29 mayo 2009

Luna de hiel


A falta de romances personales, Mus vive las historias que le llegan en forma de canciones, escritos y películas. Ahora cae la noche frente al Pacífico y por alguna razón se acuerda de Muriel y evoca, y ya son incontables las veces, la escena de Hable con ella en la que un Darío Grandinetti de semblante moriturus le confiesa a Rosario Flores que el amor es la cosa más triste del mundo cuando se acaba.

A Mus le parece que es verdad e importa poco si el final llega por obra y gracia de una mitocondria estúpida que obstinada en su huelga nos mata al ser amado, o por mor de un hipocondrio desbocado por las caricias peritas de un tercero. O por cualquier otra cosa, qué coño, que formas de perder amores las hay, ay, que sí que las hay, de lo más variado.

Muriel es chica y menudita, pero tiene unas carnes fibrosas y flexibles que desprenden confianza, las típicas que transmiten a la semilla la noción tácita de "soy recia en mi menudez y puedes llenar mi vientre porque cuidaré bien de tu estirpe". Y así, con estos mensajes mudos, viene después lo que viene, que por cierto viene explicado en los libros de Biología de educación secundaria y no tiene caso repasar aquí. Baste decir que Muriel parió tres escuincles con el mismo frenesí que los concibió, y a fe que fue grande.

Ese es el problema: el frenesí dio paso a la calma chicha más intolerable que imaginar se pueda y, tras apenas ocho años de convivencia con el padre de sus hijos, el tedio con el que Muriel afronta los encuentros nocturnos con el otrora ansiado semental es inenarrable. La mano que alcanza sus nalgas apenas se apaga la luz le estraga el estómago, y la boca que hurga en su espalda es una ofensa babosa, preludio conocido y previsible de la mano que fuerza su cabeza hacia lo que entonces resultaba un príapo divino y hoy se yergue como insulto detestable. Para cuando las viscosidades que inundaban con deleite inconcebible sus piernas salpican torpe y rápidamente su boca y su cara, las arcadas llevan ya mucho tiempo instaladas en su mente y en su cuerpo, y no quedan números para los vómitos contenidos que se le acumulan en el alma desde hace tantas noches. Infinitas, parecen.

Mus admira a Muriel porque sigue ahí, aguantando mientras discurre una solución razonable a la pérdida del amor y a la fuga del deseo, cavilando como hacerlo volver, cómo darle carpetazo o qué pieza mover. Hogaño cada pieza se convirtió en tres más y eso es una carga notable e ineludible.

A Muriel se la escucha con la atención que se pone a la disertación de un maestro. Es lo único que cabe hacer y es lo que le cumple a Mus.

En el municipio de Acajutla, el día de san Voto (eremita) por la noche.

Mus

26 mayo 2009

Responsabilidades inesperadas

Hoy me topé con un problema que jamás pensé tener.

En mi casa de El Salvador hay una fuente. Voici la fontaine !


Y en la fuente habita Flufi. Voici Flufi !


Resulta que Flufi —que de habitual es tranquila y pasa las horas pensando sin duda en sus orgías quelonídicas y cavilando cómo mejor alcanzarse los genitales con las patitas para safisfacerse (y no autosatisfacerse, puesto que el reflexivo ya indica lo que se desea indicar con el prefijo auto-: no hay mayor necesidad de decir autolesionarse, autocompadecerse o autoloarse) en honor a su existencia solitaria— sacaba esta mañana la cabeza con aprensión y tenía en mis ires y venires por el corredor fija su mirada como el perro que desea que su dueño lo saque a pasear o le tire un palo o le saque el tedio de algún otro modo. Cuando esta uno aburrido, un palo suele entretener bastante. Ejem.

Me preocupó la ansiedad manifiesta del animal y le escribí a la casera para preguntar quién alimentaba a Flufi. Me respondió de inmediato que yo, y que podía darle pan o lechuga en trocitos.

