31 octubre 2008

Calaverita de Mus



Ay, maldita la Huesuda
Ay, que ya nos lo ha occiso
Ay, mondesvol, alá y buda
En este instante preciso

Flacucha y morigerada
Del matar la buena praxis
Esta Calaca aficionada
A la vil morfosintaxis

Yace Mus en su bitácora
Sobre la lengua de España
Lo hirió una anáfora
Mas lo apiola la Guadaña

¿Lo ultimó un anacoluto?
¿Fue la causa de su mal?
¿O el ser un ser disoluto
Y vejestorio carcamal?

Acaso ha sido el ataque
De un hipérbaton cruel
O un exceso de sake
Del que le gustaba a él

Pudo matarlo un morfema
incompleto y patológico
¿O lo inmola ese lexema
Y el problema morfológico?

Un encabalgamiento no fue
Pues el pobre no quilaba
Ni siquiera, mire usté,
Con las damas que mimaba

¿Sería una sinalefa
La que lo hizo difunto?
No, ¡que rima con Flefa!
Y esa chica tié su punto

Yace en su caja de pino
Verde como sus chistes
Ahora inquiere un argentino
Ché, ¿vos qué le hicistes?

Este Mus siempre ectópico,
Este Mus como las cabras
Este Mus en su trópico
Palabrar de las palabras

Pero, chit, ¡que se mueve!
No parece ultimado...
Puede ser que como llueve
Nos renace este finado

Quijote desfaze el entuerto,
La Muerte lo ha despedido
Por no aguantar al muerto
¡Del infierno lo ha corrido!

Se dirige al aeropuerto
Míralo ya cómo anda
Que no estaba muerto...
¡Estaba de parranda!

Y no les explico qué es una calaverita pero los animo a buscar por internet y a escribir la suya. :)

En Madrid, el día de Todos los Santos, de madrugada.
Mus

23 octubre 2008

Pensar en lo único


Yo, que soy un cartujo completamente desasido de las pulsiones carnales gracias a la cooperación (por defecto) de las damas, contemplo el discurso sexual con la independencia y calma que me otorga tal desafección forzosa. O sea, que no me como ni los mocos y eso me hace ver las cosillas del sexo con cierta perspectiva.

Me paso la vida leyendo textos del más variado pelaje y calidad en busca de recursos expresivos, de frases, de adaptaciones de otros idiomas... Hasta los folletos del supermercado me leo, no digo más; y, cuando paseo con alguien por la calle, a menudo le dejo la rienda suelta y sigue caminando solo/a mientras yo me detengo a observar pasquines y carteles. Lo mío de leer carteles por doquiera es casi enfermizo.

Ayer estaba leyendo un diario electrónico español para informarme de algo cuando mi atención se fijó en un recuadro que detalla las noticias más leídas de su edición. El recuadro era el siguiente:


Follar, penes, cunilingus, achuchones, cruisin, canibalismo (sexual)... Esto por si no quedaba claro que lo que interesa mayormente al mundo no es la crisis, sino las cosas que se hacen sin ropa e implican tocamientos, mamaduras e intercambios de energía líquida.

Una de las grandes aportaciones (por masa, no tanto por su eficacia o interés) a la fraseología de la rijosidad ha sido la expresión tener sexo, que tiene gran aspecto de reproducir literalmente el inglés to have sex. Creo que era común decir tener relaciones sexuales, pero incluso esa es una expresión medio técnica por follar, culear/culiar, coger, tirar, acostarse (con fulano/a), chingar, joder y un sinfín de verbos cuya desgracia es, al parecer, resultar demasiado crudos a pesar de su concisión. Le pasa algo parecido a tantas expresiones que nos inventamos para parecer más rimbombantes, como esos trenes que "efectúan su entrada/salida" en las estaciones, en lugar de entrar o salir, a secas.

Y todo esto queda dicho desde la tristeza de ser consciente de que esto se escribe porque no estoy follando en aqueste instante. Porque, si lo estuviera, ¿a santo de qué iba yo a andar perdiendo el tiempo en escrituras? Y ¿dónde iba yo a tener la computadora? Quita, quita.

En Madrid, el día del santo mencionado, san Juan de Capistrano (presbítero y de seguro gran cogelón), por la tarde.
Mus

19 octubre 2008

Mi primera vez

Decíamos ayer...

