30 diciembre 2008

Balance

Balance es una palabra cuyo uso en mi entorno aumentó de súbito cuando me vine a América. Acá hay bastante gente que habla de balance cuando para mí se refieren al equilibrio, pero aún no he logrado discernir si se trata de un uso pocho de unos cuantos o se trata de veras de un uso latinoamericano general.

No importa, haré balance. Este año:
  • Estuve en cuatro países europeos y en seis países americanos, sin contar las escalas. En realidad estuve solo en cinco países americanos, pero el sexto se hará realidad al rayar el alba del día de san Silvestre, así que lo incluyo. También estuve en las islas Canarias, que aunque son parte de un país europeo no están en Europa y eso de ir a África tiene como mucho romanticismo y debe citarse.
  • Armado de mi inseparable computadora fui, con más o menos acierto, responsable del alumbramiento de un millón cien mil palabras, que son aproximadamente (sin contar errores y vueltas a empezar y todo eso) unos seis millones de golpes de tecla. Eso es mucho teclear, pero al igual que ya relataba el año pasado por estas fechas, importa poco porque nadie leerá tanto rollo y mucho menos prestando atención. En suma, no hay de qué disculparse.
  • Además redacté, contando este, ciento once artículos de bitácora y bastantes comentarios en bitácoras de amistades, a quienes debo de tener fritas con mis idioteces editoriales. Perdón o ni modo.
  • Escribí, con más torpeza que acierto, un par de artículos de opinión en aburridísimas revistas de por ahí. Cuando voy y los releo, me da tremenda vergüenza.
  • A pesar de tan ingente producción letraria, no escribí ninguna carta de amor. Perdón o ni modo.
  • Peor aún, escribí varias misivas de despedida y recibí otras tantas. Algunas de las que recibí se emitieron en el papel del cual están hechos los sabores del lúpulo, lo cual hizo que yo no me enterara de nada pero me quedara con la amargura.
  • Me dieron calabazas tantas veces que para san Blas ya había renunciado a contarlas. ¿Qué les costaría besarme? --es lo que siempre me pregunto.
  • Comí centollos caribeños, ostras salvadoreñas y mariscos chilenos diversos (almejas, jaibas, picorocos, choros, ostiones y locos), con la mezcla adecuada de afán y mesura y sin intoxicarme ni siquiera una vez.
  • Lloré de emoción adolescente en la fiesta de un amigo y luego en un hotel le pegué tremendo susto a una amiga porque se me ocurrió que sería buena idea presentarme en cueros ante ella, así sin pasar por la casilla de salida y sin cobrar las veinte mil pesetas ni nada. Perdón o ni modo.
  • Me hice la prueba del VIH unas ciento treinta o ciento cincuenta veces, porque no me gustan las relaciones sexuales con condón pero tampoco quisiera riesgos con mi mano, que quién sabe dónde pasará las noches.
  • Dije muchas tonterías y a menudo solté tremendas salidas de tono. Perdón. O quizá no perdón, que tampoco es para tanto. Mejor ni modo y ya.
  • Me emborraché con cierta frecuencia, pero siempre con cerveza o vino, nada de bebidas espirituosas (que las carga el diablo).
  • Vi los Andes nevados y los desiertos literalmente cobrizos de Chile, y me emocionó bajar del avión a un lugar lleno de parrales mimados.
  • Recolecté níscalos o rebollones con tanto entusiasmo que mis rodillas han envejecido veintisiete años.
  • Un día provoqué un orgasmo, pero fue sin querer. Perdón o ni modo.
  • Me subí a muchos aviones y no se cayó ninguno sin que la caída fuera tal como la planteaba el piloto.
  • Sufrí accesos de incomprensión ante el poco seso que, a mi juicio, demuestran algunos expertos en lenguaje.
  • Apoyé la moción del uso de miembras.
  • Regalé varios vibradores y bolas chinas, y siempre los entregué con pilas.
  • Compré una varita mágica y se la di a una bruja. Luego salí corriendo con una ristra de ajos al cuello, hasta que ella se plantó delante de mí con la varita y la escoba y, descojonada de la risa, me aseguró que no pretendía hacerme daño alguno pero que era ridículo que fuera con los ajos al cuello porque eso es para prevención de los vampiros, no para defenderse de brujas. Me ofreció una manzana y entonces salí corriendo más: a toda mecha.
  • Regalé varios jamones de patané y dos de ellos yo mismo los pelé, los hice lonchas con mi cuchillito y los empaqué con esmero en bolsas plásticas a las que apliqué el vacío para mejor conservar su contenido. Nadie me hizo felación alguna por tal detalle, pero tengo dos amistades felices y engordando, que es de lo que se trata.
  • Arreglé aceitunas: las primeras salieron muy bien, éxito total; las segundas quedaron más amargas de lo aceptable y más insulsas que su puta madre. La culpa es de mi amiga Ichi, que se empeñó en hacerlas con una receta en la mano en lugar de usar medidas diminutivas: un poquejo, una miaja, algo de, una pizca, un puñaíllo, etc.
  • Esquié en Aspen y me di cuenta de que ya no estoy para ciertos trotes.
  • Me tiré bastantes pedos, lo admito. Perdón o ni modo.
  • Un día metí la zarpa y puse mi nombre en la bitácora en lugar de mi alias.
  • Comencé el año con grandes ganas de hacer ciertas cosas que me había propuesto, pero luego me pudo la holgazanería y apenas hice nada de lo que quería hacer. Creo que el meteorismo se debe en parte a esta frustración, o al menos eso me gusta pensar para sacudirme un poco la vergüenza.
  • Fui testigo de cómo un gilipollas criticaba a la autriz de una bitácora por cómo escribía lo que escribía y no pude más que recordar el poema que guía el quehacer bitacorista de tanta gente:
No es una poesía gota a gota pensada.
No es un bello producto. No es un fruto perfecto.
Es algo como el aire que todos respiramos
y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.

