28 septiembre 2008

Oportunidades



Nada, que como tengo ahorradas setecientas mil pesetillas, he pensado que me voy a comprar un banco, ahora que están de saldo. Siempre quise ser banquero. ¿Que me aburre? Pues lo vendo y en paz.

En cayo Carenero, el día que ya se dijo, por la noche.

Mus

Historia de una canción sincera



Márchate de mi ventana, vete como te venga mejor. No te convengo, cariño, ni soy quien necesitas. Dices que no buscas a un pusilánime sino a alguien que sea siempre fuerte, para que te proteja y te defienda tanto si tienes razón como si no, alguien que te abra todas las puertas sin excepción. Pero no soy yo, cariño, no soy yo; ese que buscas no soy yo.

Surca el aire desde esa cornisa y aterriza con suavidad. No te convengo, cariño, de mí solo conseguirás decepciones. Dices buscar a alguien que prometa no dejarte nunca, que por ti cierre los ojos y el corazón; alguien que muera por ti y no se contente con ello. Pero no soy yo, cariño, no soy yo; ese que buscas no soy yo.

Sal, fúndete con las sombras, cariño. Aquí dentro no hay más que roca, nada se mueve, y de todos modos no estoy solo. Dices que buscas a alguien que te sostenga en todas tus caídas, que te regale flores sin parar y que acuda cada vez que llames: un amante para tu vida, sin más. Pero no soy yo, cariño, no soy yo; ese que buscas no soy yo.

En cayo Carenero, el día de san Wenceslao (mártir y objeto de chistes), por la tarde.

Mus

25 septiembre 2008

Elogio de la puta feria



Entre el 12 y el 21 de septiembre se celebra en isla Colón (Bocas del Toro, Panamá) la Feria del Mar. A pesar de ser una feria humilde para los cánones que se gastan en otros lados, contó con nada menos que el ministro de agricultura panameño para su inauguración. Nunca había asistido a un cúmulo de promesas políticas en directo por este lado del charco, pero ahora eso ya es historia: desvirgado quedo. También hubo una pólvora decente.

—Qué gonitos los cobetes, de colores y de aluces.
—Que no se dice cobete, que se dice cohete.
—Pos en mi pueblo siempre hemos dicho cobete y siempre han explotao, listo.

Las ferias son como los hombres: todas iguales. Bueno, no, borren eso, que no son todas iguales. Digamos que son todas parecidas, pero de ahí no pasa. Los hombres sí somos todos iguales, eso puede quedarse.

El que suscribe ha estado en ferias en tres lugares muy principales: su pueblo y algunos de alrededor; una ciudad gringa llamada Raleigh, a la sazón capital del estado de Carolina del Norte, que a pesar de ser "del Norte" se considera un estado del sur por esas casualidades de la vida; y la de Bocas que acaba de citarse.

En mi pueblo destacaban la rifa de jamones de Cartucho, el salón de tiro Rafalín y los puestos de berenjenas encurtidas. ¡Qué gusto da que te chorretee todo el juguillo de la berenjena cuando te metes entero en la boca ese bálano (la similitud es innegable). No hay experiencia más sensual con verdura ninguna. Vamos, que se puede decir que yo no estoy sensual comiéndome un bálano berenjenil, pero peor sería estar comiéndome un cacho de coliflor que a más de su pestucilla a cuesco tiene aspecto de condiloma acuminado, leche.

—¿Y qué es un condiloma acuminado?
—Más vale no explicarlo, que me da yuyu.
—Ah, bueno.

La otra cosa que destacaba en la feria de mi pueblo eran las innumerables pistolillas, rifles y armas de destrucción individual que comprábamos año tras año, con los pistones correspondientes.

—Panpán, papapapán; estás muerto.
—Vale, pero no del todo. Papapapán, papapán.
—Ahhggg.
—Hala, vamos a ver si la tía Conchi nos feria.
—Sí, vamos.