Uno de los argumentos que más me gusta repetir para contrariar a quienes se mesan los cabellos ante los anglicismos es el del aceite. Esta palabra española procede del árabe azzayt, no del latín oleum como los de todas las demás denominaciones de las lenguas romances para estos productos. El argumento favorito de quienes pretenden defender a la lengua española es lo de "es que ya tenemos una palabra para decir eso". Bien, pues en español también teníamos, como es natural, un término del latín. Vinieron los árabes, nos pusimos a usar aceite para lo que ya teníamos olio y sanseacabó. ¿Perdimos algo? Pues no.

Esto no tiene nada que ver con lo de hoy, pero me lo ha recordado porque hoy quiero contar mi primera vez. Alguno pensará que contaré cómo fue mi primera pérdida de aceite o algo así, pero temo que lo/a defraudaré porque no va de eso el asunto. Se trata de algo mucho más romántico, más personal, más íntimo: mi primera vez arreglando aceitunas.

Hoy hice lo que no había hecho en los cincuenta y siete años de mi vida (réstesele la parte correspondiente a exageración): coseché aceitunas. Dada mi avanzada edad y mis artralgias, no acudí así sin más con un palo a varear los árboles, sino que me limité a bajar unos pocos kilos a mano. De todos modos, en verde como están ahora no caerían fácilmente; además, a mí me gustan los olivos y maltratarlos no me agrada.

Con estos frutillos graciosos emprendo mi camino vital como preparador de aceitunas caseras. Nada será ya igual. Siento que no hay vuelta atrás, pero emprendo con emoción y un punto de excitación esta nueva faceta de mi vida en torno a los fogones y las cocinas. Para la ocasión me he armado de casi todo lo que es menester: las aceitunas, las técnicas de procesado y las sugerencias de aliño. Me faltan los aliños, pero ya los iré recolectando por esos campos.

Como casi todo el mundo sabe, las aceitunas son más amargas que su puta madre --comperdón-- y no se pueden comer así tal cual. Hay que quitarles lo amargo, una sustancia compleja llamada alpechín. Para ello hay que lavarlas con agua muchas veces, pero para acelerar el proceso se puede emplear primero hidróxido de sodio (vulgo, sosa cáustica) durante unas horas. Y luego, agua, agua y más agua. Me gustó un método del cual me hablaron, consistente en meterlas a remojar durante varios días en un arroyo, pero con estas sequedades que nos tiene asignadas el meteorólogo no hay manera de ver correr un arroyo por estas fechas, y además en Madrid no hay arroyos tales ni cuando la temporada viene buena. En definitiva, que recurro al grifo, qué remedio.

Arreglar aceitunas es a lo máximo que podía aspirar en la vida. Con la inseguridad de quien principia una actividad tan apasionante, me llegué a mi amiga I., una boticaria, y le pedí cien gramos de sosa. ¡Y ella aceptó! Apenas pude contener las lágrimas.

En tanto consigo el auxilio químico, para ir haciendo pruebas he machacado algunas olivitas y las he puesto directamente en agua. Ahora solo queda esperar que se les pase el amargor que, como sucede con los grandes amores, se pasa con lavados sucesivos. Después tengo pensado regalarles unas ramitas de tomillo, perfumarlas con unos ajos, acicalarlas con unos toques de sal y refrescar su aroma con algo de hinojo, para por último acercarme con todo el arrebol y pedirles permiso para devorarlas con la pasión que se merecen y escupir con tino y salero su huesito mondo. Espero poder probarlas en el campo, porque no hay placer tan grande como estar en una tarde de otoño, sentado cabe un chaparro mirando a los venados que ramonean alrededor mientras uno se va metiendo en la boca con lujuria las aceitunas condimentadas a sus manos y va escupiendo los pipos desnudos a la distancia que genere la propia y deleitosa indolencia otoñal.

Lamento admitir, lectores y lectrices, que esto de devorarlas no lo contaré y no podrán sino adivinarlo, porque se trata de algo íntimo y particular en extremo. Seguro que lo comprenderán. Una cosa es hablar sobre su primera vez y otra dar ciertos detalles, ¿verdad?

En Madrid, el día de san Honorio (abad) de madrugada de insomnio secundario a desfase horario.

Mus