Son palabras que todos repetimos sintiendo
como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.
Son lo más necesario: lo que no tiene nombre.
Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos.
Y a todos los que leen todas estas zarandajas de acá con harta paciencia: gracias por su preferencia y perdón o ni modo.

En la ciudad de Panamá, el día de los santos Sabino, Rainerio, Gricino, Liberio, Jocundo (obispos), por la tarde.

Mus

27 diciembre 2008

Los obispos

Leo en un artículo que los obispos españoles movilizan a sus fieles contra las leyes que van contra el orden natural, a saber: el matrimonio homosexual, el aborto y (¿¿orden natural??) la asignatura Educación para la ciudadanía.

El problema del orden natural es que hay que conocerlo con enorme intimidad, y ecuanimidad, para poder saber en qué consiste de veras, y los obispos tienen por interés primario el orden divino, no el natural, del cual no tienen ni puta idea. Se quedan siempre en aproximaciones colegiales cuando no, sin complejo alguno, en afirmaciones derivadas de su propio constructo religioso. El orden natural les es inconveniente por definición, como muy bien supieron Galileo y Darwin, entre otros muchos que han sufrido el ostracismo, la persecución, la tortura y el cadalso a indicación directa de la Iglesia, y como se manifiesta con declaraciones como: "La Iglesia acepta un evolucionismo que se limite a la explicación científica de la naturaleza, sin entrar en hipótesis sobre la creación del mundo o del alma humana, que son cuestiones metafísicas".

¡Cágate, lorito! La metafísica (etimológicamente "lo que está más allá de la física") es metafísica en tanto el hombre no se preocupa de explicar algo en términos físicos. Metafísicos fueron un día los rayos y los truenos; metafísicos los terremotos; metafísica sigue pareciéndole a algunos la muerte, que en lugar de proceso biológico se convierte en signo espiritual con aquello de "Dios lo ha llamado a su seno" y zarandajas parecidas; metafísico fue todo antes de que alguien se dejara de paparruchas e hiciera una aproximación racional y sistematizada, por equivocada que estuviera por los conocimientos de la época, en lugar de recurrir a las explicaciones divinas, que es un recurso facilón y al alcance de cualquiera... hasta de unos obispos acéfalos y manifestantes fuera de sus templos.

En isla Colón, el día de san Juan (apóstol y evangelista), por la noche.

Mus

25 diciembre 2008

Mala suerte

Yo jugaba al sorteo 2703 del 23 de diciembre de 2008 con los números 2, 3, 7, 19, 24 y 33. Salieron los siguientes: 3, 5, 12, 23, 24 y 31.

En resumen: no me tocó la polla. A pesar de ello, creo que no voy a seguir jugando a la polla. No me extraña que las mujeres acaben pasando: esto es un rollo y a mí nunca me toca.

En isla Colón, el día de la Natividad del Señor, por la mañana.

Mus

22 diciembre 2008

Quintay

Por una vez no he visitado un lugar porque tuviera referencias de ninguna clase. Solo sabía que quería ir a la costa sin alejarme demasiado de Santiago, así que agarré el gúguel erz, busqué Santiago y me deslicé hacia poniente. Cuando llegué a la costa, me moví un poco hacia el norte y el sur de Valparaíso buscando poblaciones chiquitas y di con Quintay.

A Quintay se llega por un carreterín sinuoso embutido en tupidos pinares y eucaliptales. De cuando en cuando se advierten las tareas forestales en forma de entresacas y limpiezas que dejan en el campo pilas de rollos cortados a medida y estibados con prolijidad en espera de su transporte. Hay algo hermoso en estos montones de madera, que me recuerdan a una reproducción mastodóntica de la típica cajita de palillos mondadientes.