Cielos, ¿y de dónde saco yo una lechuga? Lo mío son los sofritos, y para los sofritos no se usa lechuga. Haciendo de la necesidad, virtud, agarré un pan integral endurecido y probé: Flufi devoraba cuanto pan le ponía a tiro, aunque es algo obtusa y si le tiras el alimento al agua tarda bastante en encontrarlo. Después probé con trocitos de piña, de los cuales comió con poco convencimiento el primero y escupió sin miramientos el segundo y siguientes. Quisé compensar la dieta glucídica con algo de fibra fresca y probé con el tallo verde de unas cebolletas. Nada, ni tocarlo; se conoce que huele fuerte. Después probé con unos tiernos chícharos de lata: tampoco.

Así que seguí echándole pan mientras analizaba otras opciones. Decidí probar con la pulpa tierna de un coco que Samuel me había bajado por la mañana: gu’ta nena, coco; así que venga a darle coco. Comprobé que una vez probado el coco rechazaba el pan, así que el arrebato inicial por el pan debía tener más que ver con una hipoglucemia de libro que con una preferencia gastronómica. Pobre bicho.

Entre tanto, Flufi me había dado un picotazo en un dedo que me hizo salir una gotica de sangre. Semejante fiereza, junto con la certeza de que estos animales comen camarones, me hizo probar otra estrategia dietética. No iba a darle camarones, claro: primero, porque no tengo; y segundo, porque de tenerlos me los comería yo y a Flufi que le den mucho por el caparazón. Sin en cambio, estaba preparando una de mis recetas de pollo con cosas (en esta ocasión, cebolla, pimiento, piña, chícharos, coditos y salsa teriyaki) y al deshuesar el pollo me quedaban algunas hilachas de carne. Con paciencia las recorté y probé a ofrecérselas a Flufi: gu’ta nena, pollo. No le di más nada porque no tenía más carne que darle y porque me acordé de mi amigo M., que siendo niño le dio tanto pienso a un gorrino que su padre estaba engordando que al día siguiente el gorrino apareció panza arriba, reventado.

Ya sé lo que comes, Flufi, aunque haya sido a base de una torpe estrategia de ensayo y error. Aguántame un poco, que conmigo vas a comer divinamente. A cambio, respétame los dedos y cuéntame eso de las orgías de ustedes los reptiles, que a mí que soy una lagartijilla inquieta me interesa mucho.

En el municipio de Acajutla, el día de san Exuperancio (abad) por la tarde.

Mus

10 mayo 2009

El rol femenino



Hoy hablará la Historia, por desgracia, para sonrojarnos y atormentarnos como suele.
- "Si tu marido te pide prácticas sexuales inusuales, sé obediente y no te quejes."
- "Si él siente la necesidad de dormir, no le presiones o estimules la intimidad."
- "Si sugiere la unión, accede humildemente, teniendo siempre en cuenta que su satisfacción es más importante que la de una mujer. Cuando alcance el momento culminante, un pequeño gemido por tu parte es suficiente para indicar cualquier goce que haya podido experimentar."
- "Todos los días deberíamos de dar gracias a Dios por habernos privado a la mayoría de las mujeres del don de la palabra, porque si lo tuviéramos, quién sabe si caeríamos en la vanidad de exhibirlo en las plazas."
- "Las mujeres nunca descubren nada; les falta el talento creador reservado por Dios para inteligencias varoniles."
- "La vida de toda mujer, a pesar de cuanto ella quiera simular -o disimular- no es más que un eterno deseo de encontrar a quien someterse".
Pilar Primo de Rivera dixit.

What a fabric...* Como diría mi hacedor: qué país, qué paisaje... ¡qué paisanaje!

En San Salvador, el día de san Juan de Ávila (sacerdote) por la mañana.

Mus

*"Vaya tela...", en fromlostiano.

08 mayo 2009

Via restaurantis (sección gastrosensual): decimocuarta estación

Decimocuarta estación: El cuerpo de Mus se recoloca.
Acaso fuera la desesperación sexual, la imperiosidad de nuestras pulsiones y lo acuciante de nuestra ansia de compartirnos físicamente tras una tarde de arrumacos gastronómicos, táctiles y mentales, pero lo cierto es que, conmigo de cuerpo presente, la interpretación de la vanidad: pastel jugoso de chocolate, crema fría de almendras, fondos dorados, pompas y cacao nos supo un tanto vulgar a los dos.