Con la edad dejamos las pistolillas y nos dedicamos a los gotellines (¡a ver, una caja!) y a las chicas. Yo la primera vez que me declaré a una chica fue en la feria, en los cochecitos de choque que en muchos sitios llaman coches o carritos chocones. No me mandó a la mierda, pero cuando se bajó del coche en el cual la paseaba mientras me declaraba, salió a buen paso y no la volvi a ver hasta dos ferias más tarde, del brazo de un tipo guapísimo que no era yo, como en la canción. Qué cabronada.

De la feria del estado en Raleigh se me quedaron grabadas muchas cosas. El entorno parece de una película. Pasen y vean, pasen y vean: la mujer barbuda, el niño con dos cabezas, la serpiente más grande del mundo, el caballo más pequeño del mundo, el toro gigante, etc. De las atracciones, una me fascinó por lo estúpido y otra me hipnotizó por lo genial.

La primera se llamaba Shoot the turkey ("Tiro al pavo", para entendernos) y consistía en meterse en un recinto amurallado y lleno de balas de paja; luego te entregaban una escopeta del 20, un cartucho que metías en la escopeta, apuntabas a las balas de paja y pegabas un tiro. Eso era todo, y desde luego el pavo debía de estar frito de plomo desde hacía siglos porque no se veía ni pluma ni nada. Ni siquiera lo tenian dibujado. Quise protestar para obligarlos a cambiar el nombre a Shoot the straw, pero no quise meterme en líos con gente armada.

La segunda, la hipnótica, fue Fool the guesser (algo asín como "Engaña al adivino"). Como se puede ver en el enlace, un tipo te reta a que, previo pago de cinco dolaritos u otro estipendio acorde con la inflación, va a adivinarte algo que tú eliges de la siguiente lista: edad, peso o estatura. Si lo adivina (con unos pequeños márgenes de error que él determina de antemano) se queda con tu dinero. Si no lo adivina se queda también con tu dinero pero te da un peluche de esos que le cuestan diez centavos en la tienda de los chinos.

Es el mejor negocio que he visto en mi vida y es un descriptor increíble de la vida estadounidense. A los gringos les quema la plata en el bolsillo y salen dispuestos a pulírsela como no es posible relatar. ¿Para qué querría alguien que le adivinaran el peso, la edad o la estatura? ¡Si ya lo sabes! Coño, los clientes de Amira seguro que van a que ella les adivine lo que ellos no saben, eso sí es importante, pero lo que ya sabes... En fin, tradiciones locales, supongo.

La otra cosa de la feria del estado de Raleigh es que, por su origen ganadero, atrae a muchos productores de bichos, y venden un montón de mascotas muy chulas: conejos a mil (los gringos no comen conejos, para ellos son solo mascotas y comerse un conejo es como para nosotros comernos al canario y nada de esto debe interpretarse con guarradas, no me jodan que esta es una bitácora decente, ¡lúbricos!), cabritas enanas, minigorrinos y otros bichos de gran variedad. Si quisiera una mascota me gustaría tener una cabritilla enana, para rascarle la testuz con mucho amor mientras la consiento con hebritas de alfalfa bien sequita. Con una cabritilla a mano para rascarle la testuz creo que no extrañaría a nadie ni a nada.

En la feria de Bocas había algo para zampar (en todos lados lo mismo, pollo asado y tal), varios juegos de variantes de la ruleta, unos cuantos puestos de baratijas, otros cuantos de instituciones públicas y poco más. También comprobé que el gusto infantil por las armas se extiende a Panamá, y al día siguiente de comenzar la feria ya estaban las calles llenas de mocosos con metralletas láser y armas de aspecto temible.

Lo peor de la feria (para mí) fue que instalaron una discoteca de campaña cuyo diyei me estuvo atronando los sueños durante esos nueve días. Vivo a tres kilómetros del ferial, pero sin más que una bahía de por medio el sonido máquina viajaba con libertad total hasta anidar en mi pecho y hacerlo retumbar. No sé si serían sonidos bajos o graves, pero al que dejaron grave fue a mí aparte de bajo de ánimo.