En el taxi, una madre y su hijo de unos dos años viajaban completamente dormidos. Si la mamá no estaba agotada, desde luego lo parecía, porque entró en coma antes de haber salido de Valparaíso y no hizo el menor esfuerzo por corregir la pronunciada ptosis cefálica propia del sueño profundo. El hijo ya iba comatoso cuando llegó, así que no le hizo falta más. Poco antes del pueblo, quizá por conocer el efecto centrífugo de cada curva del camino y advertir así la llegada próxima, el chico se desperezó un poco y comenzó a dar unos chasquidos característicos con la boca. Al abrirla le vi un chicle verde, así que supuse que estaba recuperando el sentido y volvía a mascar la goma y de ahí los ruidos; pero no, no era eso. La mamá, aún en su sopor, oyó los chasquidos y respondió de inmediato sacándose la teta, a la cual el niño se aplicó de inmediato pero sin mamar, nomás por agarrarla, mientras siguió mordisqueando su chicle. Se me antojó que, a la hora de agarrarme a una teta, quizá chasquear a las mamis con un chicle en la boca me sirva de algo más de lo que me sirve hablarles de morfosintaxis, así que le agradecí ese consejo tácito.

Al llegar, el pueblo me saludó con una lancha de tablazón —construida en quién sabe qué atarazana artesana— repintada y expuesta sobre un montículo, como avanzándome que este es un pueblo de pescadores y a mucha honra. Enseguida aparecieron las primeras casas. Se nota que los alrededores producen madera en abundancia, porque es el elemento predominante de construcción. La arquitectura no me pareció distinguida, más bien funcional.

Quintay es un pueblo dispuesto en dos niveles: la caleta, con un puñadito de edificios, la ballenera abandonada, algunos restaurantes y una playa breve a la que arriban los pescadores con sus lanchas, y el pueblo en sí. Llegarse paseando a la caleta es un agradable paseo, mientras que el camino inverso es un tormento para cardiópatas y flojos (como s. s. s. q. b. ss. pp.) porque hay que remontar un desnivel de tres pares de cojones, comperdón.

La ballenera se abrió en 1947 y cerró veinte años después, cuando Chile firmó el tratado que protegía a estos simpáticos y bonachones bichos. En ese tiempo anduvieron cazando, remolcando y descuartizando muchas ballenas diarias. El año que más, procesaron mil seiscientos sesenta de estos animales. El olor que desprendiera tan frenética actividad resulta inimaginable, pero la información que se consigue en internet lo define como nauseabundo, y opino que esta debe de ser una aproximación muy certera. Hoy, la ballenera es un museo donde se pueden aprender cosas sobre ese pasado y ver alguna que otra pieza ósea colosal. Edith me contó que hace poco pasó por la rada una hembra que vino a parir a su cachorro y maravilló a propios y extraños durante unos días, hasta que el agua se encenagó por unas tormentas inoportunas y la maternal estampa desapareció sin más, acaso en busca de entornos menos turbios. Queno me enseñó algunas fotos y me aseguró que el animal había dado algunos saltos espectaculares. Uno de estos bichos saltando debe de ser impresionante. Las ballenas que he podido ver yo nunca saltaban, las muy sosas.

Es una villa agradable y sencilla, de gente agradable y sencilla que parece vivir una vida poco apresurada. Algunos comercios abren y cierran cuando a los dueños les parece mejor. Si están por ahí o parece que hay movimiento, pues abren; que se tienen que ir a un recado o no se mueve ni el aire, pues cierran. En la plaza hay una oficina prefabricada en la que despliega su actividad un grupo de Manos Unidas. No solo despliega su actividad, también despliega música con un altavoz que da a la calle y permite que el pueblo escuche villancicos, boleros o flamenco. Si la SGAE pudiera, creo que les vendría a exigir plata. Me gustó el detalle de la plaza, en cuyo piso de cemento, y aparte de las inevitables huellas de perro, permitieron a unos niños que plantaran sus manos y escribieran su nombre. No es el paseo de las estrellas de jolibú, ni maldita la falta que hace: es mucho más propio.

Con el verano, los niños están de vacaciones escolares y se pasean por las calles polvorientas sin gran cosa que hacer. Varios bajan a la caleta a hacer bódibor en las olas que se esparcen por la rada, desafiando a un tiempo a olas y rocas en un agua de aspecto más que fresco. Otros simplemente están a la puerta de su casa descubriendo mundos, como Eugenio, el hijo de Queno y Karina, que al pasar por su lado me sonríe y con sus ojillos vivarachos, su tez bronceada y su parla infantil y acelerada (que no entiendo ni poco ni mucho) me ofrece un cacho de cable blanco que ha encontrado en algún lado y cuyos secretos y entresijos analiza con dedicación. Yo creo que es muy listo; si tiene chance, quizá llegue a ser ingeniero o algo que le guste.

A menudo se ven huellas de caballerías en las calles sin asfaltar. A veces se ve algún caballo triscando alfalfa seca en terrenos chicos, y en un potrero del pueblo hay dos yeguas bayas, una de ellas parida. El potrillo, también bayo, no ha de tener un mes aún y no se aleja del costado materno ni dos metros, en ningún momento. Debe de ser estresante ser yegua recién parida, porque tener que cargar a una criatura es pesado, pero que te estén siguiendo a todas partes, todo el rato, debe de dejar a cualquiera a punto de la paranoia, por muy yegua y máter amantísima que se sea. En cuanto a las huellas, parecen ser de un solo caballero que anda tocado con un sombrero campero negro de ala ancha que recuerda un poco a los sombreros cordobeses y que se pasea sin descanso por todos lados sobre una alazana muy tranquila. Quizá no tenga nada que hacer y quizá por eso en uno de los encuentros lo veo llevando del ronzal a la yegua en la cual van montados un par de niños ociosos. El de delante va en la silla y no parece tener problemas con la vida; el de detrás va en la grupa y se agarra a la cintura de su compañero de paseo con más miedo que precaución.