Ver un postre que llega a tu mesa en algo parecido a una ebullición es muy espectacular, y más cuando tú mismo estás evaporado; pero el aire, las burbujas, aire y burbujas son al fin y al cabo y no por más necesarios son menos insustanciales. Como presentación, el plato es increíble: una auténtica mus rodea un bombón blando; pero el sabor me deja frío. Es un postre de chocolate y punto.

El chocolate es un alimento cruel que lo mismo arregla las ansias premenstruales de una dama, que te estropea un plato por su predominancia de sabor. Cuando uno come algo con chocolate como ingrediente primario, todo sabe a chocolate. La única excepción, si acaso, son los moles mexicanos, muchos de los cuales tienen una gran base de cacao pero no te enteras... porque las lágrimas del enchilamiento te impiden apreciar este fondo cacaotero. En España debiérase comer más mole y más chile, y prestarse menos atención a la ubicua gilipollez televisiva.

A mí, que soy tan imperfecto que hasta carezco de matriz con la que menstruar, este postre me obró de un modo muy peculiar: me reintrodujo en el cuerpo, redilató mis arterias e infundió una chispa eléctrica a mi corazón, que se puso a latir como si tal cosa. Chichi se sobresaltó al ver que me reincorporaba y dijo algo sobre un prodigio que mi sordera me impidió entender, pero yo encontré mi reanimación de lo más normal; al fin y al cabo, siempre había estado allí, con ella. Eso sí, ahora tenía manos de nuevo y pensé que ahora sí que le iba a hacer cositas ricas en cuanto aflojara la billetera y pidiera la cuenta. Ella algo debió de colegir, porque levantó la mano y en menos de un minuto estábamos fuera, disfrutando de las hojas, los frutos y las flores que antes nos habíamos comido.

Eso fue todo, regado con una botella de un tinto de cuyo nombre no puedo acordarme.

Epílogo
Aquella noche, en mi cama inevitablemente solitaria, soñé que Chichi me amaba en secreto, desde la intimidad de su lecho de 2 pax con ocupación individual, y yo la correspondía con tal pericia que ella no podía reprimirse y al cabo me rogaba: "¿Podemos repetir?".

Y yo, que la entendí a la primera, le aseguré que sí, que volveríamos a Mugaritz. ¿Alguien se apunta?

Escrito en un vuelo de Continental Airlines el día de san Fidel de Sigmaringa (presbítero y mártir) por la noche; publicado el día de san Pedro de Tarantasia (abad) por la noche.

Mus

07 mayo 2009

Via restaurantis (sección gastrosensual): decimotercera estación

Decimotercera estación: El cuerpo de Mus descansa yerto sobre el piso.
Cual Cid valeroso, abandono el mundanal ruïdo por la vía lingüística (esto es, de presente me torno en pasado) pero no sin antes librar y vencer las últimas escaramuzas de esta batalla gastronómica. ¡Chúpate esa, Teresa!

Mi alma se despega de la piltrafa osteomuscular que la portaba y me estrecho contra las manos de Chichi. Como parece dejarse, aprovecho para hurgar por doquiera y darle besos del alma por todo lo pecaminoso. Pero nada, ni una mísera reacción, ni una humedad, ni una piel de gallina: nada. Esto de ser etéreo tiene sus inconvenientes: es todo fusión, adherencia, pero falta el tacto. Empiezo a extrañar unas manos con las que tocar a mi amada y a sospechar que la penetración que uno esperaba va a tener algún que otro problema logístico. Toda la vida discurriendo para mi coleto cómo atravesarla y ahora resulta que puedo hacerlo a mi antojo pero eso de "atravesar" adquiere un sentido inesperado y soso.

Mas hay platos que levantan el alma, una suerte de afrodisíacos anímicos cuya existencia se hace verbo cuando arriba un camarero gentil con un bombón caliente de calabaza entre complementos dulces y amargos.

Chichi tiene todas las cualidades de las mujeres y ninguno de los defectos de los hombres, lo cual es una suerte. Por ejemplo, es observadora y perspicaz, y al momento se da cuenta de que aquel pedazo tetraédrico de calabaza tiene, técnicamente, más enjundia culinaria que la que aparenta. A ver si no cómo se consigue que un dado de naranjosa cucurbitácea feliz se quede tierno y delicioso por dentro pero ligeramente rígido por fuera. Ella fue quien se lo planteó y yo desde mi tribuna pasiva la adoré en alma en ese instante y solo sentí que me dominaba el deseo de hundirme entre sus piernas para embeberme de su presteza mental. Esto me recuerda que los complementos eran cremas de boniato y café.

