinos. Fui por el jarro donde pongo a refrescar el agua y volqué el coco reventado de modo que por la grieta se deslizara el líquido.

Cuando terminó de vaciarse, pensé. Me costó pero lo conseguí. Cuando algo se rompe siempre por un lugar es que... ¿Y si...?

En efecto, comprobé que sí. Coloqué en pie uno de los cocos pero con la parte proximal hacia arriba en lugar de la distal, y le di un machetazo contundente. Me sorprendió que casi partí en dos el coco entero de un solo tajo. Apenas se desperdició el agua, lo volqué a escurrir sobre la jarra y repetí con el resto, así que en menos de dos minutos ya había vaciado todos los cocos y tenía el agüita refrescándose.

Cinco cocos = cuatro machetazos = una jarra de líquido sabroso. ¡Mucho mejor que antes, andevapará!

Es cierto que estos cocos estaban especialmente tiernos. Tengo que probar el método con frutos más maduros a ver si se confirma. Ayss, qué nervios.

Visto el éxito, he decidido que con la próxima chica que me seduzca voy a hacer cosas diferentes. Sin machetes, eso sí. Y a ver qué pasa.

En el municipio de Acajutla, el día de san Marcos y san Marcelino (mártires), por la noche.

Mus

16 junio 2009

Me cansé de rogarle

15 junio 2009

Lo pequeño


Ayer platicaba con una amiga. En un momento de la conversación, recalcó lo que decía con una inflexión de voz al tiempo que abría las manos a ambos de su cuerpo y doblaba dos o tres veces los dedos índice y corazón, como "entrecomillando" la palabra objeto de la inflexión para significar el sentido especial de esa palabra.

No me acuerdo de la palabra. Yo solo le prestaba atención en ese momento a las manos, porque intentar ver las dos al mismo tiempo me permitía recorrer con la mirada su busto y su excelso canalillo sin que nadie me afeara la conducta; y claro, unas tetas son unas tetas, se ponga como se ponga quien se ponga.

Le comenté que acababa de hacer un anglicismo gestual porque las comillas clásicas en español no son estas /“”/ sino estas /«»/. Poner las comillas latinas, que así se llaman, requiere cierto esfuerzo porque los teclados en español no las incluyen como comilla predeterminada, lo cual implica que hay que insertarlas mediante combinaciones de teclas o irse a un menú de símbolos en el procesador de textos. De las bitácoras que leo de personas normales (es decir, que no se dedican a cosas de lenguaje), el único que se esmera con las comillas latinas es Quoth, que incluso se esfuerza por sangrar algunos inicios de párrafo, ¡olé! Yo, esto de las comillas latinas, ya lo dejé por aburrido.

A mí se me hace que importa más bien poco qué tipo de comillas se usen puesto que el valor de unas u otras es el mismo. De hecho, a veces son útiles las dos (e incluso las tres, porque también existen las comillas sencillas /‘’/), y la preeminencia que se le quiera dar a unas u otras no deja de ser un asunto preferencial. Incluso hay quien dice que las comillas inglesas son más cómodas visualmente porque ocupan menos espacio que las latinas y no alteran tanto el curso del texto. A mí esto me parece un argumento algo exotiéstico (es decir, fuera del tiesto), pero bueno.

Mi amiga me retrucó con una anécdota sobre otro anglicismo gestual que está de moda entre los muchachos salvadoreños, que consiste en criticar a alguien poniéndose la mano sobre la frente con los dedos pulgar e índice extendidos para formar un ángulo recto. La imagen que ve el mentado es unos dedos que describen una L, del inglés loser (es decir, fracasado, perdedor o, como diríamos en España con una opción más idiomática, pringao). Me quedé pensando qué palabra vernácula, no copiada del inglés, se usaría en cada país para describir a los loser.

Es frecuente que la gente me pregunte sobre lo que está bien o está mal dicho en español, y no pocas veces me cuentan con horror que sus compañeros de trabajo escriben fatal, sin signos de puntuación y con muchas faltas de ortografía e incontables anglicismos.