Lo que más me gustó de la feria fueron sus reinas, a quienes con mucha amabilidad (y algo de cautela por si me arreaban un guamazo por cualquier metedura de pata mía) pedí una foto. De inmediato se plantaron ante mí en tremenda y sensual pose. Ay, qué diademas tan relindas y qué arte tienen estas chicas sonriendo. Aporto testimonio gráfico, que a mí esto de que las damas posen para mí es algo que me desvela. ¿A poco no son reguapas? Olé.


Eché de menos las berenjenas. En cuanto llegue a España, me arrimaré a una tienda de encurtidos y me comeré dos o tres mil, y un par de cebollitas de postre. En cambio, no me gustan demasiado los pepinillos. No es que tenga que ver, pero bueno, ya puestos a hablar de encurtidos...

Joder, qué largo me ha quedado esto, leche. Ya ni modo.

En cayo Carenero, el día de san Cleofás (discípulo del Señor), ya muy de noche.

Mus

18 septiembre 2008

Invenciones



Quienes primitivos cual yo gastamos todas nuestras horas y energías en imaginarnos arrullados por los interminables encantos y las melosas técnicas eróticas de damas sin cuento (por favor, doncellas no, solo gente solvente y capacitada) tenemos muy mermada la capacidad de inventar algo. Como no pensamos, pues así nos va.

Mis recursos habituales al santoral deben de haber obrado el milagro, sin embargo, porque heme aquí que he inventado dos cosas. No puedo decir que sea nada patentable o así, que una cosa es un milagro y otra cosa es un milagro-milagro; pero bueno, menos da un canto.

Se trata de dos recetas e incluso les he puesto nombres rimbonantes con la esperanza de verlas medrar. Las expondré por su orden de concepción.

Sopa tricultural
Rinde para 1 persona. Se agarra un tomate (en buena parte de México les dicen jitomates, del nahua xictli y tomatl) de buen tamaño y que esté ya bastante maduro pero no blandurrio, porque dan grima. Se pela con esmero y amor y se corta en seis o siete cachos. Se mete en la licuadora (batidora, en España), se le añade un chorretón de aceite de oliva virgen extra y un chorrillo de salsa teriyaki (la venden en los comercios). Se licua todo hasta que el tomate quede hecho puré fino y se agrega sal al gusto. Si uno quiere ponerse finolis o no le salió de las guedejas pelar el tomate, entonces lo suyo es pasar el resultado por un tamiz que retenga los trocejos gruesos que puedan haber quedado y los restos de la piel del tomate. El chiste es que quede suave suave. Se puede comer tal cual y apenas se ensucia, lo cual es de suma utilidad para solteros y vagos.

—¿Y qué es una guedeja?
—Ni puta idea, oiga.

No medí cantidades así que no me las pregunten, pero es que además en cualquier receta que se precie se debe hablar así: miaja, chorretón, pizca, cachejo, trocillo, etc. y no andar con zarandajas de pesos y medidas que no hacen más que estorbar y quitarle creatividad al asunto. ¡Y no me repliquen!

Se llama tricultural porque el tomate es originario de América, el aceite de oliva es originario del Mediterráneo y la salsa teriyaki es originaria del comercio pero se supone que la inventaron los japos o los extranjeros de por allá lejos. Otra posibilidad hubiera sido llamarla tricontinental, pero el adjetivo me sonaba a partida de cartas en un cuartelillo y no quiero poblemas con la ley.

Tostada redundante
Rinde para 1 persona. Se acerca uno a la panadería que hay al costado del parque de la ciudad de Bocas y se compra un pan de aceitunas. Se corta en rebanadas, se meten en la tostadora y se tuestan al gusto. Luego se las rocía a modo con aceite de oliva virgen extra y se las come uno tan ricamente.

Se llama redundante porque es de aceitunas y tiene además aceite de oliva. Esto no debiera explicarlo, pero es por si acaso. ¡Y les he dicho que no me repliquen!

