30 mayo 2007

Perder la cabeza


Ni cánceres ni sidas ni pobrezas ni nada lo más duro de la vida o de la vida que llevo vivida y de la que puedo colegir es perder la cabeza hoy fui a comerme mis consabidas alitas de pollo y mi tradicional ¿cotidiana? ensalada de tomate con cebolla entré al consabido bar de la consabida calle del consabido pueblo a la consabida hora y no me hizo falta más que echarle una mirada al consabido camarero para que raudo me ofreciera sin pedirlo el consabido "media de alitas ensalada de tomate y jarra de cerveza ¿no? ante tamaño despliegue de buen hacer camareril a uno no le queda más que asentir con la cabeza maravillarse y sentarse en la consabida mesa a esperar que le sirvan el consabido condumio sin en cambio hoy hubo un toque especial porque en la mesa colindante había una persona con una computadora portátil a veces les dicen laptops y nuestros ojos se cruzaron yo la saludé con esa cortesía un punto indiferente con que se saluda a cualquier paisano ese "hola" indolente que tanto podría ser un "felicidades" como un "te acompaño en el sentimiento" ella pareció quedarse algo atónita de que alguien la saludara y cuando quise darme cuenta estábamos pegando la hebra a pesar de que yo lo único que pretendía era ser cortés rápido se hizo evidente que algo no estaba del todo bien mi interlocutriz hablaba demasiado rápido atropellando las palabras y las frases y variando de un tema a otro con singularidad una vestimenta peculiar la verborrea un leve pero notable cambio continuo del tema central de la charla un cierto delirio de grandeza que apareció con presteza alusiones a un coeficiente intelectual incomparable que de todos modos si hay que creer lo que ella misma decía 130 tampoco era tanto el gesto torcido del resto del bar sobre todo del propio camarero y su familia ante la conversación como diciéndome "ay Mus la que te ha tocado" resumiendo todo parecía indicar que me encontraba ante una esquizofrénica azares de la vida resulta que era una paranoica que me conocía y que fue capaz de dar un par de detalles muy precisos de un encuentro de antaño junto a ello un denominador común de algunas enfermedades mentales la falta de crítica es decir la negativa del enfermo mental a reconocerse tal según mi compañera de plática lo suyo era una "esofagitis eosinofílica" y ya "le habían quitado" el diagnóstico de esquizofrenia lógicamente según ella y la tal enfermedad le había hecho aumentar de 38 a 108 kilos con la consiguiente fractura de huesos por el peso excesivo aparte de su superior cociente intelectual desplegaba una personalidad egocéntrica ella era muy sociable hablaba con todo el mundo aunque para ello tuviera que "llevar a los demás" a las cotas de inteligencia propias lo que consideraba un estímulo para las personas que la rodean mucho más interesante que "rebajarse" al nivel de los otros por supuesto era escritora y pintora de inmensa excelencia artística su memoria era prodigiosa lo cual pude comprobar que es bastante cierto y en fin estaba "por encima" del nivel general y era mayormente una incomprendida y allí andaba A sentada en la mesa del bar con su computadora portátil a veces les dicen laptops porque está locamente enamorada de N el camarero y solo espera que él le diga unas palabras amables para poder irse contenta a su casa a fabular con su conquista y saborear en sus sueños un beso que nunca le rozará los labios la esquizofrenia está con nosotros y vive entre nuestros amigos y dentro de nuestras familias hoy escribo esto para brindar por A a quien nadie pela por ser lo que es sin poder evitarlo y que pasa las horas sentada hora tras hora en la mesa de un ruidoso bar español bebiendo los vientos por el muchacho que le trae la cocacola en lugar de bebérsela e irse a tomar viento.

En un pueblo de La Mancha, el día de san Fernando (rey), por la tarde.

Mus

27 mayo 2007

¿Novedades? No, gracias.


Siempre que regreso a España me sumerjo en un océano de inactividad paroxística. No paro de moverme pero el resultado neto es nulo o despreciablemente positivo, porque apenas percibo que vivo.

Llego con ansias de devorar delicatesen, de libar caldos memorables, de volver a ver a mis amigos, de hacer con mis amigas lo que suelen los tiernos osos con las osas que a su frente se ponen en la soledad inmensa de la tundra (aunque no encuentro ni una osa que ose dejarse). También llego, como es natural, cargado de labor. Menos mal que hago lo que hago, porque si fuera labriego ya me veo cargando a todas horas con el cultivador y la azada.

Esto de sentarse a la computadora a escribir sobre lo humano y lo divino (téngase por divino al Monstruo Volador de Espaguetis, como es natural, que es la única divinidad reconocible y comprobada) choca con la actividad propia de quien suscribe, que es eminentemente internetaria. Se la pasa uno pegado a la tecla y, cuando llega la hora de contar algo, se entra en estado de flojera subcrónica severa (también llamada astenia laboral subaguda) y casi no dan ganas de hacer nada. Incluso creo que sobra, ese "casi".

A veces no es la patología perezósica la culpable, sino la abrumadora imposibilidad de describir con un mínimo de interés las maravillas de este mundo. ¿Cómo puede describirse la gracilidad del payasito que nos sonríe amable mientras toca la concertina con deliciosa armonía en un simple patio medieval segoviano? Un mago del encanto, un húngaro llamado Lénárt András, consiguió que yo no deseara más que vivir en ese mundo y hacerme amigo del payasito (y amante ocasional de la bailarina, que siempre me pareció lógico pensar qué pueda haber bajo un tutú).

