20 septiembre 2006

Palabras y actitudes en un país ajeno

Estos días pasados anduve de vago por la ciudad de México y Puebla, y me vi discurriendo esas cosas estúpidas en las que me enredo como yedra boba.

Una de ellas fue en Puebla, en el museo de la Revolución, que está ubicado en la casa donde el 18 de noviembre de 1910 dieron muerte a don Aquiles Serdán y su hermano Máximo. El museo en sí tiene algo de interés, y fue todo un descubrimiento para mí ver que don Aquiles escribía a sus conciudadanos exhortándolos con una segunda persona del plural ¡en 'vosotros'!, no en el clásico 'ustedes' del español actual de México. Sé que en las escuelas mexicanas se enseñaba la norma del español peninsular, es decir, con la conjugación en 'vosotros'. De hecho, tengo una edición mexicana de 1920 de la "Gramática de la lengua española", y en su advertencia inicial recuerda que "la ley de 9 de septiembre de 1857 en su artículo 88 declara que la GRAMÁTICA de la Academia Española es texto obligatorio y único en las escuelas de enseñanza pública". Por supuesto, en esta 'Gramática' no se ve el 'ustedes' ni como referencia.

Me quedo con la duda del alcance del uso del 'ustedes' a comienzos del siglo pasado. ¿Se expresarían con la norma de conjugación española por distinguirse como cultos? ¿Qué sucedía en la plática cotidiana? Voy a ver si le pregunto un día a algún académico mexicano, que me cuente. Otro detallito que me hizo cierta gracia fue ver escrito, en un periódico mexicano de la época, 'Méjico', así, con jota. Hoy corren ríos de tinta en no pocos foros de internet por esta cosa de las jotas y las equis, y no pocos mexicanos se ofenden un buen ante el uso de la jota, así que ver esta vacilación ortográfica en un periódico local me causó alguna sorpresa. El susodicho periódico contenía un buen número de errores ortográficos (al menos según las normas actuales), así que tampoco debe tenerse aquello de las jotas como algo más o menos importante; más bien es una anecdotilla, como lo fue ver que ya en los albores del siglo xx se usaba la palabra 'meeting' en la prensa, y que ya alternaba en una misma hoja informativa con el término 'mitin', tan habitual en el español de hoy en día.

Aparte de estas minucias (que en el fondo quizá solo sean curiosas para un imbécil cual yo que se dedica a observar palabras todo el rato), salí del museo con la sensación acibarada de que me aportó poco, porque se limita a una exposición de objetos, fotos y documentos de la época, mezclados con cosas tan peregrinas en un museo dedicado a la revolución mexicana como listas de ciudadanos ilustres de Puebla (incluso ya de mediados del siglo xx) y la lista de los presidentes de la república. Curiosamente, además, la lista termina con el presidente Díaz Ordaz, y nadie parece haber tenido el menor interés en seguir agregando los mandatarios elegidos (?) desde entonces.

Pero decía yo que me pareció una pena porque, a pesar del nombre del museo, se advertía un interés muy escaso por usar las cosas que allí había como modo de hablar de la revolución, como forma de hilar hechos históricos de la máxima trascendencia. Aunque algunos objetos tenían su fichita explicativa, en todo el museo de la Revolución se echan en falta aclaraciones sobre, precisamente, qué fue la revolución mexicana, cómo transcurrió, etc. Parece un museo para 'curiosos' que ya se saben algo del asunto, pero poco más. Uno se pregunta si tal ausencia de indicaciones se deberá en realidad al deseo de promover el negocio de los guías locales disponibles, cuyas explicaciones son amenas pero asaz folletinescas. Uno de estos guías pasó a mi lado con un grupo y, señalando la foto del jefe de policía responsable de la operación en la que asesinaron a los Serdán, le espetó a los visitantes algo así como: "Vean esta foto y díganme si tiene cara de malo o de bueno. [Silencio del respetable] No me dirán que no tiene cara de malísimo. ¡En efecto, era malísimo! Fue el responsable de...". Creo que este tipo de comentarios chismosos sobran en cualquier museo, ruina arqueológica, etc., aunque quizá el problema es que yo sea un soso de tomo y lomo.

De todos modos, esto del cuate poblano no fue nada comparado con lo que le oí a un guía en las ruinas mayas de Cobá, que en mi presencia afirmó categóricamente a un grupo de italianos que en el lugar que señalaba se había demostrado la presencia de enanitos. Ante la cara de asombro y cierta guasa de los italianos, con cara muy seria insistió en que sí, que enanitos, que no era broma. ¡Vaya tela! Aquel día se me quitaron las ganas de contratar jamás a un guía: prefiero caminar con una duda que con una historieta.

Este asunto conecta en cierto modo con el pequeño incidente intercultural en el cual me vi implicado a los pocos días, en el hotel de la ciudad de México en el cual me alojé. Verán, uno no es precisamente musculoso ni atlético, más bien escuchimizado y robado de carnes, pero precisamente por ello lleva a prevención una práctica valijita con ruedas, de esas que se pueden llevar por casi cualquier sitio con comodidad. Uno, además, tiene cierta edad ya, y sabe ir a unos lugares del mundo y a otros, y en general está dotado de la inteligencia suficiente como para encontrar solito el cuarto de un hotel a poco que le indiquen el número. Uno, por ende, no termina de comprender por qué en algunos hoteles se empeñan en acompañarlo a la habitación a pesar de manifestar que no es necesaria la gentil ayuda del botones de turno.

Uno comprende que el botones de turno tiene una chamba y debe ganarse propinas, pero me pregunto si el botones de turno (y la dirección del hotel) comprenden que uno puede sentirse tratado como tierno infante por este acompañamiento innecesario y esta especie de cortesía desmesurada. Llegados a este punto, el botones de turno emite cierta queja de que 'se le permita hacer su trabajo'. "Ya, claro, comprendo --pienso yo--, pero al menos en mi concepción del mundo, el personal de un hotel está para hospedar a un viajero y, en la medida de lo posible, hacer que su estadía sea agradable". Así que si el viajero manifiesta que prefiere no ser acompañado al cuarto a que le muestren cómo prender la luz, ¿qué inconveniente debiera haber? Bueno, pues no: parece que es más importante el orgullo laboral del botones. En fin, acaso esto tan solo refleje la diferencia entre los modos de pensar de unos y otros, y no tiene más importancia.

Me gusta viajar por México. Es una auténtica pena que los precios de los boletos de avión sean tan caros, porque me pasaría todos los fines de semana de vago.

En la península de Yucatán, el día de san Pedro de Arbués (martir), por la noche.

Mus