En la playa de la caleta están alineadas las lanchas de los pescadores, casi todas pintadas de amarillo. Son pangas con motor fuera borda, de unos siete metros, atestadas de artes de pesca. Los pescadores sacan jaibas, locos, congrios rojos, albacoras... De las jaibas solo aprovechan las pinzas, y el resto lo donan a una institución de locos. Me parece una idea estupenda esa de enviar comida para los locos, y además las jaibas están muy ricas y tienen mucha carne aprovechable. Me acerqué a unos y les pedí que me vendieran unas pocas. El primer día me dieron cuatro y me las regalaron; el segundo día me llevé una bolsa y me cobraron dos lucas, o sea, dos mil pesos chilenos. Siempre me sorprende esta costumbre tan extendida de ponerle nombres a las monedas y los billetes. En España les decíamos pelas a las pesetas; los gringos les dicen bucks a los dólares; los mexicanos hablan de los varos (quizá se escriba baros, no sé); y ahora veo que los chilenos les dicen lucas a sus billetes de mil, y me cuentan que a las monedas de cien pesos les dicen gambas. ¡Qué ricas!

Esta estampa de Quintay se completa con la sección canina. Por todos lados hay canes acostados que levantan la vista con indolencia, repasan mi catadura y siguen con su vida pacífica en espera de algún tufillo de algo interesante. A veces, uno se acerca, me husmea un rato y luego se va con sus ojos aburridos a recostarse en alguna sombra. Aunque hay muchos, es muy raro oírlos ladrar o armar escándalo, parecen estar bien avenidos. Les tengo envidia.

En Quintay, el día de santa Francisca Javier Cabrini (también denominado "día de la salud"), por la mañana.

Mus

P. D. Como mucha gente ya conoce, en Chile hay una lotería que se llama La Polla. Hoy compraré un boleto, a ver si me toca, que ya lo va pidiendo la tierra. Por cierto, que a lo que en España le llaman polla, en Chile le dicen pico. Me pregunto cómo le dirán los albañiles al complemento habitual de la pala...

21 diciembre 2008

Transición submarina

Publicidad en el metro de Santiago. Por supuesto, la proposición es falsa, pero hay que reconocer que es una imagen impactante. A mí me convenció y por ello nunca más mezclaré: será solo vino y cerveza.

Hoy se produce un evento destacable en mi vida, que consiste en pasar el solsticio de verano en pleno mes de diciembre. Hoy no es San Juan ni hay hogueras en la playa, y a pesar de ello empezó el verano. Como soy muy planetario y universal y siempre ando en conexión con los astros que me guían y me gobiernan más allá de mis pulsiones terrenales (ejem), ayer por la noche salí a bucear.

Los días en Quintay son agradables, con un sol espléndido que calienta como se espera de este verano a estrenar. Como mucho, unos jironcillos nubosos hurtan los rayos hasta el mediodía, pero después van despejándose, el sol calienta como debe y da gusto estar acá.

Me acerqué a una de las tiendas de buceo de la caleta y me dijeron que para la noche tenían programado un buceo nocturno. Me pareció una oportunidad excelente. Bucear es siempre mágico, pero hacerlo de noche añade suspense, emoción y teatralidad, y además se ven bichos que no se ven apenas de día.

Así que me planté a la hora convenida y después de estar una hora larga haciendo tiempo para que bajara el sol, me pertreché y salimos. No fue nada sublime, simplemente nos metimos al agua por la caleta misma y dimos un paseo corto por los alrededores.

Vi hartos cangrejos (aquí les dicen jaibas, como en México). Hay de dos tipos: unos son muy parecidos a los bueyes de mar españoles aunque no parece que alcancen los tamaños que estos llegan a alcanzar; los otros son muy parecidos a las jaibas mexicanas y tienen unas cáscaras menos espesas que los primeros. Se ven, literalmente, cientos de estos bichos en estas aguas. Da gusto verlos corretear de un lado para otro, proyectando sus pinzas en una especie de guardia boxística un punto amenazadora. Como de costumbre, a mí se me hace la boca agua cuando veo estos animales en su medio, y me los imagino accediendo a regañadientes a una olla de agua hirviente.

El otro descubrimiento, que tampoco es fácil ver de día, fueron los camarones. Tardé en comenzar a verlos, pero de un momento a otro se aparecieron y había miles, un puñadito en cada piedra. No eran enormes pero eran los camarones más grandes que yo haya visto fuera de un mercado o plato. Otro a quien visitamos fue al pulpito más canijo que se pueda uno imaginar. Tenía apenas tres centímetros de largo y todo el aspecto de representar un sabroso aperitivo para la práctica totalidad de los seres oceánicos, el pobre. Me recordó el pulpito escolar compañero de Nemo, ese que tras un apretón de ansiedad confesó: “Me hice tinta”. También vi tremendo lenguado, al que también deseé tener a la plancha sobre mi mesa. Pobrecitos todos.