No se pregunten qué sucedía con mi cuerpo mientras ella comía la calabaza con su boca y yo con toda mi alma. ¿Por qué habría de importar mi cuerpo? Ya me sucedía de vivo, que no me comía ni un colín, y no ha de extrañar a nadie que tal situación trascienda mi propia existencia. Es más, tras la experiencia de este delicioso postre, me quedé deseando vivamente que me vuelvan a dar calabazas.

Escrito en un vuelo de Continental Airlines el día de san Fidel de Sigmaringa (presbítero y mártir) por la noche; publicado el día de santa Flavia Domitila (mártir) por la noche.

Mus

Via restaurantis (sección gastrosensual): duodécima estación

Duodécimo misterio (o decimosegundo): Mus muere en la mesa.
Chichi comprendió al punto la etiología de la licuefacción que había sufrido yo con lo anterior, y de hecho me comentó que ella misma había sentido una sensación húmeda incontenible; pero justo cuando estaba a punto de decirme en qué lugar de su excelsa anatomía había sentido esa humedad y así darme pie a ofrecer mis servicios pertinentes de plomería (también se dice fontanería y gasfitería, entre otros), el sempiterno camarero nos trajo el primer postre: unas hojas, frutos y flores.

Estos platos son para gente más acostumbrada a los deleites que yo, que apenas salgo de las gachas con torreznos y el pisto de pobre, pero nos dieron espacio para relajarnos tras el episodio del desparrame. Después, sin aviso previo ni anuncio alguno, se desencadenó la tragedia.

"Mus, te deseo con toda mi alma. No aguanto más; vámonos cuanto antes a follar" —me confesó Chichi. Y yo, obediente a mi sistema nervioso simpático, sentí cómo la descarga adrenalínica estenosaba mis arterias corporales hasta detener toda la sangre de todo el cuerpo y fallecí en ese instante.

Hay palabras que matan.

Escrito en un vuelo de Continental Airlines el día de san Fidel de Sigmaringa (presbítero y mártir), por la noche; publicado el día de santa Flavia Domitila (mártir) al mediodía.

Mus

06 mayo 2009

Via restaurantis (sección gastrosensual): undécima estación

Undécima estación (o decimoprimera o también oncena): Mus es clavado al sabor del plato.
La tranquilidad de lo dicho, el paso dado, da paso a una pasión desmesurada que se desboca más aún, si cabe, con la llegada del último plato salado.
Tradición mar y dehesa: rabitos de cerdo ibérico estofados y cigalitas salteadas bañados con la reducción del jugo de cocción infusionado con jamón ibérico de bellota.
Miren, si fuman, dejen de hacerlo aunque sea solo por un par de meses y con lo ahorrado vayan a comer allí y pidan esto. Cuando me metí el rabito en la boca (lo cual suena algo gay, lo admito) se me descompuso todo el aparato locomotor y quedé convertido en blandiblú.

Menudo lío se armó: Chichi chichichillaba de angustia al verme allá desparramado y con los ojillos vidriosos de gusto posorgásmico; el metre pedía a gritos que alguien trajera un recogedor para sacarme de allí, o al menos una esponja o un trapo o una fregona. Mientras, licuefacto, yo los dejaba hacer y me limitaba a paladear los resquicios de aquel sabor ibérico sin dejar de mirar, cómodamente regado por el suelo, la entrepierna de Chichi, que ella me mostraba sin pudor, y fantaseaba con una orgía de rabitos de cerdo, piernas de escándalo y entrepiernas de tórrida lujuria.

A pesar de mi insistente amenaza de no recobrar mi antropomorfismo habitual si no me traían más rabitos (y más cigalas, que las ponían en plural pero yo solo vi una), los del restaurante se mostraron firmes y al fin tuve que transigir y tornar a la solidez y al orden.

