21 diciembre 2006

El guiño del chofer

En México llaman 'chofer' (así, con acento prosódico grave, no como el 'chófer' que usamos en España) a cualquier persona que maneja o conduce un vehículo. Los choferes de los micros suelen poner todo tipo de anuncios interesantes en el frontispicio del vehículo, cerca del espejo retrovisor.

En cierta ocasión vi una lista de derechos del pasajero, redactada a mano y con lápiz, todo un ejercicio de interés por la calidad... Lo más interesante de aquel caso fue que uno de los derechos del pasajero era que el chofer no llevara acompañante a su lado, y es que muchas esposas, novias y parejas de los choferes los acompañan durante su jornada laboral, no sé si por hacerles compañía o porque son celosillas y no quieren dar chance de que alguna pasajera pájara les birle al proveedor de abracitos de tamal.

Los mensajes más abundantes son los de tipo religioso, con cristos muy aparatosos y mensajes de recuerdo de la fugacidad de la vida (sobre todo de su fugacidad cuando uno maneja tomado o a demasiada velocidad). La verdad es que esos sorprenden por su exageración, por los recursos estéticos de irisaciones y claroscuros, pero tienen más bien poco chiste.

Y también están los mensajes en los que el chofer cumple con alguna norma, tácita o explícita, pero lo hace con gracia. Uno que me gustó mucho es el que figura a continuación, que obtuve en un micro poblano. es el mensaje del centro, al lado de la bocina (el altavoz) negra. Es evidente que no hay dejadez por parte del chofer, sino deseo de darle un guiño al pasajero. Es como si quisiera entretenerlo, que sonría al estar a su alrededor, y a fe que lo consigue. No sé si se verá bien el texto, espero que sí.


Bien por los choferes con buen humor.

En la península de Yucatán, el día de san Pedro Canisio (presbítero y doctor), por la tarde.

Mus

18 diciembre 2006

¿El nombre? ¡A la verga!

Sabido es que las diferentes culturas y usos del lenguaje juegan malas pasadas cuando se trata de publicidad. Es ya clásica la carcajada general de los mexicanos y los argentinos cuando los españoles llegamos acá cogiendo todo: taxis, aviones, el metro... En fin, son cosillas sin mayor importancia, que provocan alguna que otra cuchufleta y en paz.

Este chascarrillo de hoy tampoco tiene importancia porque, al fin y al cabo, la anécdota no surge de un producto mexicano que se intentara vender así en España, sino un producto mexicano que se intenta vender en México, donde todo lo que viene a continuación quizá carezca de sentido y se vea más como exceso de malicia por mi parte que otra cosa.

Puede verse en el diccionario CLAVE que 'capullo' es voz polisémica (o sea, que tiene varios significados), y entre ellos figura el de 'glande'. Curiosamente, el DRAE no habla de 'capullo' como glande, sino como prepucio. Aunque yo nunca lo he oído así ni tenido por tal, esa acepción permite hablar más propiamente de 'descapullar', que es como llamamos a la retirada del prepucio para descubrir el glande. Por ejemplo, se diría que un hombre con fimosis no descapulla. En una divertida comedia de los ochenta, llamada La corte del faraón, un inspector chupatintas le pregunta al comisario si se escribe "deScapullar" o "deXcapullar". Recomiendo esta película a cualquiera --aunque ya la haya visto--.

Pero no nos desviemos de la relación y conclúyamosla. En efecto, en España al menos, es común llamar vulgarmente 'capullo' al glande o bálano --que espero no tener que explicar qué es, ni mostrar ejemplo--. Bueno, pues contemplen este producto que se vende en cierto supermercado mexicano: el nombre del producto, la sensual forma del envase (especialmente la parte superior o capuchón) y la delicada gota, acaso de rocío, que se desliza en el artístico dibujo...


¡Olé, qué arte!

En la península de Yucatán, el día de la expectación del parto (o Nuestra Señora de la O), anocheciendo.