Eso es todo. Hoy estoy muy alterado. Ahora vuelvo a mi modo de obseso sexual, que es donde debo permanecer persécula a tenor de mis desviadas neuronas y en su honor.

En cayo Carenero, el día de san José de Cupertino, por la tarde.
Mus

05 septiembre 2008

Limitarse



Hace pocos días, en una conversación banal en la que yo manifestaba mi nula disposición a priori a hacer ya no recuerdo qué (probablemente se tratara de vivir amancebado o algo así), mi interlocutriz me vino con la cantinela de que hallaba mi posición limitante para mi propio devenir. En definitiva, que no tenía sentido decir no de antemano a algo porque con ello se perdía uno oportunidades importantes. No es la primera vez que alguien me viene con esto, de hecho tiene apenas unas semanas que me lo dijo también otra persona; incluso es posible que yo lo haya dicho alguna vez.

Menuda basurilla. Este tipo de argumentos esconden una flexibilidad vital de la peor especie: la pseudológica. Veamos en qué consiste el análisis lógico según Mus.

En primer lugar, todos tenemos planteamientos vitales. El que te dice “te limitas” por no querer probar los caracoles en salsa debiera pensar si él mismo no se estará limitando por no querer probar la dulce coprofagia, la deliciosa masturbación transuretral con un alambre o una emocionante partidita de ruleta rusa. Todos tenemos en mente cosas que no nos apetece probar. Puede que eso nos limite, y objetivamente así es, pero es algo que nos sucede a todos y que tiene justificaciones poderosas, y andar “acusando” de ello al prójimo como si fuera algo ajeno a uno mismo resulta presuntuoso.

En segundo lugar, la mera enunciación del “te limitas” es ilógica. Si el emisor de la afirmación está dispuesto a no limitarse, debiera estar dispuesto a comprender que la limitación es precisamente una de las opciones de la gama. Es como sostener que uno deja la puerta abierta a cualquier pensamiento religioso y al mismo tiempo darle con la puerta en las narices a un pensamiento religioso consistente, precisamente, en que no se tenga religión alguna. Así pues, si uno desea ser “abierto de mente”, entonces es imprescindible que se acepte sin mayor problema (y sin ánimo de vender ideas contrarias) que alguien se limite en tal o cual aspecto.

Otrosí, es una observación empírica, casi diría dogmática, que las personas cambiamos de puntos de vista conforme vamos acumulando experiencias, y lo que hoy nos parece tal acaso nos parezca pascual al cabo de un tiempo. Desde luego que eso no impide que algunas personas mantengan visiones u opiniones parecidas durante toda su vida con respecto a algo concreto, pero sería difícil encontrar alguien que desde su nacimiento hasta su muerte haya exhibido las mismas posturas invariables en relación con absolutamente todo su mundo.

El corolario es que los seres humanos no estamos pensados para limitarnos a una postura única e inmutable ante cada dilema, ni siquiera queriendo. Los límites nos ayudan a ubicarnos y convivir con nuestro alrededor, y si en algún caso son indeseables es tan solo cuando nosotros mismos comprendemos que nos los tenemos impuestos por motivos culturales y educacionales que no nos convencen ni a nosotros mismos. O sea, que los límites obeceden a que nos vendieron la moto que en realidad no queremos. Esos sí deben llamar nuestra atención, porque no los justifican nuestras propias decisiones sino que nos los han plantificado. Me thinks.

En definitiva, quienes proclaman la ilimitación como enfoque vital lo hacen por dos motivos: uno es que van de sobraos (aunque no necesariamente se dan cuenta de ello) y el otro es la dialéctica, o sea, que desean llevarse el gato al agua y convencer al de enfrente de que cambie de parecer.

Esto último es lo que yo hago con las chicas y el sexo anal, cuando les espeto eso de “Nena, no sabes lo que te estás perdiendo”. Lo malo es que nunca cuela, así que algo debo de estar haciendo mal. Quizá tenga que meterle un hipérbaton a la frase, o algo.