¡Qué portento de plato, cielo santo! ¡Qué cosa más ricaaaaa! Les pedí la receta, claro. Cuando regrese a España, llamaré a Chichi y le propondré que me deje hacerle una delicia así con el rabito.

Escrito en un vuelo de Continental Airlines el día de san Fidel de Sigmaringa (presbítero y mártir), por la noche; publicado el día de san Petronax (obispo), por la noche.

Mus

Via restaurantis (sección gastrosensual): décima estación

Décima estación: Mus es despojado de sus vestiduras (¡qué más quisiera él!)
Le declaro mi amor a Chichi y le confieso que, desde hace veinte años, solo he pensado en ella y nada más que en ella. Le arranco una sonrisa y una sombra de duda porque, según ella, nomás nos conocemos desde hace tres. Al principio desestimo tal, pero luego replico con firmeza que el desliz cronológico es por la desorientación que me provoca su belleza; y ella sonríe y yo me deshago, me evaporo, me sublimo, como en la canción de Mecano.

Solo me devuelve al estado sólido una pieza de ternera de leche asada y perfumada entre brasas de sarmiento, briznas de tomillo, cenizas, sales y rábanos crocantes. Aclaro que lo asado es la pieza de ternera de leche, no la leche. Quizá haya sido el mal momento, la interrupción del momento amoroso estelar, la declaración, pero lo cierto es que el trozo de ternera, con ser tierno y todo eso, resulta un tanto desabrido. Mi estado sólido no solo procede de la vuelta a la realidad, sino también de la frialdad que me transmite el plato.

Al momento me repongo, sin embargo, y me dedico a lo importante: ella y nada más que ella. Dejo mi palma reposando sobre la suya y mi vida descansando sobre su alma. También le miro las tetas con disimulo, pero Chichi me pilla, abre su sonrisa y me abaniquea con las pestañas, y yo pierdo los calzones y me rederrito.

Escrito en un vuelo de Continental Airlines el día de san Fidel de Sigmaringa (presbítero y mártir), por la noche; publicado el día de san Petronax (obispo), por la tarde.

Mus

05 mayo 2009

Via restaurantis (sección gastrosensual): novena estación

Noveno misterio: Mus se sonroja por tercera vez
Chichi me asegura con un mohín que odia dormir sola y que ayer se desveló y pensó venir a mi cuarto. A mí se me cae el tenedor por el respingo que doy y aunque estoy seco como guindilla hilada y expuesta al solano en un patio manchego, tengo la impresión de sudar y sudar y sudar, y de tener la faz del tono bermejo que suele el asadillo.

Soy un puro deseo impuro que casi me sobrepasa cuando vienen de nuevo los chicos de Mugaritz con un lomo de lenguado bajo una salazón de hojas de achicoria y concentrado de sus espinas. Si la mancha de una mora, con otra mora se quita, y si un clavo saca a otro clavo, tengo la esperanza de que este concentrado de espinas me saque la púa pasional concentrada que me lacera el hipogastrio.

Me levantaría sin más y le plantaría un beso de época a Chichi, pero sé que también querría tocarle el cuerpo por todos lados, atacarla, abrazarla, rechupetearla y acogotarla y... en fin, que no es plan; así que me pongo con el lenguado, cuyo único delito (maguer grave y casi diríase de lesa humanidad) es que me lo acabo en tres bocados a pesar de cortarlo en pedacitos tan exiguos que en un santiamén matarían de depresión a Obélix.

Señores cocineros: el tamaño sí importa. Pero no se miren el pene sino la fe de su iglesia y conforme a estas palabras concédannos la paz de unas unidades más grandes. Amén.

Escrito en un vuelo de Continental Airlines el día de san Fidel de Sigmaringa (presbítero y mártir), por la noche; publicado el día de san Nancto (abad), por la noche.

Mus

Via restaurantis (sección gastrosensual): octava estación

Octavo misterio: Los camareros del restaurante lloran por Mus.
Aprovechando un receso, Chichi va al tocador. Las damas siempre van al tocador; acaso no reparan en que uno se ofrecería gratis para ser tocador. Y sujetador, también.

La veo alejarse, con ese suave contoneo, de tango, de tanga, de tengo (otra erección). Cielos, qué apuro, espero que nadie se haya percatado. Pero allá nadie va armado de microscopio y por tanto es imposible que hayan apreciado mi plenitud hemática genital.