Solo hubo un pero: el agua está a unos 16 grados, o sea, gélida. Cuando te metes, parece que todo va a ir bien, casi como que no te entra ni el agua al traje semiseco, pero de vez en cuando haces algún movimiento que ahueca los bordes del traje y entra un poco y te recorre la espalda o la pilila o lo que sea, y con el estremecimiento que te da podría generarse electricidad. ¡Chin!

Llegué a casa tarde y metí los pieses en la bañera para calentarlos y que se me pasara el espasmo. Luego abrí la computadora, escribí una alegoría, apagué la luz y me dormí.

Hoy ya es verano.

En Quintay, el día de san Pedro Canisio (presbítero y doctor de la Iglesia), por la mañana.

Mus

19 diciembre 2008

Parla chilena

Mural dedicado a mí en una estación del Metro de Santiago.

Los chilenos tienen una forma muy peculiar de hablar. De todos los pueblos de habla española que conozco, creo que son (quizá junto con los gallegos y yo mismo cuando me emborracho) los hablantes a quienes resulta más complicado comprender. Se comen las palabras y hablan con una velocidad y un frenesí que ya hubieran deseado muchos pilotos de carreras y amantes, respectivamente. Además, me da la impresión de que tienen más modismos, si cabe, que en ningún otro lado que yo conozca. Claro, no lo puedo saber a ciencia cierta, porque como acá no me entero de nada cuando me hablan...

Uno de los rasgos más curiosos, que yo ya conocía por referencias, es el relativo a la segunda persona del singular del presente de indicativo. Los de acá no te saludarán con un “¿Cómo estás?” sino con un "¿Cómo estai?”. Es una forma exclusivamente coloquial, y cuando pregunté si al escribir lo hacen con i latina o con i griega (hay quienes a esta letra le dicen ye), me contestaron con un ecléctico “de cualquier forma: nunca lo escribimos; al escribir ponemos ‘estás’”. Tiene sentido, desde luego.

Otra que tal es que a todo te responden con un “ya”.

—Cómo me apetecería estar ahí contigo, vida.
—Ya.
—Mañana tenemos que vernos, que me apetece hacerte cositas donde el pis.
—Ya.
—No, ahora es que no puedo, de veras; pero mañana puedes jurarlo que sí, bella mía.

Dado que en alemán “sí” se dice ja (pronunciado /ya/) y que la colonia chilena de origen alemán es ingente hasta el punto de que los supermercados de Santiago están repletos de productos teutones, me pregunto si eso de “ya” será genuinamente español de acá o será un préstamo del alemán. No estaría mal esto último, para variar un poco de los préstamos del inglés.

También me agradó ver que acá también le tienen reservada al trabajo una palabrita especial. En España es curro; en México, chamba; en la Argentina, laburo; y en Chile, pega. Cualquiera que sea el nombre, la actividad me sigue pareciendo igual de inhumana y detestable.

Otra rareza local es que pronuncian la uve (hay quienes le dicen be chica) y de una sosa bilabial pasan a una labiodental chistosa que, que yo sepa, ningún otro país usa. En cuanto a ortografía se refiere sería un uso de la máxima utilidad si lo aplicáramos todos, aunque eso significaría acaso que también deberíamos pronunciar siempre las ces y las zetas (a su vez, distinguiéndolas entre sí de alguna manera cuando fuera necesario) y buscarle un sonidillo a esa hache tan fastidiosa, y alguna diferencia fonética generalizada a las elles y las yes.

Nada de esto sucederá, creo yo, y de suceder estoy seguro de que ni yo ni quienes esto leyeren van a tener que aprenderse nada de ello en el transcurso de su vida. La verdad, la verdad, es que nuestra ortografía se me antoja un gran desatino pero, desde la comodidad de la vida eterna (el mondesvol nos la conceda en su infinita pastamisericordia), instalados con señorío en nuestro sarcófago o en un columbario recoleto, ni la ortografía ni la fonética de nuestros descendientes (el que los tenga, claro) importarán lo más mínimo. RAmén.

Finalmente, se me antoja que los chilenos deben de estar siempre muy estresados, porque todo el rato se la pasan diciendo que tal o cual cosa se hará al tiro, o sea, de inmediato, enseguida.

Como los mexicanos son famosos por sus modulables definiciones del tiempo en que se hará algo. Se me hace que estaría chistosa una conversacíón entre un chileno y un mexicano. Podría ser algo así:

[Ch.] ¿Estai libre para hacerme unas copias?
[Mex.] ¡Quihubo, compadre! Pos cómo no, pos claro, al rato te las hago.
[Ch.] Por favor, ¿me las podrías tener al tiro?
[Mex.] Pos 'orita te las hago, pos claro; dame chance nomás.
[Ch.] Ya.
[Mex.] N’ombre, ya te dije que ‘orita; pero bueno, te las tengo luego luego. Y si te corre prisa, ya mero te las hago.
[Ch.] Ya.
[Mex.] Hay que ver, mi buen, ¡pero qué prisa tienes, güey!
[Ch.] Ya.
[Mex. (para su coleto, mientras pasa a hacer otra cosa)]: Pinche güey este, siempre me anda fregando; qué raro habla.

