01 agosto 2006

Sobre nuestras palabras, las de otros y un viaje sorprendente


Sigo con mi empeño guitarril, aunque tengo un serio disgusto: mi guitarra emite unos horribles sonidos al tañer sus cuerdas. Observé que cuando hago la pisada justo encima del traste, la cosa suena bastante bien (o no suena demasiado mal, que tanto monta), pero si la hago en el espacio intertrastero o como demoños se llame, la cuerda golpea contra el traste y vomita ese desagradable sonido metálico. Es una pena, ahora que estaba yo tan contento porque ¡tan-tán! encontré en Internet un pequeño programita que me permite afinarla perfectamente... Y a fe que necesito tal ayuda, porque acaso por el calor y la humedad, la guitarra se desafina a las pocas horas de haberla usado. Uno quiere creer que es la humedad y el calor, pero no puedo negar la posibilidad de que tal problemilla (y el del sonido de sixtro —especie de carraca metálica, como sabrán todos los conocedores de los tebeos de Astérix—) se deba en realidad al problema de siempre: la lana, plata, pasta, el vil metal. Confieso aquí, públicamente, que invertí quinientos pesos en la adquisición del instrumento, lo cual vienen a ser unos 35-40 euros... en fin, admito que más bien compré a la baja. Sufriré con ruidos y destemples mi condición de codo, que es como llaman por estas intersecciones de latitud/longitud a ser un roñica. Por lo demás, me jode que alguien no haya inventado una guitarra en la que no haya que hacer cejilla. ¡Qué horror!, creo que jamás aprenderé esos acordes con la maldita cejilla. Pero no nos desviemos, porque no es de esto de lo que quería yo hacer relación.

No ha mucho regresé de pasar unos días en Zipolite, un pueblín de la costa oaxaqueña. En Zipolite, la vida sigue bastante parecida a como era hace seis años, que es cuando los visité la primera vez. Han adoquinado de adocreto la calle principal (o sea, unos 200 metros) y hay algún que otro edificio nuevo, pero poco más. Lo más notable del progreso en Zipolite es que casi hay más cafés Internet que comercios de otro tipo. En San Pedro Pochutla, que es la ciudad más importante de los alrededores, la aparición de este tipo de establecimientos alcanza proporciones de infección fúngica: han salido como setas en un otoño pluvioso. Esto tiene ventajas e inconvenientes, pero a mí se me hace que casi todo son ventajas, sobre todo porque los dueños tienen el buen criterio de tener precios bastante populares, así que allá andan todos los chavitos echándole los perros a las chavitas, y viceversa, dejando ahumadas a las computadoras con sus pláticas y sus requerimientos dulces a través de los mensajeros.

Otro cambio es que hay un nuevo camión de la basura en el pueblo. Lamentablemente, los responsables del municipio (o la dependencia que sea, que no la sé) no han podido evitar que les cayera encima la influencia gringa en el hablar (cuando menos en el escribir—, y le han pintado un horrible mensaje de publicidad institucional que reza: «Unidos Entregamos Resultados». Esas feas iniciales de los gringos lo invaden todo, como quien necesita de una inicial para ser más (como el «Rey» de España, o el «Papa», por cierto). Y además, eso de «entregamos resultados» suena a laboratorio de análisis clínicos con entrega de informes de 8 a 12 de la mañana, más que a una expresión de dar servicio (el servicio prometido en alguna elección, probablemente) a los ciudadanos. Pero como los gringos dicen to deliver results, pues nada, todos a comulgar con ruedas de molino. Maldita sea su estampa, y malditos nosotros que nos aborregamos con las cosas más estúpidas. Claro que comparado con lo que tengo visto en la ciudad de México, esto no es nada. En la Ciudad de la Esperanza (vaya tela...) hay unos coches de policía que lucen flamante inscripción: «Fuerza de Tarea-Reacción». Esto viene sin duda de Reaction Task-Force, que nomás significa «grupo de reacción», o si se quiere «grupo especial de reacción». No felices con la desafortunada... «cosa», agregan a la unidad: «Prevención del Delito». Debo de estar haciéndome viejo, pero aparte de la espantosa imitación terminológica, hecha con la cola y pensada con el orificio de la susodicha (comperdón), me pregunto si la mera mención de ‘reacción’ puede combinarse bien con el concepto de prevención del delito. Yo diría que prevenir y reaccionar son conceptos tan dispares... Siempre puede uno salir con aquello de que es una reacción que consiste en prevenir. ¡Manda dídimos! Me da la espina que aquella idea pudiera haber llegado de parte del millonario asesoramiento que Rudolph Giuliani prestó a la ciudad de México después de que pasara a ser héroe nacional estadounidense por su actividad tras el desastre de las Torres Gemelas neoyorquinas. En cualquier caso, a quien dejó pasar algo tan obscenamente inculto teniendo responsabilidades de gobierno, lo castigaría a sostener todos los números de julio del Diario Oficial de la Federación con los brazos en cruz y fincado de hinojos... un par de años, y expuesto al escarnio público. Pero no debo desbarrar, que el motivo de mi anotación de bitácora de hoy es otro. Espero poder seguir hablando de ello con más concierto que hasta ahora.

