Algo de guitarra y nada de sexo (como de costumbre)
Hoy regresamos a la escuela, y la maestra nos pidió que escribiéramos un ensayo de tres hojas sobre nuestras vacaciones. Todo parecía transcurrir con calma hasta que la maestra fijó su atención en mí, puso cara de asombro y se acercó rauda y con decisión a mi mesa.
--¿Qué hace usted aquí?
--Intento escribir un ensayo que acaba de pedirnos.
--Me refiero a qué hace aquí, en el salón de cuarto de primaria, si parece tener no menos de 30 años.
--Gracias por el cumplido, maestra, es usted un amor: tengo 40. En cuanto al motivo, razón o justificación de mi presencia aquí, le confieso que es usted. La amo, y había venido a decírselo.
--No diga tonterías... Yo no lo conozco, ¡no nos habíamos visto nunca!
--Eso es cierto, no había caído en ello. Pero no importa, porque al verla me han entrado ganas de cantar, de reír, de amar al mundo entero, y me ha entrado en el ombligo una sensación incómoda pero agradable al mismo tiempo. Maestra, he decidido pedirle que se case conmigo. ¿Me acepta? Por supuesto, puede acabar la clase antes.
--¡Usted está loco! Ande, váyase antes de que llame a los policías y lo corran de acá a patadas. Se ve que está usted un poco trastornado, pero no parece mala persona.
--No, maestra. ¿Y no me dejaría quedarme siquiera hasta la salida de la escuela? Mire mi ensayo, ¿le gusta?
--Mmmm, a ver... Bueno, parece lindo, pero no es lo que pedí, sino una carta de amor. Me siento apenada de esto que usted me escribe, aquí delante de mis alumnos.
--Es que escribía lo que sentía, y como de todos modos no he tenido vacaciones, no sabía qué escribir y pensé que le gustaría saber cuánto la amo.
--Bueno, quédese, luego platicamos. ¿Su nombre es...?
--Mus. Me llamo Mus. Como los ratoncitos, ya sabe.
--Bueno, Mus, cuando acabe la clase hablamos. Es usted un hombre extraño, pero ahora debo ocuparme de estos escuincles.
--Claro maestra, qué lindo trabajo el suyo: desasnar criaturas.
Ésta será mi mujer esta noche, porque me gustan sus labios regordetes, su pelo negro como el carbón negro, sus ojos café torrefacto y su piel maya tostada; porque en la excitación se le abultaron los tubérculos de Montgomery tanto que incluso les puse nombres; porque respira y me quita a mí el aire y necesito que me lo infunda a besos; porque su corazón me palpita en el pecho y me hierve la sangre como si me hubieran metido diez habaneros por vía intravenosa y tuviera el cerebro enchilado; porque esas curvas tienen dueño, y ella lo sabía tan pronto como acudió a mí, y yo supe que lo sabía. Y porque estamos hechos para unirnos esta noche y matarnos a caricias de muerte, y a despertarnos juntos y hacernos unos chilaquiles entre besos nomás para dejar que se enfríen en la mesa mientras regresamos a la cama entre arrumacos a seguir con nuestro frufrú recién estrenado, nuestros mordiscos en las orejas, nuestras manos en todos lados y nuestros apapachos y abracitos de tamal.
Pero la maestra no vino esta noche y yo me quedé esperándola en vano. Me había engañado, me entristecí y en mis oídos retumbaron todos los boleros, todas las canciones de desesperanza que han existido y quizá muchas que nunca serán. Y así sigo, tocando en mi guitarra destemplada la melodía rencorosa de No volveré, intentando entender qué hacía yo en esa escuela, a mí que jamás me gustó el colegio, ni estudiar, ni mucho menos el primer día de clases.
En fin, que de sexo, nada. Ni modo: me abrazaré a la guitarra que, aunque no suena muy linda, es de curvas agradecidas.
En la península de Yucatán, el día de san Pío X, papa, anocheciendo.
Mus
2 Comments:
Ay, Mus, estás tan loco como mi familia. ¿No tendrás a algún Maybrick entre tus ilustres antepasados?
Me gusta mucho cómo escribes, y espero con ansias tu siguiente artículo. Un beso.
Muchas gracias, Cata. :)
No tengo antepasados Maybrick (creo), aunque sí tengo algún que otro loco en la familia. a veces me planteo la ingestión de Haldol en plan profiláctico, pero luego me imagino babeando delante de la computadora y se me quitan las ganas.
Bises.
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