La virginidad es importante
El otro día cometí un crimen infantil: me comí a uno de los tres cerditos.
En descargo he de decir que no fue una puercofagia individual, sino que me acompañaban otras gentes. Cualquier pena que se me quiera imponer por este hecho debe en consecuencia ser dividida entre todos los implicados, que una cosa es comerse un lechón y otra cargar con el mochuelo.
Durante la cena, una turca empapada de tinto confesó con una mezcla de vergüenza, orgullo y efluvio etílico (mezcla habitual, pardiez) que ella había llegado virgen al matrimonio.
—¡Yo también me estoy reservando! —exclamé sonriente.
—Pues peor para vos, imbécil —me retrucó la gentil dama.
—Ah, bueno —alcancé a decir mientras cerraba la boca para el resto de la velada.
Me pregunto cuántas de las que llegaron vírgenes al tálamo recomendarían tal práctica a su prole femenil en la sociedad occidental actual; sobre todo cuántas de ellas la recomendarían con fines prácticos, no meramente religiosos o morales, por ejemplo por aquello de reforzar el vínculo y que el hombre no se escapara o considerara excesiva la vivacidad sensorial de la joven adoctrinanda.
Acaso por carecer de himen y porque la virginidad como tal es una entelequia entre los varones, siempre me ha parecido impenetrable este asunto (pido disculpas pero no pude evitar el juego de palabras). Entiendo que hacer algo por primera vez tiene cierto misterio y encanto, pero para estimular esas sensaciones, tanto en el hombre como en la mujer, no hace falta centrarse en algo tan idiota —y muy molesto a veces— como la remoción de un cacho de tejido de funcionalidad dudosa.
En la literatura que ronda mi encéfalo hay una bellísima descripción de los desfloramientos que se me antojan importantes, de los que de veras merecen la pena.
Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.El himen no es importante. La virginidad sí lo es, pero no para conservarla sino justo para todo lo contrario: para gastarla en osadías impensables, como los primeros lechones asados, los primeros amontonamientos sobre la arena de una playa cálida, las primeras fragancias del magnolio, los primeros desvelos maternales, las primeras piñas de guineos que se cortan de un machetazo, los primeros galanes de noche que se abren ante nuestros ojos, las primeras cosechas de deyecciones de lombriz...
En esta búsqueda por hacer algo por primera vez no dependemos más que de nosotros. Bueno, no tanto, ahora que me doy cuenta. Por ejemplo, yo todavía ando buscando dos chicas para mi primer trío. A este paso se me pasará el arroz y tendré que montármelo con dos muñecas hinchables. Digamos pues que dependemos de nuestra disposición personal y de algo de suerte en el caso de desvirgamientos en equipo. Ni modo.
Soy virgen por definición, pero procuro irme moderando en ese necio y feo vicio. En cuanto al chanchito, estaba crujiente por fuera, tierno por dentro y delicioso en su conjunto aunque no fuera mi primera vez.
En el municipio de Acajutla, el día de san Guido (campesino) por la tarde.
Mus
4 Comments:
El solo título, provoca escalofrios, (y también muchos recuerdos), pero creo que lo único importante del "asuntito", es que después del desvirgamiento, le agarra uno tal gusto!!!
Nada nada, hay que probar y catar, gozar y paladear hasta encontrar el mejor semental.
Y luego ya veremos si procede casamiento, que la vida tá muy achuchá.
:)^^
Y tan importante, oiga.
Yo la pierdo cada día... (Léase acompañándolo de sonrisa pícara.)
Está visto i comprobado que las barreras solo sirven para saltárselas.
Me encanta el lechón, pero que me lo sirvan bien crujiente y sin cabeza, no puedo con el morrito y la oreja...se me activa el dispositivo del instinto maternal y soy capaz de arruinar la velada a cualquiera.
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