Yo no digo ni que esté bien ni que esté mal preocuparse (aunque la verdad es que pasar un corrector ortográfico a lo que se escribe a un compañero no cuesta mucho tiempo ni esfuerzo, creo yo, y algo siempre alivia), pero siempre les pregunto a mis interlocutores cómo encabezan ellos sus mensajes de correo electrónico, cómo son sus salutaciones. Algunos me comentan que ni siquiera saludan pero, en los casos en que sí lo hacen, la práctica totalidad comienza con un anglicismo de signos: el uso de la coma en lugar de los dos puntos o el punto; es decir:
"Hola Pedro," en lugar de "Hola, Pedro."

o "Estimado Pedro," en lugar de "Estimado Pedro:"

o "Pedro," en lugar de "Pedro:"
Nada de esto ocurría cuando manuscribíamos cartas, que además siempre eran de amor y amistad y empezaban con un cálido "Querido Fulano:" o "Amada Perengana", aparte de los "Follables Zutana y Mengana:" propios de los aficionados al amor ternario. ¡Aquellas si eran misivas como está mandao!

Los signos son los grandes olvidados de la escritura, hasta el punto de que a veces su uso según lo tradicional se ha convertido casi en una pedantería. Sin embargo, como por motivos genitosómicos me siento en la obligación de reivindicar las cosas pequeñas y de apariencia inútil, escribo este artículo en honor a lo escueto y reducido.

Sí, ya sé que el tamaño importa, ¡pero no se olviden de lo pequeño, que también existe!

En el municipio de Acajutla, el día de santa María Micaela del Santísimo Sacramento (virgen) por la tarde.

Mus

11 junio 2009

Despistado


Ayer cayó una de esas tormentas que me alegran el espíritu y desatan mis más bajos instintos; de los bajos, de esos que invitan a criar familia, de los que siempre queremos más aunque lo confesemos porque lo digamos.

Parece que estoy de buen humor. Cosas del agua, los rayos y los truenos, supongo.

Voy a la ferretería para comprar una parrilla que instalar en mi bici y así poder transportar cosas con comodidad: el garrafón de agua, los pecados de mi pasado, los peces del mar, los camarones de las albercas de los taiwaneses y algunas esperanzas para el futuro. La compro y me ayudan a desapretar y apretar tuercas para instalarla.

En el camino de regreso constato que soy feliz y me siento bien moviendo las patas para algo más que sacudirme zancudos.

Paso bajo un árbol de fuego que ensombrece todo el ancho de la carretera con su dosel. Las flores que lo cubren y tapizan el suelo de un naranja vivaz me recuerdan a la alegría de mis mayos mexicanos de jacarandas y me empapan la vista con una lágrima o dos. Ay, México.

Las ruedas de mi bicicleta pisotean a buen ritmo las boñigas de las vacas, exóticos cruces de Bos indicus para variar un poco de la sempiterna frisona lactífera, que salpican la carretera. Los excrementos están desparramados por todo el ancho de la vía, quién sabe si por el paso de los vehículos o por la condición diarreica de las propias deyecciones. Tanto da. El aroma dulzón típico de los desechos bovinos me inunda la pituitaria y me pone la hipófisis a brincar en síntesis hormonales diversas.

Me paro en un bohío que parece restaurante y pregunto si hay de comer. La señora me informa de que hay sopa y carne de gallina. La sopa también es de gallina. Pido sopa y me sirven sopa. Contiene algo de pechuga de gallina y unos trozos de chayote, al que aquí llaman güisquil. El techo del ranchito es de lámina metálica y transmite una calorina que me sugiere la conveniencia de permanecer descamisado aun a riesgo de parecer informal. Pregunto si hay algo picante para la sopa y me traen un chilito picoso al que, según parece, le dicen chile escuela de gallo. Mientras trasiego la sopa noto las gotas de sudor que resbalan por mi espalda. Con ellas, siempre parece que tiene uno a la miseria recorriéndole el dorso. Ni las gototas de vida ni el pensamiento de unos artrópodos corretones sobre el cuerpo son agradables, pero se siente bien estar comiendo algo sencillo y de fundamento al tiempo que se platica con la gente sobre naderías importantes, como los nombres de los chiles.

