28 marzo 2009

Humildad para empezar


Padua es una ciudad universitaria, una especie de Salamanca venetiana. Las casas asoman a las calles los pintorescos arcos apuntados de sus balcones, en los que sin gran esfuerzo uno se imagina lúbricas peladas de pava y algún que otro caso de expugnación, escala o habilidad trepadora mediante, de la virtud de doncellas encopetadas. No en vano, Verona, la ciudad de los Montescos y los Capetos, está apenas a una hora de viaje en automóvil.

Los habitantes de Padua parecen, con buen tino, preferir la bicicleta como medio de transporte. Los más flojillos optan por funcionales bicicletas eléctricas que permiten pedalear sin grandes esfuerzos o disfrutar del recorrido a pedal parado. Me gustan estos cacharros. Creo que la revolución de nuestras ciudades (y de nuestra salud) pasa más por la difusión de estos medios de transporte que por las estrategias de prevención habituales: dieta, condones, taichí, shiatsu, fujitsu, mecachis, etc.

En el centro de la ciudad, comilfó, está el alma máter de más de un italiano. En la fachada honorable de esa universidad, el viajero se topa con unos curiosos carteles manuscritos, con viñetas, caricaturas y texto abundante. Por doquier se forman grupettos arremolinados en torno a alguien. Todo el cuadro apesta a chanza universitaria, pero como no termino de enterarme y soy de natural chismoso, me animo a inquirir al respecto a una amable paseanta de aspecto conciliador.

—Signorina, perfavore, é possibile sapere...
—Soy de Cuenca, ¿qué quieres?
—Ah, bueno. ¿Se me nota mucho el acento?
—...
—Ya veo, no hace falta que me contestes. Oye, pues nada, que si me puedes explicar qué es esto de los carteles.
—Hay que ver qué pelmazos sois los turistas. Eres el tercero que me viene hoy con la misma.
—Es decir, si no te importa, claro. Luego, si quieres, te invito un café y te explico las letras prostéticas, epentéticas y epitéticas, para que presumas en Cuenca. ¿Hace?
—Cojonudo, tío, siempre quise saber eso. ¡Hace!

Cuando los estudiantes universitarios finalizan su licenciatura (se reciben, como se dice en México, o se licencian, como se dice en España), reciben el título de dottore y sus amigos preparan esos carteles en los que se narran con humor y un buen punto de acidez los antecedentes universitarios del nuevo licenciado... sobre todo sus peripecias sexuales, escatológicas o vergonzantes de cualquier clase. El flamante dottore debe cumplir los siguientes ritos, sin excepción y sin rechistar:
1. Leer de cabo a rabo ante sus amigos y familiares el cartelón, que con frecuencia, por más joder, está escrito en una letruja escuetísima.
2. Aguantar las innumerables interrupciones burlescas que se le dedican durante la lectura.
3. Hacer la lectura ataviado con la indumentaria que le exijan, lo cual incluye, según me cuentan, la ausencia (total o parcial) de indumentaria alguna. Ayer pude ver a una que iba vestida de algo que podría definirse como mezcla de Peter Pan, Tita Cervera y el cobrador del frac.
Esta tradición es, al parecer, exclusiva de la universidad de Padua, y me pareció muy pertinente. En primer lugar, porque una broma de tus pares siempre es buena cosa. En segundo lugar porque comenzar recibiendo un título de dottore cuando en realidad lo que se obtiene es una licenciatura (laureate) invita, precisamente, a que alguien te ayude a ridiculizar tu aspecto físico y tu ego intelectual y a recordarte lo humano, frágil y metezarpas que fuiste y sigues siendo, aunque ahora seas dizque algo.
El emperador está desnudo, siempre lo está.

En Padua, el día de san Sixto (papa), por la mañana.

Mus

1 Comments:

Blogger Alejandrina Cara de Gallina manifestó al respecto que...

Esta muy buena esa practica para los recien graduados... todo lo contrario que en mi país en las universidades privadas (sobre todo) en las que hacen lava coco a los alumnos por terminar y les dicen una sarta de mentiras, como que ellos son los mas preparados, que las empresas se van a pelear por ellos y puras de esas...
Esto me gusta... es divertido...

30/3/09 3:53 p.m.  

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