En Quintay, el día de san Nemesio (mártir), por la noche.

Mus

12 diciembre 2008

Las tetas de Fa



El mayor avance social logrado en España con el advenimiento de la democracia fue que en la tele salieran tetas desnudas. He dicho.

El paradigma de las tetas a su albedrío no fue, como algunos creen, el de las películas de destape. Aquello era forzado porque, al fin y al cabo, en una película cabe esperar una teta o varias. El modelo de teta libre fetén fue el del anuncio de Fa, un gel o desodorante o así que entre atléticos saltos playeros de la modela prometía llevar a la piel del televidente el frescor salvaje de los limones del Caribe. Impelidos por la vista de aquella güera mostrando sus pezones adheridos a unos senos de buen tamaño, algunos televidentes fabulaban con recibir como promesa el frescor salvaje de los melones (también salvajes) del Caribe, que no es lo mismo aunque seguro que a los publicistas les parecía pertinente promoverlo así.

Pero basta de tetas que, por bellas y amorosas que resulten siempre, no son mi tema de hoy. Mi tema de hoy, entre otras cosas, son los limones.

En España solo tenemos un tipo de limón, uno amarillo y ovoide con cierta prominencias (apezonadas a la sazón) en el extremo distal, o sea, el opuesto a la inserción de la ramita. A veces se encuentra en los comercios un tipo de limón diferente, verde, más chico y esferoide, al que llamamos lima.

En México, estos limones verdes y esferoides se llaman limones, no limas, y prácticamente nunca se ve el limón ovoide amarillo que abunda en España. Cómo no, tienen también sus limas, pero son de tamaño semejante a su limón (esferoide, verde) con la particularidad de presentar un pezón semiumbilicado en el extremo distal. Una vez que uno ve una de estas limas, se enamora de ellas por su forma graciosa.

Ayer constaté que en Chile, al menos en Santiago, los limones son como los de España, que algunos creo que llaman limón imperial.

También vi ayer que los ostiones, que en México son las ostras españolas, acá son lo que en España se llaman zamburiñas, una especie de viera chiquita que en México apenas se conoce, y que lo que acá llaman langostinos son un bicho inexistente en España y México pero cuya cola (me los vendieron decapitados, así que no sé cómo tienen la cabeza) parecería la de un santiaguiño o una zapatera de bolsillo. Por su parte, en México los langostinos son unos bichos que no existen en España, ni creo que en Chile, y que parecen una quimera formada por la cola de un gambón con la cabeza de un carabinero y las pinzas de una cigala, bicho este último al cual los franchutes por cierto llaman langoustine.

Luego están las habichuelas verdes, que en España también se conocen como judías verdes o alubias verdes, pero que por si tantas denominaciones fueran pocas en México les dicen ejotes a secas y en Chile son porotos verdes.

Puestos a ponerse verde, es mucho mejor hablar de las tetas de la modelo de Fa que de los limones del Caribe u otros bichos, ya sean animales o verduleros. Lo malo es que eso de verde para España se convierte en colorado para otros muchos sitios, así que los chistes verdes son chistes rojos o colorados aquende el océano.

En fin, un lío tremendo. Esto me encanta.

En Santiago de Chile, el día de santa Juana Francisca de Chantal (religiosa), por la tarde.

Mus

11 diciembre 2008

Ya no quedan valientes



Hace unos días, mi adorada glosoespontánea Fle usaba en su bitácora un neologismo muy interesante: bizarro.

Diz el DRAE que bizarro viene del italiano bizzarro, que al parecer significa iracundo. De mal café, vaya. Dado que en español significa más bien valiente (el Cid era el arquetipo de bizarría, aventajando al capitán Trueno por una exigua corta cabeza), uno se pregunta cómo llegó a tal significado. Vamos, que para demostrar valentía basta tener hijos, por ejemplo, y no veo yo relación con estar enojado ni siquiera un punto. De hecho, hay quien asegura por todos sus muertos que hacer hijos es una actividad placentera. Sé que a veces se gruñe durante el hecho ontogénico, sí, que lo he visto yo en la tele, pero no son gruñidos de ira (creo). En fin, quienes tengan hijos ya sabrán decir mejor.

En inglés, diz el Mary & Güéster que bizarre significa raro, extravagante, llamativamente fuera de lo común. Los ingleses no se lo inventaron, sino que lo tomaron de los franchutes y su idioma, que a su vez se lo habían pedido prestado a los italianos y al suyo, con lo cual se cierra el círculo. [Para formular cualquier disputa o reclamo, escriba usted a Roma. A mí déjeme en paz, hombre ya, que todos somos criaturitas del mondesvol.]