Una mañana, en Zipolite, me despertó uno de esos chaparrones súbitos, violentos, que solo se ven en el trópico, y me desvelé con tanto viento, y truenos, y chuzos de punta, y rayos y de todo: tormenta completa, paquete económico para turistas. No podía dormir y vi que ya clareaba el día, así que salí a dar un paseo y a que me diera la fresca. Quizá como a la paloma de Alberti, por ir al Norte fui al Sur, que me daba igual y lo tenía más a la mano. Caminados apenas unos metros, se me acabó la playa y subí los escalones que dan acceso a la playa del Amor, una linda calita en el extremo (Sur, lo adivinaron) de la playa de Zipolite, escondida tras un promontorio rocoso. Cuando terminé el tramo de escalones y coroné el promontorio, miré a la playa del Amor, y no vi nada. Algo extrañado, miré atrás, por donde había venido, y todo estaba en orden: los escalones, la playa, el manchón níveo de Roca Blanca, las palapas parsimoniosas de Shambalá... Todo, ni más ni menos que como uno podría haberlo esperado. El día estaba apenas despuntando, pero ya se veía lo suficiente, así que no pude comprender por qué mirando hacia el Sur desde lo alto del peñasco no se veía nada. Me despegué un par de legañas (una de ellas dio luego doscientos gramos en la báscula, la otra era de inferior porte), pero ni con ésas advertí cambio alguno en la situación. En la playa del Amor no se veía nada, ni siquiera la playa del Amor, ni el horizonte, ni nada de nada. ¿Niebla? No, no era niebla. ¿Luz? No, ya se hacía de día. La realidad fue un poco más sorprendente: cualquiera que hubiera estado donde yo a esa hora ese día (lo que es lo mismo que decir «cualquiera que hubiera estado conmigo») se habría dado cuenta de que allí comenzaba la nada. Yo no sé si era el fin del mundo, el Finis Terrae, o nada más alguien había puesto allí un vacío inmenso para hacer quién sabe qué tejemanejes. No sé cómo pudo haber sucedido algo así, ya que nunca había visto por allá ningún fin del mundo, ni me había topado con una nada. Como mucho, los únicos vacíos que había visto eran algunas botellas (y algunos bolsillos), pero eso no tiene nada que ver, como es evidente. Y sin embargo, allí estaba esta nada, ¡qué desatino! Alguien dirá que en este raro suceso intervino alguna droga, una sugestión, un funambulismo, alguna psicosis momentánea (o crónica, para los muy incrédulos), cualquier artificio o invención. Para evitar que algo de esto se me echara en cara, aproveché la ocasión —uno no se encuentra con la nada, con el vacío absoluto todos los días— y le tomé una foto a aquel agujero material con una cámara que llevaba a la sazón. Y ésa es la foto que les presento hoy: tiene poco que ver, lo admito.

Un poco triste por haber visto algo tan nulo, tan ausente e inexistente, agarré mis bártulos y tomé el camino de regreso a casa. Siempre me ha parecido que ver el vacío no podría ser buen augurio, y de todos modos, ¿qué hacer allá a partir de ese día, si yo a lo que iba era a tomar el sol en cueros al amor de esa linda calita? Deseo de todo corazón que el pueblo de Zipolite pueda arreglar el problema, aunque esto será bastante difícil de arreglar. Si mientras tanto pudieran poner en el camión de la basura otro rótulo que tenga un sabor más local, más suyo, más de su invención, habremos avanzado un chingo.

En la península de Yucatán, el día de santa Catalina (virgen y mártir), a punto de anochecer.

Mus

P. D. El día de hoy también es el de los santos Audencio, Difánog, Erasmo, Finán, Jocunda y Pasarión, confesores. ¡Joder, qué nombres!

3 Comments:

Anonymous Anónimo manifestó al respecto que...

¿El 1 de agosto es día de Santa Catalina? ¿Por qué yo no sabía eso? Posiblemente porque nadie me había dicho... Aw, bueno, ya me perdí una fiesta.

¿Eso es lo que se ve en Zipolite? ¿La misma imagen de la página 87 de la Guía de mi hermano mayor? Pero no creo que él haya ido a Zipolite.

4/8/06 11:13 a.m.  
Blogger Jack Maybrick manifestó al respecto que...

*Ay, hermana.*

En fin, Mus, se nota que vas adquiriendo poco a poco las fascinantes costumbres mexicanas y el surrealismo propio de éste país. No sé si felicitarte u ofrecerte mis condolencias....

4/8/06 10:45 p.m.  
Anonymous Anónimo manifestó al respecto que...

Quizá no supieras nada porque Catalina, la virgen y mártir, es una santa poco dada a figurar en lugares de moda. Si fueras a lugares de mártires tendrías más chance --y no te quiero ni contar si fueras a antros de vírgenes, dicho sea sin ánimo de desmerecer lo que a tu honor enaltece, que bien sabes que te tengo en tan alta estima que apenas llego a tocalla--.

No creo que si vas a Zipolite encuentres la imagen que tomé aquella mañana. Digo yo que se habrá compuesto el problema, le habrán dado solución (no como a los maistros). Yo creo que lo mío fue mala suerte, aunque vengo pensando en estos días qué hubiera pasado si en lugar de un vacío como me encontré hubiera dado con un lleno, una enteridad, una compleción. Supongo que algo así hubiera sido algo peligrosísimo, por mera atracción gravitatoria. Me hubiera absorbido y de mí no habría quedado ni la sencilla aura que luzco sobre mi cabeza de santo varón (santo de obra, porque de pensamiento ni les cuento cómo soy de pelvelso, ácido y malvado).

Saludos dominicanos. :)

6/8/06 6:14 p.m.  

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