Mus

17 diciembre 2006

Neologismos chistosos


Voy siempre por todos lados como perro. Mientras estos simpáticos, o no tan simpáticos, animales andan de un lado a otro husmeando cualquier olor de interés, yo me veo por todos lados leyendo los pequeños cartelillos que la gente pone para anunciar todo tipo de cosas, y si puedo les saco fotos. En este aspecto, México me lleva fascinando varios años por la espontaneidad de sus frases, sus carteles. Me gusta la inventiva que veo, a qué negarlo, y me saca no pocas sonrisas. Además, ahora que es tan sencillo ir con el celular sacando fotos a cualquier cosa, pues mejor.

Uno de mis carteles preferidos es el que les muestro aquí, obtenido en un Starbucks del sur de la ciudad de México. Dice el Diccionario de la Real Academia Española que 'edulcorar' es un verbo de origen directamente latino, y que significa endulzar. A su vez, 'endulzar' es un verbo parasintético formado por la partícula 'en-' y el verbo 'dulzar', que es inexistente pero que se forma ad hoc a partir del adjetivo 'dulce' y la terminación '-ar'. La parasíntesis consiste precisamente en formar palabras a partir de elementos que no existen por separado, y es muy común para formar neologismos (vulgo "palabros inventaos"). Sin embargo, parece que 'endulcorante' es más el producto de una confusión, una semejante a la que se produce con el neologismo 'almorroide', en el que el hablante mezcla graciosamente dos palabras que significan lo mismo: 'almorrana' y 'hemorroide'.

Pues nada: 'endulcorante'. Es un pequeño adefesio, pero me encantó.

En la península de Yucatán, el día de san Lázaro (obispo), por la noche.

Mus

16 diciembre 2006

La trampa, la añagaza, la falsía


Es indignante. Fíjense ustedes que estaba yo el otro día jugando escrábel con mi amiga y va, la muy caradura, y me viene con que no se puede añadir 'sor' en vertical al final de 'aplaza', la palabra que figura en la parte superior y con la cual ya le había metido un bonito golpe de unos setenta y tantos puntillos. Juzguen, juzguen ustedes mismos... Vamos, que habría salido "aplazas" y "sor" divinamente, ¡vamoshombrepordiós! Y para no quedarme corto de exclamaciones ante tan inmerecida situación, ahí va esta otra: ¡habráse visto!

Menos mal que la sangre no llegó al río. Por supuesto que me enojé; semejante negación de la más elemental regla del escrábel no era para menos. Tan es así que le saqué foto al tablero, para que luego no hubiera retractaciones del tipo "no, no era así la cosa".

Pero bueno, se me pasó pronto porque, acabada la partida, mi amiga se dejó, y claro, para una que se deja no vamos a armarle pleito. Además, había ganado yo la partida de escrábel, con todo y trampa. Jijiji...

En la península de Yucatán, el día de santa Albina (virgen), por la noche.

Mus

04 diciembre 2006

La comida (sin recetas)

Hace tanto que no escribo algo que ¡ya me olvidé de escribir! Si pongo una be donde va una ve, o una hache donde no va, me lo disculpen sus mercedes. Mercedes, ¡tráeme una bolsita de maní, no seas malita!

Bueno, pues el caso es que el que suscribe pasó el día de Acción de Gracias en los Estados Unidos. [Inciso arrebatado: aprovecho para decir que Estados Unidos se abrevia 'EE. UU.', 'E. U. A.' o 'EUA', pero no 'EE.UU.' ni 'E.U.A.', por motivos algo pedantes que es prolijo explicar pero que a cierta colaboratriz mía se le escapan y me tiene frito. Fin del arrebato.] Pasé esos días en Nueva Jersey porque así deparómelo el destino, con la ayuda de una invitación de una familia amiga que debieron pensar que estaba yo más seco que la mojama y que me convenía una cena típica estadounidense para entrar en peso.

Como quiera que el responsable de la cena era un cocinero (es decir, que a eso se dedica profesionalmente, no nomás que le gusta), la cosa pintaba bien interesante y para allá que me fuime. Sólo diré que el resultado fue excelente y que, aunque cuando llegó el momento estelar del pavo yo ya no podía comer más --las botanas hubieran dado para tres comidas--, lo poco de pavo que comí me encantó. Los rellenos ya no tanto, porque no le encuentro el chiste a tanta miga y tal. El puré de papas, pues... bueno, puré de papas. Y el puré de nabos, pues... puré de nabos. A nadie se le oculta que hacer algo sublime con un puré de nabos es cosa imposible, aun para Toncrús. ¡Disfruté de una comida en los EE. UU.! Quién lo hubiera esperado...