Si los españoles nos pusimos creativos con esto de asignarle significado a lo que nos venía de los toscanos, los franchutes no se quedaron atrás, y fueron los que opinaron que lo más conveniente para ellos era que bizarre valiera por extraño, fuera de lo común. Como digo, los anglos, que en esto fueron unos copiotas del copón, se quedaron con la copla gala y decidieron que su bizarre significaría más o menos lo mismo que para los franceses.

En suma, lo que para los italianos es iracundo, para los españoles es (en realidad, era) valiente y para los franchutes y los ingleses es raro de cojones. Me gustaría saber qué significa en otras lenguas romances, como el gallego, el catalán y el rumano, pero es que no tengo diccionarios ni demasiadas ganas de buscar más, para qué voy a mentir. Esta variedad semántica es interesante porque alguna gente se pone harto necia con el significado etimológico de las palabras, como si eso fuera tan importante. La etimología a veces no vale más que para presumir.

En fin, a lo que iba. En español, bizarro parece ser un adjetivo de poco predicamento en cualquier caso. Uno no le dice a su hija (esa que acaso originó con gozo y placer y probablemente parió con algo de ira) "venga, ánimo, sé bizarra" cuando la manda al ginecólogo por primera vez. Los soldados que se van al Congo a ver si pueden conseguir que los que se matan entre sí se maten menos, esos tampoco parece que los tildemos de bizarros muy seguido a pesar de merecerlo. Tampoco a Obama le colgamos la bizarría por presentarse para presidente gringo con la que está cayendo. En resumen, que parece que esto de la bizarría tradicional se quedó con el Cid y con algún despistado del Siglo de Oro y ahora saca la cabeza nada más de higos a brevas, cuando el escribano de turno quiere ponerse original. Con semejante falta de uso, no resulta demasiado extraño que aparezcan otros significados dispuestos a darle vidilla al palabro.

Miré en el CREA y, desde el 2000, bizarro aparece tan solo en once documentos de este fondo documental. En uno de ellos se usa con fines metalingüísticos (es decir, hablando de la propia palabra, no por aplicarla de veras a nada), en otro parece usarse en su sentido clásico por valiente y en los otros nueve se usan (o así me lo pareció, porque no siempre queda claro qué carajo quería decir el escribano) en el sentido de muy raro, inusual o extraordinario que nos llega del inglés y/o del francés.

Y no tengo más que decir, creo, aparte de que en el refrigerador me esperan unos megamejillones que aquí les dicen choros (también hay choritos, que como adivinarán, son como los choros pero chiquitos) y que me voy ahorita mismo a cocerlos. Si llegaron ustedes hasta aquí, enhorabuena por su bizarría lectora. Permítanme un pequeño descargo de responsabilidad: para bien o para mal, la culpa de este rollo la tiene la Fle, que fue la que dijo lo de bizarro. A mí que me registren. :D

En Santiago de Chile, el día de san Dámaso (papa), por la tarde.

Mus

10 diciembre 2008

Jugar a los médicos



Hay médicos que usan su posición para jugar a los médicos con sus pacientes. Esto está muy, muy feo. Entre los clérigos ha sido una actividad casi tradicional, al punto que una de sus variantes tiene un nombre: solicitación. Mientras que algunos profesionales de la salud usan de su necesidad de palpar y explorar en función de su labor para avanzar hacia territorios de su interés personal y ajenos a su trabajo, una estrategia clásica entre los clérigos consistía en pedir favores sexuales a cambio de la correspondiente absolución del pecador.

Hoy salió en el noticiero un breve reportaje en el cual una joven chilena denunciaba haber sido objeto de tocaciones por parte de un traumatólogo que, según la denunciante, había creído oportuno tocarle la vagina para valorar el posible estado patológico de su rodilla. La denunciante manifestaba de espaldas a la cámara ser virgen y estar abrumada por lo sucedido. Esto me recordó un caso similar acaecido en España en el que un fisioterapeuta fue denunciado por varias clientas, a una de las cuales le practicó manipulaciones vaginales porque, según la declaración del acusado ante el Tribunal Supremo, la notaba muy nerviosa. Olé, la declaración.

En fin, a lo que vamos, que todo esto son anécdotas, lamentables pero rutinarias. A lo que yo venía era a eso de las tocaciones. A cualquiera en España le sonaría raro, creo, pero como es evidente la palabra tocación está perfectamente formada. Cosas de la morfología que denostaba aquella joven hace algunas semanas.

¿Por qué elegimos tocamiento y no tocadura o tocación? Porque nos da la gana y se impone una forma u otra en unos sitios u otros. En otras palabras: si a alguien le parece que este artículo es una aburrición intolerable, que obre como mejor proceda en derecho.

Cada día aprendo cosas nuevas y me entra una y otra vez por los ojos y los oídos la certeza de que los conceptos de corrección e incorrección de las palabras deben reexpresarse en otros términos menos cargados de juicio, porque los citados no sirven para reflejar realidades salvo que uno sea seguidor decidido de la cerrazón y el absolutismo. El problema es que no consigo dar con tal expresión. A lo más que he llegado es al concepto de mala idea y buena idea. Por ejemplo, decir tocación no es incorrecto, pero sería mala idea decirlo en España porque el interlocutor se quedará ojiplático.

