Encabalgamientos
Un encabalgamiento es una técnica lírica que consiste en cortar una unidad sintáctica y trasladar al siguiente verso el resto para favorecer la rima o la métrica. Se me ocurre que los encabalgamientos son como algunas historias cinematográficas que se van entremezclando y en las que el director nos narra la acción a cachos aparentemente irrelacionados (véase Amores perros), y creo que son sucesos más cotidianos de lo que parece.
Hace unos días, caminando por San Salvador, me encontré con un fruto de Anacardium occidentale o, como le dicen aquí, marañón. No sé qué hacía ahí; probablemente se le cayera a alguien, porque el árbol que había encima no era un marañón. Cuando lo encontré, aún estaba pegado a su pseudofruto carnoso, el cual le retiré porque no era plan de metérmelo al bolsillo y que se me hiciera pulpa y me embarrara todo. Era la primera vez en mi vida que veía un fruto de marañón, pero lo reconocí al instante y consideré el hallazgo un buen augurio. Todavía lo llevo en el bolsillo.
En España los llamamos anacardos; en México, nueces de la India; en la Argentina, castañas de cajú; y por acá les dicen semillas de marañón. Sin embargo, tiene muchos otros nombres, tantos que parece un infante real. Hoy sorprende que haya algunos frutos y árboles con el apellido "de la India" a pesar de provenir de América, pero basta recordar que el gran archivo español sobre América se llama Archivo de Indias y que los que regresaban de América eran los indianos. Eso aclara algo la denominación.
Mi hallazgo botánico parece un riñón de cordero refrito, lo cual es fácil de afirmar si se han comido muchos riñones de cordero, como es mi caso, pero no tan fácil de verificar si no se han comido tales vísceras, como es el caso de la mayoría de la gente. Si es usted, querido lector, querida lectriz, una de las primeras personas, enhorabuena; si es usted de las segundas personas, le hablaré de tú.
Pero dejemos los chistes gramaticales. El caso es que en España hubo en el siglo pasado un médico muy famoso, el Dr. Marañón, un internista que escribió muchas cosas de interés para la época y que enlazó la ciencia y el humanismo como pocos. Como dio en morir antes de nacer yo, me resultó imposible conocerlo, pero un azar me dio la oportunidad de conocer a alguien que sí lo conoció y lo trató directamente porque se dedicaba, entre otras cosas, a apoyar la preparación de sus escritos y discursos aportando bibliografía y correcciones de estilo: el Dr. Alfredo Juderías.
Juderías era un personaje interesante. Venía a mi casa una vez al mes, el primer miércoles o jueves, a comer cocido. Durante la comida conversaba con mi padre sobre tiempos idos y sobre proyectos nuevos, entre los cuales figuraron dos obras asombrosas: Cocina de pueblo (en una de cuyas recetas colaboró mi abuela) y Cocina para pobres. Lo asombroso no es que este hombre escribiera a pesar de ser médico, ya que él era ante todo escritor. Lo increíble es que él no era cocinero ni es probable que jamás se hubiera arrimado a un fogón como no fuera para catar alguna coseja que anduviera en preparación en los pucheros. Todo su arte consistía en escribir, y a fe que lo hacía con gracia.
Sus recetas son un encanto precisamente porque son muy difíciles de seguir. En sus descripciones y medidas abundan las aproximaciones del tipo de "un cachejo de esto", "una miaja de aquello", "una pizca de esotro" o "tenerlo un rato en la lumbre", que, aunque son las medidas razonables para quien está avisado, resultan de lo más misterioso para quien no lo está... que por eso probablemente compró el libro.
Por cierto que en mi última estancia en España recuerdo que pasé por delante de una librería en la que vendían su Cocina para pobres y se me dibujó una gran sonrisa al ver en primera fila semejante título, con los típicos pobretones de Mingote dibujados en la portada. No creo que esa obra haya sido nunca un éxito de ventas, pero la crisis es la crisis y hay nombres que en ciertas épocas resultan irresistibles. Apuesto a que más de uno lo compró por pura afinidad emocional.
Mi cerebro infantojuvenil apenas recuerda de don Alfredo más cosas que estas: que se comía las aceitunas separando paciente y metódicamente con un cuchillo la pulpa del hueso y que siempre andaba hablando de Sigüenza, un pueblo de Guadalajara, e invitando a mi padre a ir por allá de visita. No en vano escribió un libro, Elogio y nostalgia de Sigüenza que ha merecido suficiente atención como para que se hayan hecho ediciones de lujo.
Ahora que mi conjunto neuronal ya no es infantojuvenil (y hay quien afirma que ni siquiera es conjunto) pero retiene ciertos momentos con más tino, creo que siento no haber podido conocerlo y disfrutarlo más. Me gustaría compartir mesa de nuevo con él y pedirle que se trajera a Marañón para apretarnos un cocido madrileño hecho por mí y oírlos hablar de Medicina, de las palabras y de la relación que todo ello guarda con un fruto de aspecto nefroso que me encontré una mañana de paseo en San Salvador, al otro lado de un mundo inmensamente chico en el que se encabalgan historias a diario.
Ni modo. Lo que está claro es que mi capacidad de síntesis es escasa.
En San Salvador, el día de san Pedro Crisólogo (obispo y doctor de la Iglesia), por la tarde.