Al regresar, en el avión, fui recordando mis visitas a aquél país y lo sosos, desabridos y anodinos que fueron siempre para hacer comidas. Allá sustituyen lo interesante por lo abundante. ¿Dije abundante? Pido disculpas: ¡pantagruélico! Por lo demás, es curioso que la cocina estadounidense sea tan peculiar a la hora de mezclar de todo: los estadounidenses, tan megarricos y ostentosos, serían incapaces de comerse una ensalada de lechuga, tomate y cebolla aliñada con aceite de oliva y un poco de vinagre. No, allá tienen que ponerle setenta cosas a todo, y mil hielos al agua (ah, eso que no falte). Además, es todo como uniforme. Aunque no dudo que habrá excelentes restaurantes de variados menús, la inmensa mayoría del país está a merced de las grandes cadenas de alimentación, y claro, ahí dan siempre lo mesmo: un coñazo.

Hoy leo una noticia que me llama la atención. Un estudio realizado en los EE. UU. ha descubierto que un número importante de hospitales pediátricos de allá tienen dentro un restaurante de comida rápida, con la mala fama que estos tienen por insalubres desde el punto de vista dietético. Bueno, pues una representanta de uno de estos hospitales explica por qué tienen entre sus muros un McDonalds:
Children's Memorial spokeswoman Julie Pesch said the hospital chose McDonald's many years ago as a special treat for sick kids going through difficult treatment.
El problema es extremadamente complejo, porque desde luego cualquier niño (o no tan niño) sabe inmediatamente que la comida de los hospitales es cualquier cosa menos apetitosa. Pero, ¿y si se fueran a su casa? Es decir, las comparaciones se realizarían entre la comida del hospital y el McDonalds, la comida del hospital y el hogar y la comida de McDonalds y el hogar. La situación es terrible. Además, en lugar de poner un McDonalds, ¿por qué no se dejan de leches y se ponen las pilas en la cocina para que los niños estén felices? Joder, en un país que sabe fabricar bombas termonucleares, hacer una comida apetitosa para un niño no debiera suponer tanto problema, digo yo. Vamos, que a un niño le das papas fritas y macarrones con tomate y se siente el amo del mundo.

Cuando viví en los EE. UU., me propuse no comer hamburguesas. No tengo gran cosa contra las hamburguesas (tampoco contra las de Düsseldorf o las de Ratisbona, siempre que me dejen besarlas sin poner grandes impedimentos), pero es una de esas comidas que me parecen tan exentas de cultura que prefiero no arrimarme. Para reforzar mi decisión de alejarme de los restaurantes de hamburguesas, me prometí que, por cada hamburguesa que comiera allá, invitaría a cenar a una chica en España.

A pesar de que estuve allá bastantes meses, a mi regreso sólo hubo dos españolas privilegiadas, de lo cual mi hígado se alegró, no menos que mi peculio en actitud propia del más ínclito regiomontano. Además, en una preocupante serie que se prolonga desde que tenía 13 años, ninguna de estas chicas se dejaron besar, y de abrazos de tamal ni hablamos. Triste sino el mío.

Eso sí, antes de mi viaje no prometí nada acerca del pollo frito al estilo de Kentucky, porque me encanta y me como lo que me echen a la escudilla, así que púseme dello como el quico. Creo que un día tengo que ir a una analista, a revisar estas incoherencias dietéticas mías...

Y para finalizar, había prometido no dar recetas, pero que como las ostras no precisan de receta (se abren, se comen y punto pelota) puedo decir que me puse morado de ostras. Joder, ¡qué ricas están! Si una mujer me desea, puede traerme ostras y seré suyo mientras duren las ostras (que lo de contigo pan y cebolla no reza por mí) y hasta un límite de unos cuantos días, que tampoco conviene abusar... de las ostras, quiero decir: de mí las mujeres pueden abusar cuanto gusten, que soy todo suyo.

En la península de Yucatán (¡por fin!), el día de san Juan Damasceno (presbítero y doctor de la Iglesia) por la tarde.

Mus