Personajes
Lo malo de hacerse viejo con cada nuevo año nuevo es que se pone uno nostálgico. Ya me veo provecto, rodeado de nietos y contando senilidades que a nadie interesan.
—Pero, ¿usted tiene hijos?
—No, no los tengo, ¿y qué? ¿Es que ya no va a poder uno imaginarse como quiera?
Pasé una sobremesa agradable con unos amigos, sentados delante de los restos osteoconjuntivos de una pierna de cordero (que en su etapa musculada había estado algo seca, a mi ver), recordando batallitas de nuestras escapadas de esquí y evocando anécdotas de cierto conocido muy querido para los tres, alguien que nos enseñó mucho sobre la nieve y también fuera de ella. Un auténtico personaje, a quien si no hay incidencias volveré a ver este año, en la Argentina.
Con la plática recordé aquél domingo en que me llamó bien de mañana para decirme que estaba tirado en medio de un gran charco en la carretera de Colmenar. Me acerque allá y decidimos —madre mía, qué sudores me dan solo de pensarlo ahora— que lo más conveniente era empujar su autoinmóvil hasta Pozuelo... con mi automóvil, claro. Llamar a una grúa estaba fuera de discusión porque hubiera costado una plata, y total, para qué. Me coloqué detrás y fui empujando a su auto, a una velocidad casi normal, los cuarenta o cincuenta kilómetros que calculo que habría hasta su casa. Sí, a veces nos despegábamos a una velocidad considerable, pero poniéndole atención conseguía siempre restablecer el contacto y seguir empujando sin abollar mi auto ni el suyo. ¡Y sin que nos detuviera ningún agente del orden!
Según conversábamos y rememorábamos, enlazaba la vivencia con una charla reciente sobre los motivos que nos empujan a intentar conocer a otras personas, y a su vez me vino a la memoria el caso de otro personaje, un amigo de mi hacedor, a quien ahora que ha muerto (el amigo, no mi hacedor) sé que tuve la fortuna de conocer aunque distara mucho de ser un modelo social a imitar.
—¿Modelo social a imitar?
—Sí, “a imitar”, ¿qué pasa?
—No, es que es una estructura galicada y yo...
—Galicada, galicada... Pero bueno, mujer, ¿es que no tiene otra cosa mejor que hacer que andar con critiquillas de holgazana por mi afrancesamiento morfosintáctico incidental?
—Bueno, yo...
—De bueno nada, joder; váyase usted a la mierda un rato y no me líe, que se me va el hilo.
—Vale, le pido disculpas; siga usted, siga.
Aquel hombre era un portento natural, otro personaje singular. Se sabía cada sendero de la sierra y leía las muestras del guarro hasta en las peñas desnudas. Si el corzo había dormido en ese manchón de encinas y labiérnagos, él lo sabía; si el pato no venía ya al dormidero porque se había quedado a dormir en la laguna de Villafranca, él estaba al tanto; si la cierva andaba aún vacía y en celo en mitad de octubre, él lo olía, y sabía quién había sido el venado impotente causante de la desdicha; si la aurora iba a llegar con niebla y no iba a haber forma de pegar un tiro, su hígado se lo avisaba y él ni se movía de la cama. Total, para qué.
Era un cazador como ninguno, de esa gente que comprende el orden natural y percibe las relaciones de los bichos y su medio con la misma naturalidad con que el ajedrecista perito prevé la muerte inevitable de su rey en cuatro jugadas.
Lo que tenía de gran cazador lo tenía de mal bicho en lo humano: chismoso, enredador, liante, traidorzuelo y, curiosamente, cobarde ante la muerte. Él, que dio pasaporte a miles de seres vivos sin pestañear —aunque también sin crueldad, todo hay que decirlo—, tenía tal miedo a morir que, cuando llegó su momento —el mero mero—, el médico decidió que era mejor tenerlo engañado, y lo consiguió durante los pocos días que duró el tránsito.
Hay por el mundo mucha gente interesante a quien no conoceré, y también hay muchas cosas interesantes que nunca llegaré a saber de las personas a quienes ya conozco. Ni modo; se hace lo que se puede. Los esfuerzos deben reservarse para lo crucial.
—Entonces, ¿nos desnudamos ya?
—Sí, yo creo que sí, que ya lo está pidiendo la tierra.
—¿Con porno?
—Bueno, a ver qué tal.
En Madrid, el día de san Benito Biscop (abad) por la tarde.
Mus
—Pero, ¿usted tiene hijos?
—No, no los tengo, ¿y qué? ¿Es que ya no va a poder uno imaginarse como quiera?
Pasé una sobremesa agradable con unos amigos, sentados delante de los restos osteoconjuntivos de una pierna de cordero (que en su etapa musculada había estado algo seca, a mi ver), recordando batallitas de nuestras escapadas de esquí y evocando anécdotas de cierto conocido muy querido para los tres, alguien que nos enseñó mucho sobre la nieve y también fuera de ella. Un auténtico personaje, a quien si no hay incidencias volveré a ver este año, en la Argentina.