En isla Colón, el día de san Lorenzo Jutiniano, por la tarde.

Mus

04 septiembre 2008

El tamaño importa

No sean guarros. Ese tamaño sí importa, ya lo sé, ya me lo dicen a cada rato entre risas indisimuladas, pero no va de eso lo de hoy. Sería como mentar la soga en casa del ahorcado.

Me refiero a que no es lo mismo ver un pescadito escueto que ver un mero gordote metido en su cueva. No es lo mismo ver un centollo descomunal con pinzotas de grua portuaria que enfrentarse a un camarón exiguo. Tampoco es igual una morena verde del tamaño de un cañón de tanque que contemplar un pepino de mar.

Dicho lo cual, se disfruta (mucho) con todo. Hoy tuve un día afortunado porque pude deleitarme con las burbujas que emanaban rítmica y pausadamente de mi regulador y con la visión de un gran número de bichos interesantes, tanto grandes como pequeños. En especial me gustaron, como de costumbre, las cosas comestibles: langostas, centollos, meros y cabrillas, algún que otro pargo de buen tamaño. Soy un tragón y eso se nota al bucear.

También me gustaron los peces sapo, que nunca había visto antes en el mar y hoy los vi en gran cantidad. En el plato los he visto mucho porque en España es muy común llamarlos rapes, denominación que da lugar a una traducción graciosa (acaso apócrifa, pero graciosa de todos modos) en los menús playeros, la del rape a la marinera, que algunas acémilas parecen traducir como "rape sailor's style" que viene a decir "violación al estilo marinero". Por cierto que los rapes (monk fish en inglés) son más feos que su puta madre, lo que se puede saber con solo ir al mercado si uno tiene la suerte de que lo vendan y lo presenten con cabeza. En el mar asustan un poco.

Pero dejémonos de violaciones y fealdades. Decía que resulta fascinante desde cualquier punto de vista quedarse cinco minutos en el fondo del mar, escudriñando cada rincón de una roca coralífera llena de cosas: almejas y ostras, camaroncitos de larguísimos bigotes, micropeces que pululan esperando a crecer, los corales y sus detalles a ojo cercano... Es todo maravilloso, de lo más fabuloso que ofrece la naturaleza, y hoy me ayudó a no echar tanto de menos mi época preferida del campo español, la berrea de mis ciervos manchegos, que ya estará principiando. Se pone uno muy verraco oyendo bramar a los venados. Pero mucho, ¿eh?

Como colofón, Ricardo, el de la escuela de buceo, parece que está por la labor de alquilarme su velero. Es muy chiquito, no creo que tenga más de seis metros, pero creo que será un buen comienzo. Si se anima a darme un buen precio, me lo quedaré lo que queda de mes. He pensado incluso que le podría poner una bandera pirata, comprar un perico para mi hombro y ¡hala!, a surcar el Caribe en busca de damiselas a quienes secuestrar para que les dé un síndrome de Estocolmo que te cagas y ya nunca más quieran separarse de mí.

Y encima no tengo trabajo pendiente. Señoras, señores, ¡ESTO ES VIDA!

En cayo Carenero, el día de san Moisés, por la tarde.

Mus

02 septiembre 2008

Historia de una canción sobre el fin de la historia



Cuando te encuentres lejos de mí, cuando quieras que esté contigo, no hallarás un recuerdo de mí ni tendrás más amores conmigo. Y te juro que no volveré aunque me haga pedazos la vida; aunque una vez te amé con locura, ya estarás despedida de mi alma.

No volveré. Te lo juro por Dios que me mira, te lo digo llorando de rabia: no volveré. No pararé hasta ver que mi llanto ha formado un arroyo anegado de olvido donde ahogaré tu recuerdo.

Fuimos nubes que apartó el viento, piedras que siempre chocaron, gotas de agua que resecó el sol y borracheras que no terminaron. Me voy en el tren de la ausencia y mi boleto no tiene regreso. Lo que tengas de mí, te lo doy... pero yo te devuelvo tus besos.