Sin embargo, mala/buena idea sigue siendo una expresión enjuiciadora, y por definición maniquea, así que me temo que no he llegado a nada mejor que lo de corrección/incorrección. Si acaso, esta visión mía expresaría algo en términos más subjetivos, relativos, menos absolutos y lapidarios, pero ni de eso estoy seguro. Lo tendré que seguir madurando en mis pensaciones o pensaduras y a ver si doy con algo mejor.

En Santiago de Chile, el día de santa Eulalia de Mérida (virgena y martiresa a petición popular), por la noche.

Mus

Mus

08 diciembre 2008

Milagros



Hoy le daré la vuelta al orden habitual y comenzaré diciendo que estoy en el aeropuerto de Madrid y es el día de la Inmaculada Concepción, por la noche.

Hace algunos meses hablaba con alguien acerca de la existencia divina, que siempre es uno de esos temas estupendos para platicar. La cosa transcurría más o menos así:

-Entonces, si no crees que alguien creara el universo, ¿por qué está ahí?
-Yo creo que siempre estuvo ahí.
-Pero no pudo estar siempre, alguien tuvo que crearlo alguna vez.
-Sí, comprendo lo que dices, pero eso plantea un problema. Si "alguien" tuvo que crearlo, entonces es que no puede haber algo que haya existido siempre. Sin embargo, la fe al uso estima que algo (llamado dios) ha existido siempre. A mí eso me choca, me parece un birlibirloque.
-Ah, visto así...

Esta religión de nuestro medio, la cristiana, es algo estupendo porque con unos cuantos artificios sencillos (unos dogmas, es decir, una verdadquetelacreesypunto) se resuelven dudas complejísimas. Sin embargo, aplicar esos artificios a la vida común y corriente nos parece cosa de locos. Por ejemplo, si alguien nos dice que puede volar por sus propios medios (sin estamparse al aterrizar) y que debemos creerlo sin más, muchos tomarían a tal ser por imbécil; pero esos muchos acaso crean a pies juntillas que una señora puede concebir por obra de un ser sublime llamado espíritu santo que al mismo tiempo es su propio hijo y su suegro, y que la señora puede llevar a término la gestación y puede superar un parto vaginal sin menoscabo de su himen. Y sin epidural.

También creen que el fruto de tal prodigio repartía panes y peces sin despeinarse y que resucitó; eso sí, tras un periodo de tres días de asueto, que tampoco era cuestión de epatar resucitando de inmediato en el patíbulo para que lo siguieran alanceando en los costados.

No pretendo ser insultante ni ofensivo ni blasfemo, sino poner en términos normales hechos que son completamente anormales pero cuya repetición parece haberles otorgado carta de naturalidad, y ponerlos junto a un pensamiento muy sencillo, a saber: que aquí hemos estado siempre, de un modo o de otro, y que no hace falta nadie para crear algo que siempre estuvo. Me parece estupendo que la gente crea en lo que quiera y reconozco que debe de ser de lo más útil.

Y ahora, con su permiso, me voy a subir a un avión. No les pediré que recen por mí porque no tiene caso, pero sí les agradeceré que recen por que el cachivache flote con maestría hasta posarse suavemente en Santiago de Chile. Yo importo poco, pero el avión importa mucho y vale una chingadera de euros, y no es plan que con la que está cayendo se rompan cosas así de valiosas.

Mus

02 diciembre 2008

Cuenta atrás



Hoy comienza la cuenta atrás final de una cuenta atrás que lleva en marcha muchos meses. El martes 9 me subiré en un avión que me llevará a Sudamérica (hay quien le dice Suramérica) por primera vez en mi vida.

Mirando atrás un poco, no deja de sorprenderme que con tanto viaje para arriba y para abajo no haya estado nunca por debajo del ecuador, pero en cualquier caso ha llegado el momento: veré la Cruz del Sur.

En Chile pueden presumir de ser los que la tienen más larga. Me refiero a la nación, claro. Como no se puede tener todo, la tienen muy flaca.

En realidad, se trata solo de una toma de contacto con el español del Cono Sur, porque mi viaje deberá llevarme a Chile, Brasil y la Argentina. Lo de Brasil no tiene que ver con el español sino con el fin de año, y es que no todos los días lo invitan a uno a pasar una temporadita en Río de Janeiro. Así que para allá que me voy, a comprobar de visu todo eso que se dice sobre los bullarengues brasileros. No es que lo dude, claro, pero me regodearé (espero) con la verificación.

Aunque en este caso voy a darme un hartón de volar a unos sitios y otros, mis tiempos de viajes frenéticos van llegando a su fin; lo noto. Los siguientes movimientos irán siendo más espaciados y espero encontrar algún lugar como aquel en el cual vivía en Yucatán, donde descansar el espíritu y los huesos.

En Madrid, el día de santa Bibiana (mártir), al mediodía.

Mus