Sigo mi pedaleo. Al borde de la carretera, tres niños se entretienen en estar subidos a la misma rama de un árbol de porte bajo. Apenas caben allá los tres bichos, parecen murciélagos luchando por el espacio de una cueva abigarrada, pero a ellos parece divertirles la situación porque se carcajean con ganas. Oír la risa infantil de un juego inane humedece el alma.

Veo a una muchacha que sale de un rancho portando a un escuincle en la barra central de la bicicleta; quién sabe si será su hijo o su hermano. Ella parece interesada en mí y cuando nos cruzamos me dirige una sonrisa blanca y serena. Su tez es muy clara y su cabello también. En El Salvador hay un mestizaje intenso en el que los genes caucásicos parecen predominar sobre los de origen local. Le doy los buenos días y me quedo cavilando en qué estaría pensando ella.

Por fin llego a la tiendita, compro mi garrafón y lo subo a la parrilla de la bici para estrenarla. No tengo con qué amarrarlo, pero me las apaño sosteniéndolo nomás y pedaleando con calma hasta mi casa. En esas, me percato de que como al ñajo Clodomiro se me fue el santo al cielo y olvidé comprar un machete para abrir cocos a voluntad, sin tener que andar pidiéndolo.

Ni modo. Otro día regresaré a empaparme de sensaciones por el camino. Ahora voy a comerme un plato de gelatina fresquita de fresa y a meterme a la piscina para refrescarme y pensar en todas estas cosas importantes.

En el municipio de Acajutla, el día de san Bernabé (apóstol) por la tarde.

Mus

09 junio 2009

El premio

A los seres humanos nos gusta que nos premien, no necesariamente por el hecho de destacar, de estar en lo alto, sino como reconocimiento de que hicimos algo que gustó de veras a nuestros congéneres.

Odiseo no es humano sino cibernético cual yo, pero debe de tener contactos con las artes de la transfiguración, porque se consiguió un alter ego osteocarnoso que presentó su texto a un concurso de microrrelatos ¡y lo ganó!

Me pareció una noticia excelente. ¡Bien por él! :)

En el municipio de Acajutla, el día de san Efrén (diácono y doctor de la Iglesia) por la mañana.

Mus

05 junio 2009

Falta de personalidad


Decimos que fulano tiene poca personalidad, o que le falta, cuando el susodicho expresa las ideas de otros y sigue sin mayor análisis las tendencias que le marcan en lugar de expresar ideas propias o construirse sus propios estilos, lo cual conlleva en general cierta volubilidad, mutación fácil y falta de firmeza.

Yo soy uno de ellos. Mi única idea y tendencia propias es mi negativa a ir a bodas, se casare quien se casare y por el rito o procedimiento que fuere, pero como esta bitácora trata sobre las palabras y no sobre mí ni sobre mis defectos (de otro modo, me pasaría el día hablando sobre mi ginecomastia), creo que será mejor que vayamos al tema.

Hoy toca hablar del uso impersonal del verbo haber. Un verbo impersonal es aquel que carece de sujeto. No es que esté implícito o elidido, no: es que no tiene. Esto de que un verbo (que por definición es una acción) no tenga agente resulta chistoso, diríase que divino. Cuando llueve, nadie llueve; cuando hay algo, nadie ha nada: simplemente llueve y hay, como sucede con el Mondesvol, que simplemente es. Loado sea siempre en su infinita feculencia. Ramén.

Esto no resulta tan evidente para todos los hablantes, y lo comento porque en estos lares tropicales guanacos estoy viendo que la gente por lo común habla con la peculiaridad de asignarle valor de sujeto a lo que en realidad son complementos directos. Así, el personal dirá con toda naturalidad que "habían muchos mandatarios extranjeros en la toma de posesión de Mauricio Funes".

La concordancia del verbo se realiza siempre con su sujeto, no con el complemento de turno. Es fácil saber que "muchos mandatarios extranjeros" es el complemento directo de esa frase, y no el sujeto, porque se puede decir "los había" y bien sabemos que ese intercambio define específicamente a los complementos directos.

