Decíamos ayer...
Uno de los argumentos que más me gusta repetir para contrariar a quienes se mesan los cabellos ante los anglicismos es el del aceite. Esta palabra española procede del árabe
azzayt, no del latín
oleum como los de todas las demás denominaciones de las lenguas romances para estos productos. El argumento favorito de quienes pretenden defender a la lengua española es lo de "es que ya tenemos una palabra para decir eso". Bien, pues en español también teníamos, como es natural, un término del latín. Vinieron los árabes, nos pusimos a usar
aceite para lo que ya teníamos
olio y sanseacabó. ¿Perdimos algo? Pues no.
Esto no tiene nada que ver con lo de hoy, pero me lo ha recordado porque hoy quiero contar mi primera vez. Alguno pensará que contaré cómo fue mi primera pérdida de aceite o algo así, pero temo que lo/a defraudaré porque no va de eso el asunto. Se trata de algo mucho más romántico, más personal, más íntimo: mi primera vez arreglando aceitunas.
Hoy hice lo que no había hecho en los cincuenta y siete años de mi vida (réstesele la parte correspondiente a exageración): coseché aceitunas. Dada mi avanzada edad y mis artralgias, no acudí así sin más con un palo a varear los árboles, sino que me limité a bajar unos pocos kilos a mano. De todos modos, en verde como están ahora no caerían fácilmente; además, a mí me gustan los olivos y maltratarlos no me agrada.
Con estos frutillos graciosos emprendo mi camino vital como preparador de aceitunas caseras. Nada será ya igual. Siento que no hay vuelta atrás, pero emprendo con emoción y un punto de excitación esta nueva faceta de mi vida en torno a los fogones y las cocinas. Para la ocasión me he armado de casi todo lo que es menester: las aceitunas, las técnicas de procesado y las sugerencias de aliño. Me faltan los aliños, pero ya los iré recolectando por esos campos.
Como casi todo el mundo sabe, las aceitunas son más amargas que su puta madre --comperdón-- y no se pueden comer así tal cual. Hay que quitarles lo amargo, una sustancia compleja llamada alpechín. Para ello hay que lavarlas con agua muchas veces, pero para acelerar el proceso se puede emplear primero hidróxido de sodio (vulgo, sosa cáustica) durante unas horas. Y luego, agua, agua y más agua. Me gustó un método del cual me hablaron, consistente en meterlas a remojar durante varios días en un arroyo, pero con estas sequedades que nos tiene asignadas el meteorólogo no hay manera de ver correr un arroyo por estas fechas, y además en Madrid no hay arroyos tales ni cuando la temporada viene buena. En definitiva, que recurro al grifo, qué remedio.
Arreglar aceitunas es a lo máximo que podía aspirar en la vida. Con la inseguridad de quien principia una actividad tan apasionante, me llegué a mi amiga I., una boticaria, y le pedí cien gramos de sosa. ¡Y ella aceptó! Apenas pude contener las lágrimas.
En tanto consigo el auxilio químico, para ir haciendo pruebas he machacado algunas olivitas y las he puesto directamente en agua. Ahora solo queda esperar que se les pase el amargor que, como sucede con los grandes amores, se pasa con lavados sucesivos. Después tengo pensado regalarles unas ramitas de tomillo, perfumarlas con unos ajos, acicalarlas con unos toques de sal y refrescar su aroma con algo de hinojo, para por último acercarme con todo el arrebol y pedirles permiso para devorarlas con la pasión que se merecen y escupir con tino y salero su huesito mondo. Espero poder probarlas en el campo, porque no hay placer tan grande como estar en una tarde de otoño, sentado cabe un chaparro mirando a los venados que ramonean alrededor mientras uno se va metiendo en la boca con lujuria las aceitunas condimentadas a sus manos y va escupiendo los pipos desnudos a la distancia que genere la propia y deleitosa indolencia otoñal.
Lamento admitir, lectores y lectrices, que esto de devorarlas no lo contaré y no podrán sino adivinarlo, porque se trata de algo íntimo y particular en extremo. Seguro que lo comprenderán. Una cosa es hablar sobre su primera vez y otra dar ciertos detalles, ¿verdad?
En Madrid, el día de san Honorio (abad) de madrugada de insomnio secundario a desfase horario.
Mus