Mus
Hace unos días, caminando por San Salvador, me encontré con un fruto de Anacardium occidentale o, como le dicen aquí, marañón. No sé qué hacía ahí; probablemente se le cayera a alguien, porque el árbol que había encima no era un marañón. Cuando lo encontré, aún estaba pegado a su pseudofruto carnoso, el cual le retiré porque no era plan de metérmelo al bolsillo y que se me hiciera pulpa y me embarrara todo. Era la primera vez en mi vida que veía un fruto de marañón, pero lo reconocí al instante y consideré el hallazgo un buen augurio. Todavía lo llevo en el bolsillo.
En España los llamamos anacardos; en México, nueces de la India; en la Argentina, castañas de cajú; y por acá les dicen semillas de marañón. Sin embargo, tiene muchos otros nombres, tantos que parece un infante real. Hoy sorprende que haya algunos frutos y árboles con el apellido "de la India" a pesar de provenir de América, pero basta recordar que el gran archivo español sobre América se llama Archivo de Indias y que los que regresaban de América eran los indianos. Eso aclara algo la denominación.
Mi hallazgo botánico parece un riñón de cordero refrito, lo cual es fácil de afirmar si se han comido muchos riñones de cordero, como es mi caso, pero no tan fácil de verificar si no se han comido tales vísceras, como es el caso de la mayoría de la gente. Si es usted, querido lector, querida lectriz, una de las primeras personas, enhorabuena; si es usted de las segundas personas, le hablaré de tú.
Pero dejemos los chistes gramaticales. El caso es que en España hubo en el siglo pasado un médico muy famoso, el Dr. Marañón, un internista que escribió muchas cosas de interés para la época y que enlazó la ciencia y el humanismo como pocos. Como dio en morir antes de nacer yo, me resultó imposible conocerlo, pero un azar me dio la oportunidad de conocer a alguien que sí lo conoció y lo trató directamente porque se dedicaba, entre otras cosas, a apoyar la preparación de sus escritos y discursos aportando bibliografía y correcciones de estilo: el Dr. Alfredo Juderías.
Juderías era un personaje interesante. Venía a mi casa una vez al mes, el primer miércoles o jueves, a comer cocido. Durante la comida conversaba con mi padre sobre tiempos idos y sobre proyectos nuevos, entre los cuales figuraron dos obras asombrosas: Cocina de pueblo (en una de cuyas recetas colaboró mi abuela) y Cocina para pobres. Lo asombroso no es que este hombre escribiera a pesar de ser médico, ya que él era ante todo escritor. Lo increíble es que él no era cocinero ni es probable que jamás se hubiera arrimado a un fogón como no fuera para catar alguna coseja que anduviera en preparación en los pucheros. Todo su arte consistía en escribir, y a fe que lo hacía con gracia.
Sus recetas son un encanto precisamente porque son muy difíciles de seguir. En sus descripciones y medidas abundan las aproximaciones del tipo de "un cachejo de esto", "una miaja de aquello", "una pizca de esotro" o "tenerlo un rato en la lumbre", que, aunque son las medidas razonables para quien está avisado, resultan de lo más misterioso para quien no lo está... que por eso probablemente compró el libro.
Por cierto que en mi última estancia en España recuerdo que pasé por delante de una librería en la que vendían su Cocina para pobres y se me dibujó una gran sonrisa al ver en primera fila semejante título, con los típicos pobretones de Mingote dibujados en la portada. No creo que esa obra haya sido nunca un éxito de ventas, pero la crisis es la crisis y hay nombres que en ciertas épocas resultan irresistibles. Apuesto a que más de uno lo compró por pura afinidad emocional.
Mi cerebro infantojuvenil apenas recuerda de don Alfredo más cosas que estas: que se comía las aceitunas separando paciente y metódicamente con un cuchillo la pulpa del hueso y que siempre andaba hablando de Sigüenza, un pueblo de Guadalajara, e invitando a mi padre a ir por allá de visita. No en vano escribió un libro, Elogio y nostalgia de Sigüenza que ha merecido suficiente atención como para que se hayan hecho ediciones de lujo.
Ahora que mi conjunto neuronal ya no es infantojuvenil (y hay quien afirma que ni siquiera es conjunto) pero retiene ciertos momentos con más tino, creo que siento no haber podido conocerlo y disfrutarlo más. Me gustaría compartir mesa de nuevo con él y pedirle que se trajera a Marañón para apretarnos un cocido madrileño hecho por mí y oírlos hablar de Medicina, de las palabras y de la relación que todo ello guarda con un fruto de aspecto nefroso que me encontré una mañana de paseo en San Salvador, al otro lado de un mundo inmensamente chico en el que se encabalgan historias a diario.
Ni modo. Lo que está claro es que mi capacidad de síntesis es escasa.
En San Salvador, el día de san Pedro Crisólogo (obispo y doctor de la Iglesia), por la tarde.
Mus
2 Comments:
Es uno de mis verbos favoritos: cabalgar.
Qué palabreja tan carismática. Por muchas, inocentes y no, razones.
Y hasta ahí puedo leer.
Entre que acabo de leer debido a mi ausencia temporal la entrada de la cata de tomate y ahora me menciona los riñones de cordero, el cocido y las aceitunas, adivine.
Voy a rapiñar la nevera, 'dita sea.
> Y hasta ahí puedo leer.
Me malicio que aquí está la Ruperta. Mejor elegimos los velones y pasamos en los encabalgamientos, que prometen mucho pero luego acaban en calabazas.
Publicar un comentario
<< Home