Micoadicción
Hay algo en lo más profundo de mi hipocondrio, lugar donde anidan las más bajas pasiones, que me impulsa a cosechar, recolectar, cazar y pescar todo lo que vegeta o se menea por los campos, los mares y los ríos. No sé cuál es el neurotransmisor implicado en estos impulsos incontenibles, pero no lo puedo evitar: comerme lo que recojo o mato es algo que me puede.
Cuando voy por la carretera y veo una manada de apacibles vacas y a esos chotos mamones arreándole tientos a las ubres de sus madres o regoldando sin prisa sus primeros pastos, solo se me ocurre pensar en parrillas y guisos.
A veces, cuando voy hacia Andalucía, me salgo de la autovía y voy por el valle de Alcudia, entre la meseta y sierra Madrona. Allí veo los rebaños inmensos de merinas con sus corderillos de anuncio, pero mi mente filtra su aspecto bucólico y amable de peluches algodonosos y los trincha y convierte en sujetos comestibles o simplemente en su epítome: las chuletillas a la brasa.
Si buceo en algún mar y pongo el ojo en una langosta, no consigo apreciar la belleza infinita de sus colores, la inteligencia de sus antenas ni la sabiduría protectora de sus espinas agudas, sino que me limito a fantasearla en un plato, a la plancha.
Las oportunidades como la de esta semana, con níscalos abundantes en el pinar, con una temperatura agradable y en contacto con la tierra húmeda, una lecho vegetal de aromas que para sí quisieran muchos vinos, una infinidad de esencias de romeros, tomillos, jaras, chaparros y madroñas, refuerzan todo este hormigueo pasional de mi hipocondrio. Vamos, es que veo un majano musgoso y me dan ganas de llorar de alegría.
Pocas cosas son tan adictivas como entrever el color anaranjado de los rebollones entre la pinaza y descubrir con mimo el manto acicular para poner a la vista un nido de setas apetitosas como culo de bebé mientras se desvía la vista en todas direcciones para encontrar el resto del rodal.
Lo he llamado micoadicción, pero no es eso: es que soy un primitivo. Y si no, que alguien me explique por qué otro motivo querría nadie tirarse, como lo hice esta mañana, en una umbría húmeda y cubierta de pinaza semipodrida, entre dos romeros y un labiérnago mordisqueado por los ciervos, y revolcarse por el suelo como un perro para enlodarse de este aroma hasta el tuétano.
En un lugar de La Mancha, el día de san León Magno (papa y doctor de la Iglesia), por la tarde.
Mus
7 Comments:
Pues está bien esto de ver el mundo como si fuera una "carta" permanente...
Saludos
Lo que es una suerte es que alguien antes de comerte se haya dado cuenta de que eres un peluche tierno y algodonoso. Que haya visto tu belleza, tu inteligencia y la sabiduría que irradian tus colores antes de zamparte sin más!
Menuda sofisticación la de tu primitivismo...
[Discúlpeme las babas, pero esto que escribiste (incluso con erratas!!!) es de lo más bonito que yo te leí]
¡¡¡Y el revolcón en la umbría!!!
¡ESO es un revolcón!
:)
Está claro Mus...sin que sirva de precedente, tienes razón.
;-p
¿Erratas? Yo solo veo una, la térmica, ¿no? Bueno, es igual, me parece genial que se te caigan las babas. ¡Hazme un certificado! :D
Gracias, Chuli, luego te doy el dinero acordado. Muaks.
Qué joío, los niscalos que ha pillao... Pero, ¿Cuantas cestas llevó?
¿Me dice usted la hora? Es por aquello de los Rolex.
Hay que ver, se habla de revolcón y...
Es que así da gusto, Odiseo. Te tiras a la Tierra, te das un revolcón con ella, y encima le tocas las setas, porque se deja sin quejarse ná de ná.
Hay cienes y cienes y están preciosos. Esta mañana cogí otros veinte kilos. ¿Alguien conoce a alguien que desee coger níscalos por un módico precio? ¿O que desee comprar un par de cientos de kilos?
:-)
Mks.
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