Con la plática recordé aquél domingo en que me llamó bien de mañana para decirme que estaba tirado en medio de un gran charco en la carretera de Colmenar. Me acerque allá y decidimos —madre mía, qué sudores me dan solo de pensarlo ahora— que lo más conveniente era empujar su autoinmóvil hasta Pozuelo... con mi automóvil, claro. Llamar a una grúa estaba fuera de discusión porque hubiera costado una plata, y total, para qué. Me coloqué detrás y fui empujando a su auto, a una velocidad casi normal, los cuarenta o cincuenta kilómetros que calculo que habría hasta su casa. Sí, a veces nos despegábamos a una velocidad considerable, pero poniéndole atención conseguía siempre restablecer el contacto y seguir empujando sin abollar mi auto ni el suyo. ¡Y sin que nos detuviera ningún agente del orden!
Según conversábamos y rememorábamos, enlazaba la vivencia con una charla reciente sobre los motivos que nos empujan a intentar conocer a otras personas, y a su vez me vino a la memoria el caso de otro personaje, un amigo de mi hacedor, a quien ahora que ha muerto (el amigo, no mi hacedor) sé que tuve la fortuna de conocer aunque distara mucho de ser un modelo social a imitar.
—¿Modelo social a imitar?
—Sí, “a imitar”, ¿qué pasa?
—No, es que es una estructura galicada y yo...
—Galicada, galicada... Pero bueno, mujer, ¿es que no tiene otra cosa mejor que hacer que andar con critiquillas de holgazana por mi afrancesamiento morfosintáctico incidental?
—Bueno, yo...
—De bueno nada, joder; váyase usted a la mierda un rato y no me líe, que se me va el hilo.
—Vale, le pido disculpas; siga usted, siga.
Aquel hombre era un portento natural, otro personaje singular. Se sabía cada sendero de la sierra y leía las muestras del guarro hasta en las peñas desnudas. Si el corzo había dormido en ese manchón de encinas y labiérnagos, él lo sabía; si el pato no venía ya al dormidero porque se había quedado a dormir en la laguna de Villafranca, él estaba al tanto; si la cierva andaba aún vacía y en celo en mitad de octubre, él lo olía, y sabía quién había sido el venado impotente causante de la desdicha; si la aurora iba a llegar con niebla y no iba a haber forma de pegar un tiro, su hígado se lo avisaba y él ni se movía de la cama. Total, para qué.
Era un cazador como ninguno, de esa gente que comprende el orden natural y percibe las relaciones de los bichos y su medio con la misma naturalidad con que el ajedrecista perito prevé la muerte inevitable de su rey en cuatro jugadas.
Lo que tenía de gran cazador lo tenía de mal bicho en lo humano: chismoso, enredador, liante, traidorzuelo y, curiosamente, cobarde ante la muerte. Él, que dio pasaporte a miles de seres vivos sin pestañear —aunque también sin crueldad, todo hay que decirlo—, tenía tal miedo a morir que, cuando llegó su momento —el mero mero—, el médico decidió que era mejor tenerlo engañado, y lo consiguió durante los pocos días que duró el tránsito.
Y pues de vida y saludÉl nunca se esforzó en eso. Total, para qué.
hicisteis tan poca cuenta
por la fama,
esfuércese la virtud
para sufrir esta afrenta
que os llama.
Hay por el mundo mucha gente interesante a quien no conoceré, y también hay muchas cosas interesantes que nunca llegaré a saber de las personas a quienes ya conozco. Ni modo; se hace lo que se puede. Los esfuerzos deben reservarse para lo crucial.
—Entonces, ¿nos desnudamos ya?
—Sí, yo creo que sí, que ya lo está pidiendo la tierra.
—¿Con porno?
—Bueno, a ver qué tal.
En Madrid, el día de san Benito Biscop (abad) por la tarde.
Mus
7 Comments:
Hay tantos personajes por ahí sueltos que casi da miedo ser superficial y vulgar (Olvido dixit)
Estoy de regreso.
Dejo bajo tu puerta una cordial invitación para que me visites anytime. Sin restricciones.
Yo la verdad es que no conozco tantos, Gordi. De hecho, conozco a pocos. Los que abundamos somos los normaluchos, aunque a mí no me da miedo serlo. Bueno, me da miedo... normal.
Gracias, Ceteris. :)
Lo interesante de la gente solo reside en el interés que uno pone buscando. Cuando tras mucho buscar interesancias, no se acaban de encontrar, uno acaba por convencerse de que no había tales características, perdiendo pues, todo el interés.
Lo malo es que siempre quedan dudas:
¿Era ello por ellomismo interesante? ¿Supe ver/buscar lo interesante?
Y, por último, la más importante y no por ello la menos chunga:
¿Fui para ello lo suficientemente interesante como para que me mostrara su interés?
:(
Y a otro hilo.
Para usté el amigo de su hacedor era cúmulo de interés, por sus habilidades cinegéticas, mayormente. Para mí, era otro matarife (¿sin dolor?) carente de todo interés.
¿Ve lo que le digo?
Ale, explayada quedo :)
Curiosísima
No te olvides la toalla
cuando quedes explayada
u-uh, lalala
ye ye yeyé.
Mus
Mire, eso SÍ que me despierta interés, que en el IKEA están de oferta, las toallas.
Curiosísima
-No conozco a la mitad de ustedes, ni la mitad de lo que querría, y lo que yo querría es menos de la mitad de lo que la mitad de ustedes se merece. (Bilbo)
Me las recordastes con tu post...
:-p
Beshitos
Chuli
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