Tan pronto vuelve Chichi con su bamboleo, esta vez alegremente pectoral, un adorable mesero nos pone, así sin anestesia ni nada, un escalope de foie gras de pato sahumado a la parrilla y guarnecido con semillas y hojas de mostaza. Meto un trozo del escalope en mi boca junto con algunas semillas y al punto tengo la impresión de estar derramándome. Ustedes no saben lo que es tener ese alimento en la boca y a Chichi en el corazón y en el hipotálamo.

Cuando vienen por el plato (impoluto lo dejo, claro está), el mesero se interesa y pregunta si todo está bien. Le respondo con tristeza que no, que no está todo bien: que se acabó enseguida. Hay platos que debieran ser como las mamadas: eternos. Este es uno de ellos. Al empleado se le aprecia una lágrima emocionada por mi confesión y a mí me surte otra de retaliación solidaria y de nostalgia por el fua que ya me abandonó, camino de mi cardias.

Escrito en un vuelo de Continental Airlines el día de san Fidel de Sigmaringa (presbítero y mártir), por la noche; publicado el día de san Nancto (abad), por la mañana.

Mus

04 mayo 2009

Via restaurantis (sección gastrosensual): séptima estación

Séptimo misterio: Mus se sonroja por segunda vez
Chichi alarga la mano por encima de la mesa y la deposita suavemente sobre la mía. Me mira entre seria y divertida y me dice que siempre le gusté y que está feliz de que haya venido con ella. Yo alcanzo mi punto de fusión con tal frase y el vértigo que me arrebata el hipocondrio solo cede a golpe de las yemas de erizo revestidas con un néctar de verduras dulces con granos de pimienta larga, plato que con diligencia suma nos aporta una mesera. Su acento me suena.

—¿Le importa que le pregunte de dónde es usted?
—Mexicana, de Ciudad Juárez.
—¡Ándale!, ya sabía yo que me sonaba su acento.

En el plato predomina el sabor intenso de los erizos; personalmente me importa poco porque me gustan los sabores intensos, como adivino que son los besos de Chichi, pero debo decir que el plato me decepciona un poco, justo porque no logro verle el chiste al néctar ese de verduras duz y tal. Me gusta porque los erizos me erizan la pelambre, pero si me habrían puesto solo esos animales en el plato me habría horripilado igual.

Escrito en un vuelo de Continental Airlines el día de san Fidel de Sigmaringa (presbítero y mártir), por la noche; publicado el día de san Gotardo o Godofredo (obispo), por la tarde.

Mus

02 mayo 2009

Via restaurantis (sección gastrosensual): sexta estación

Sexta estación: La visión altera el rostro de Mus
Esta chica me está volviendo loco. Me mira arrobada y me dice que está encantada de que la acompañe y que está dispuesta a pasarlo fenomenal todo el día... y toda la noche. Esto último lo añade con una picardía que me seca la boca con crueldad. Le largo un tiento al vino y sus taninos leves me sueltan un latigazo por la espina dorsal. Por fortuna, los subalternos están prontos y me echan un capote consistente en centolla con tupinambos asados. Los tupinambos son unos bulbos carnositos y con el dulzor que dejan las féculas cocinadas lentamente, pero no resultan feculentos sino pectínicos. Por analogía fónica, de la feculencia me paso sin poder evitarlo a la suculencia, y de ahí directo a la opulencia de los labios de Chichi que, como pueden imaginarse, tienen la típica topografía chup-chup que volvería loco a cualquiero o cualquiera.

Yo, que soy muy obediente con estas cosas, me quedo agilipollado al verle las bembas mordiendo con discreción un tupinambo. Una erección inopinada asoma en mi entrepierna y eso me hace sentir primitivo, casí indigno de su atención. Intento superar este momento engullendo un tupinambo. Centolla no quedaba ya en el plato; si hubiera quedado, habría engullido centolla.

Escrito en un vuelo de Continental Airlines el día de san Fidel de Sigmaringa (presbítero y mártir), por la noche; publicado el día de san Atanasio (obispo y doctor de la Iglesia), al mediodía.

Mus