El aspecto gramatical es claro, pero no lo es todo. Resulta que, por lo que parece, el común de los salvadoreños habla así. No hablo de personas desilustradas, sino de todas: arquitectos, ingenieros, economistas. En fin, parece que todos. Cuando grandes masas de hablantes usan algo, por muy agramatical que resulte, conviene tener mucho ojo con ello y no esgrimir los mamotretos con ligereza. Si además los hablantes son cultos, palabra que no exige grandes conocimientos de lingüística, sino solo eso, cultura, conviene agregar más ojos aún. Por ejemplo, es clásico el leísmo de persona masculina y su aceptabilidad por el mero hecho de su abundante uso en amplias regiones de España (poco en América, aunque también se ve de vez en cuando) y por su uso por parte de ilustres escritores, como Cervantes o Tirso de Molina por citar solo dos y ya de hace tiempo ha.

Así es la cosa del verbo haber impersonal, y así es la pregunta: ¿qué hacemos cuando nos enteramos de que algo que mamamos en nuestra infancia, y que en nuestro entorno es normal, resulta ser una incorrección bien descrita? ¿Lo cambiamos o luchamos por su integración y descripción como caso atípico? ¿O simplemente lo cambiamos al escribir o hablar a gentes ajenas a nuestro entorno para que no nos tachen de poco finos pero en nuestra casa seguimos como siempre?

La solución al dilema fluctúa entre la soberbia y la falta de personalidad.

En el municipio de Acajutla, el día de san Bonifacio (obispo y mártir) por la tarde.

Mus

04 junio 2009

Comerse el coco


Se le suele llamar coco a la cabeza, y de ahí salen palabras y expresiones como la mexicana y gráfica quemacocos, que es la ventanilla que se practica en el techo de un vehículo y que en España llamamos con menos arte techo solar; o comerse el coco, que viene valiendo por meditar, analizar, pero que a menudo se usa cuando se medita o analiza algo con espíritu especialmente malsano, dándole vueltas y más vueltas a una misma idea hasta que la propia idea es lo que alimenta los razonamientos sobre la idea y se entra en un bucle interminable que devora los sesos y aliena al interesado hasta el punto de que vive para comerse el coco en lugar de pasar a la acción.

Hay mucha gente que se come el coco. Cuando no se entra en el bucle fatídico, es una buena cosa; cuando se entra, llega un momento en que lo único que sirve es darse un martillazo en el dedo para volver a la realidad y dejarse de pendejadas. También sirve pillarse la picha con la cremallera, aunque esto no es recomendable, creo yo. La estrategia del martillazo es igualmente eficaz y menos humillante, y tiene la ventaja complementaria de ser ambisexual, porque pillarse el capuchón clitoridiano sería excesivo aparte de complicado desde el punto de vista práctico.

El caso es que los cocos son uno de los elementos que definen la vida en el trópico. Están por todos lados. Estos frutos verdes de acá no se parecen en nada a la típica nuez de pulpa áspera y de masticación interminable que se ve por España. La carne del coco local es tierna, a veces un punto gelatinosa, y su agua es abundante y deliciosa. Beber agua de un coco recién bajado de la palmera es una de las grandes cosas que tiene vivir en ciertos sitios. Por ejemplo, mi casa.

Su disponibilidad inmediata no debe entenderse como que comerse un coco o beberse su agua es empresa sencilla. En la película Náufrago, Tom Hanks se ve obligado a comerse el coco para idear un modo de abrir estos frutos y poder así saciar su sed y su hambre.

Por mi parte, conozco dos formas de abrirlos. En ambos casos es necesario un machete bien filoso. Hoy tuve la oportunidad de hacer de puente tecnocultural y enseñé a Santa Ana, el jardinero, una técnica alternativa, sencilla y limpia, de abrir cocos.

Acá en El Salvador los abren del mismo modo que en México. Ponen el coco de lado y van recortando la cáscara fibrosa por el lado apical hasta llegar a la nuez, cuya coronilla terminan rebanando levemente para poder sacar el agua. En Brasil, sin embargo, ponen el coco en posición vertical y le asestan tres machetazos potentes que describen un triángulo. Luego sacan el "bocado" de carne y nuez formado por ese triángulo, y el agua queda accesible de inmediato. Cuando aprendí ese sistema me pregunté de inmediato por qué no se fabrican sacabocados abrecocos; estoy seguro de que tendrían éxito comercial.

En el municipio de Acajutla, el día de san Francisco Caracciolo (fundador), a mediodía.

Mus