Estuve en Titirimundi, un festival de titiriteros, saltimbanquis y cuentacuentos, y ya no podré hacer otra cosa en la vida más que recomendarle a todo el mundo que vaya a cosas así: ¡son maravillosos! Además, en Segovia se comen unos puerquitos suaves, delicados, con su punto lipídico singular, unos animalitos que mueven a la succión digital posprandial con harto entusiasmo. Agréguese una botella de vino decente y uno se siente en el paraíso (sin necesidad de matar a nadie, con la pequeña excepción del puerquito) y sin siquiera una hurí cerca, que ya se sabe lo coñazo que puede llegar a ser una doncella cuando se trata, precisamente de todo lo contrario (a la doncellez).

De Titirimundi pasé a la nada: un agujero negro, insondable y escuro, de ese tipo de agujeros zaínos que llenan la cuenta corriente de útil monetario, me abdujo temporalmente y ya pensaba que nada me permitiría escapar dél cuando el cielo se abatió sobre mi cabeza y la de otros miles de seres vivos habitantes de la llanura manchega y nos dejó una riada y medio metro de granizos del tamaño de huevos de codorniz en las calles. A veces se siente uno feliz de no ser liebre ni perdiz ni tintinillo, porque a cualquiera de estos animalitos campestres los hubiera matado sin duda un granizo como aquel.

Debió de ser además un meteoro abstemio y prohibicionista, porque lo cierto es que se llevó por delante todas y cada una de las hojillas verdes que mostraban las parras de mi pueblo, que de lucir lustrosas pámpanas pasaron a tener el aspecto de un viñedo de Mordor. Habrá que olvidarse de chatos de vino manchego (o, al menos, de mi pueblo) durante un par de años. Un desastre.

Para arreglar un poco la desazón, y dada la nula eficacia de las medidas tomadas para sacudirme la abstinencia que las damas me vienen imponiendo desde hace varios lustros, decidí visitar el casino de Torrelodones (ese que se cita en Diecinueve días y quinientas noches, de Sabina), y cuando menos puedo decir que se cumplió el dicho de afortunado en el juego, desafortunado en amores, o que se cumplió en su versión inversa. Hubiera preferido un rato de ayuntamiento pero, ya que no huelgo con hembra alguna, al menos me llevé doscientos euritos, tan ricamente, y encima me invitaron a cenar.

¿Alguien da más? Pues que me llame, por favor, que ya la estoy echando de menos.

En Madrid, el día de san Agustín de Canterbury (arzobispo), por la tarde.

Mus

06 mayo 2007

Telón

Se terminó esta función y el telón está cayendo mientras escribo esta última glosa tropical. Bueno, tampoco última-última, sino última de esta fase vital, de esta obra teátrica que vengo representando sobre la vida y las neuras lingüisticorretóricas del hombre llamado Mus, un gachupín flaco que ahora vuelve temporalmente como indiano.

El viernes estuve a devolver mi FM3 (algo así como el permiso de residencia) y me dieron mi oficio de salida. Curiosamente, el documento llevaba fecha de 6 de mayo, así que hoy, justo el día que me marcho, habría vencido.

Como en toda efemérides, y aunque la de hoy no es una ocasión de celebrar porque me voy un punto triste, acaso convenga aliviar las emociones con unas mañanitas de homenaje porque, en realidad, el protagonista de toda esta historia es México y no Mus, y en México se cantan las mañanitas en los aniversarios.

Así que sacúdase la morriña, mándese a la verga la lagrimilla y vayan aquí las divertidas mañanitas de mi apreciado Chava Flores. ¡Salud!

El saludo que te traigo en este día
es la muestra de amistad que yo te doy.
Si dormida tú te encuentras todavía,
ya despierta pa’ que escuches mi canción.

Sólo vengo acompañado de mis cuates,
que te brindan su amistad igual que yo;
desvelados y friolentos los mariachis
piden algo pa’ que entremos en calor.

Por favor, prende la luz, nada te cuesta,
que te quiero dedicar otra canción;
ya nos anda por que nos abras la puerta
y nos brindes una copa de licor.

Es tu santo y a cantarte hemos venido,
nos escucha muy atento el velador;
te suplico, te lo ruego, te lo pido,
nos invites a pasar al comedor.

Varias veces ha pasado la patrulla
y nos pone en muy difícil situación;
si nos llevan para el bote es culpa tuya
por no hacernos una fiel invitación.

Yo te juro que a la gorra no venimos,
ni tampoco a recibir tu ingratitud;
pues no es justo que lleguemos y nos fuimos
sin echarnos una copa a tu salud.

Se prendieron ya las luces, mis cuatachos,
la del santo nos oyo y se levantó;
esten listos pa’ correr si avientan agua
u otro líquido que manche nuestro honor.

Pero miren que las puertas ya se abrieron,
entren santos peregrinos, por favor,
y al unísono gritemos: ¡viva, viva!
y tres porras por el santo que es el de hoy.

Y el santo de hoy es Petronax (obispo, joder con el nombrecito de torre malaya que se gastaba el tal) y esto lo escribo con agradecimiento infinito al despedirme de la luminosa, verdiazul, cálida y acogedora península de Yucatán y de sus mayas de bella voz.

Ya se me hace tarde; voy por mi equipaje. Como los godos de Astérix, "nos vamos, perro volverremos".

Mus