En cayo Carenero, el día que quedó dicho, por la noche.

Mus

Pirsines



El otro día me hice un pirsin. Como quería ser original a la par que discreto, pasé de orejas, cejas, ombligos, bocas o glandes, y me lo hice en la planta del pie. Luego, como no me había quedado a gusto, fui a que me hicieran otro.

Hace unas semanas andaba yo como mi madre siempre me regañaba por andar: descalzo. Haciendo caso omiso de las recomendaciones maternas intemporales y transculturales, bajé a la cocina del piso inferior, quién sabe a razón de qué, y olvidé que no tenía mucho que se había caído y roto (por ese orden) una jarra de vidrio. El resultado de ese despiste fue una bella penetración, pero no sexual sino plantar: una esquirlita se me metió en el pinrel. Hasta aquí el pirsin número uno.

Tras una semana de cojera (de cojear, no de coger, lamentablemente) acabé en las manos de una galena. Yo hubiera querido acabar (¡y hasta terminar!) en su vientre, pero tuve que conformarme con acabar en sus manos. Con algo de acierto y nada de analgesia ni anestesia me sacó un cacho de esquirla y unas cuantas imprecaciones y dolores, tras lo cual creía yo que se había acabado mi cuita con el pirsin. Infeliz yo.

El viernes me vi obligado a acudir de nuevo a las manos (y una vez más, solo a las manos) de la doctriz porque luego de un par de semanas la cosa seguía sin resolverse y yo seguía teniendo un alien vítreo en mi delicado pie que me causaba trastornos funcionales de importancia, o sea, que cojeaba ostensiblemente. Ella ignoró mis requiebros de amor y procedió a hurgar en el hoyito (el de mi pie, no se me pierdan en cochinadas), con lo que consiguió arrancarme varias imprecaciones más y algún que otro reflejo de defensa que algunos zafios llaman coz. A la vista de mis quejumbres, me propuso algo novedoso. Yo la escuchaba presto a arrancarme la ropa y a arrancársela a ella a la más mínima insinuación y que le dieran mucho por el culo a la astilla de mi pie, pero de sus labios solo salió una conminación triste:

—Mire, si no se está quieto ni puede aguantarse, lo mejor será que le ponga una anestesia local. Le dolerá el pinchazo pero luego podré trabajar en paz, españolito gritón.
—Bueno, vale.

Así que allá vino con una jeringa cargada con lidocaína, que la muy cabrona me clavó con saña en toda la planta del pie, desde las almohadillas de los dedetes hacia abajo. Pirsin número dos. En un ejercicio de oxímoron pediálgico, el anestésico me dolió. Luego la nada.

Lo más curioso del caso es que el anestésico tuvo un efecto secundario: la acumulación en los alrededores del cuerpo extraño provocó que este fuera empujado hacia la única vía que tenía para escapar, que era el hoyito plantar previamente obtenido a golpe de lamento e instrumental quirúrgico. Así que cuando la médica se puso sus lentes de aumento y volvió a trajinar con su escalpelo en mi peana, no tardó ni dos segundos en decir vualá y mostrarme ufana el cachito de sílice de mierda, apenas un milímetro y medio en su dimensión mayor, que me había tenido cojeando (insisto a mi pesar: no cogiendo) durante tantos días.

Como soy un caballero, con todo y lo mucho que me hizo sufrir la doctora le di con profusión las gracias e incluso insistí en ofrecerle un paseo por la próxima feria, pero ella mencionó algo sobre el moretón que aún ostento en el rostro tras la bofetada lingüística narrada en días anteriores y me mandó a hacer gárgaras y a pagar la cuenta. Yo comprendí su indicación, pero no le hice caso y me fui a hacer puñetas, que es lo habitual entre solteros cual yo. Ni modo.

En cayo Carenero, el día de santa Teodora, por la tarde.

Mus