Si los peces hablaran
Hoy me sucedió algo extraordinario.
Todo está bastante muerto y no hubo manera de salir a bucear, que es lo que yo hubiera querido, así que me pasé todo el día sin hacer nada productivo, si exceptuamos la siestecita del carnero que me apreté pasado el mediodía.
Cuando abrí el ojo, me puse a echárselo a un pescaote que había quedado en comerme a pachas con mi vecino. Ya estaba bastante descongelado (el pescado, no mi vecino), así que lo salé y prendí el horno para ir calentándolo. Mientras lo metía en el papel de aluminio, dio una sacudida y me sobresaltó con un grito.
-Oye, ca, ¿siempre sí me vas a asar?
-¡Ay, buey! --no se me ocurrió otra cosa que respingar, soltando una cuchara de palo. Menudo susto.
-Dejate de buey, mano, que la cosa está que arde. Te pregunté que si me ibas a asar -insistió el pez, ya más sosegado.
Y, qué quieren que les diga, después del susto que me dio el muy hijo de puta con eso de hablarme, y más aún después de la siesta, no iba yo a dejarlo que se fuera de rositas, así que lo metí al horno a 250 ºC y no volvió a decir ni pío.
Después de que nos lo comimos le dije a mi vecino si quería acompañarme a la bahía a hacer un poco de esnorqueleo, a ver qué onda con los demás peces, que parece que hoy estaban parlanchines. Pero ninguno dijo nada, así que concluí que lo de hoy fue un suceso extraordinario, una de esas cosas inexplicables que tienen la vida y el asado de pescados. Bueno, pues muy bien: para mi bitácora --pensé para mi coleto--, por lo que aquí estoy, contándoselo.
Y perdóneme dios. Amén.
En la península de Yucatán, el día de N.ª S.ª de la Merced, por la tarde.
Mus
3 Comments:
A mí una vez me habló un plátano. Estaba yo preparándome un chocomilk en la licuadora, para tratar de curarme un poco la feroz cruda que traía tras una noche de fiesta tan grande que parecían dos.
Tomé el plátano, y de pronto me gritó:
--Apúrate, que no tengo tu tiempo.
Yo solté un eufemismo, y solté el plátano, que cayó al suelo. De pie. Ambos, el plátano y yo, nos miramos a los ojos. El plátano me miró retadoramente mientras yo retrocedía cual cobarde que soy (los plátanos son muy peligrosos en estado salvaje...) y salió por sí mismo de su cáscara, que dejó abandonada en el suelo. De un salto se subió a la mesa, presionó el botón de encendido de la licuadora, se paró en el borde del vaso, y me gritó un montón de obcenidades que aún hoy no puedo repetir de tan violentas.
Pero alcancé a recuperar un poco la compostura... lo suficiente para preguntarle quién era. Y con la voz más profunda y decidida que haya escuchado hasta la fecha, me dijo:
--Soy el platano macho.
Y saltó a las aspas...
No sé, yo estoy intentando buscarle alguna explicación. ¡Hoy fue la bolsita del té del desayuno la que se quejó por ser escaldada! Me hacen sentirme un maltratador.
No sé qué voy a hacer si esto sigue así. Comería las cosas crudas, pero más bien parece una rebelión contra todo tipo de agresión, ¡y uno tiene que comer algo, digo yo!
Ese plátano había leído a Hemingway, eso seguro. Al menos tenemos frutas leídas y escribidas, que no es poco, aunque sean suicidas. :)
jajaja si bueno está el texto, las respuesta ni te cuento.
Me he pegao una jartá a reir con esto:
"Y, qué quieren que les diga, después del susto que me dio el muy hijo de puta con eso de hablarme, y más aún después de la siesta, no iba yo a dejarlo que se fuera de rositas, así que lo metí al horno a 250 ºC y no volvió a decir ni pío."
jajajaj... buenísimo
semua
kiss
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