Hablar de males
Hay palabras que no debieran tener que pronunciarse nunca, nunca, pero se tienen que pronunciar, vaya por dios, y siempre son problemáticas: por unos motivos o por otros, no nos enteramos. Las anécdotas e historias, más o menos exageradas por el relator, sobre conversaciones desinformadoras con los médicos son abundantes: todos tenemos varias.
Mi abuela estaba en su lecho de muerte, hendidas las tripas por una peritonitis irremediable, y apenas ya consciente por las drogas que goteaban hacia sus tullidas y añejas venas. En la habitación hablaban su hijo (y progenitor mío, a la sazón) y un sobrino, ambos galenos, y el último le dijo al primero: "Esto tiene que explotar". Quería decir que aquello no tenía remedio y que la muerte era cierta y próxima, pero tuvo la mala suerte (o la indiscreción, porque hay que decir que era un médico más bruto que un arado) de decirlo estando cerca una hija de la moribunda, una dama dedicada a Dios y lega en materia médica, que interpretó aquella frase en su sentido literal y se revolvió diciendo espantada: "¡¡Pero ¿es que no pueden hacer nada para que no reviente?!!" pensando que su madre yaciente iba a terminar esparcida por las paredes de la habitación. Hubo que calmarla, claro, y como la posibilidad se antojaba tan excesiva no fue difícil hacerlo.
Mi amigo Tato tenía un perro al cual le pasaba algo, no sé qué o no me acuerdo. El caso es que Tato lo llevó al veterinario, o puede que fuera una veterinaria, quien exploró al can y le dio unas explicaciones sobre la etiología del padecimiento. Luego le extendió una receta y lo despachó sin más; pero cuando Tato estaba a punto de cerrar la puerta (contento sin explicaciones sobre el producto recetado), el facultativo se dio cuenta de la omisión y le dijo: "Le das todas las noches una cucharadita de café"; a lo que Tato, desde la puerta entrecerrada y con cara de asombro, solo acertó a preguntar: "¿Normal o descafeinado?". Como es evidente, el médico canino se refería a darle una cucharadita (de las de café) del producto que acababa de recetar, pero Tato fue incapaz, en ese momento, de retener el sentido lógico de la instrucción. Nos reímos mucho con la anécdota, y además Tato era un tipo muy gracioso. Le gustaban mucho los porros y otros vicios, pero era muy simpático y buena gente.
En una reunión con un famoso oncólogo español cuyo nombre no diré (pero que me va a perdonar pero tiene cara de pene) me explicaba que los enfermos de cáncer y sus familiares suelen desconocer el significado de lo que se les dice, por muy clara y llanamente que se les diga, y me dio varios ejemplos que huelgan comentarse aquí.
Muchos enfermos dicen que esto es porque los médicos usan palabras muy técnicas que ellos no comprenden. Aunque estoy seguro de que algo de esto hay, lo más probable es que la mayoría de las veces se trate de simple bloqueo durante la conversación. En concreto, el que recibe la información está más preocupado de qué va a ser de él que de atender a lo que se le dice. En resumen, escucha poco porque tiene la mente en otro lado y, lo que escucha, lo hace con tono meramente receptor, lo cual le impìde hacer preguntas que lo ayuden a comprender. Por otro lado, cuando el médico deja los tecnicismos a un lado y comienza a usar palabras llanas, a la que se descuida entra en el campo de la información expresa, directa y, a menudo, demasiado dura. Si el pronóstico es infausto, no se entera nadie bien de qué se quiso decir con esa mezcla de eufemismo y rareza léxica, pero si te dicen vas a palmar en dos meses, se juzga al médico de insensible y de retirar las esperanzas al enfermo, y si se le dan esperanzas con un es un caso difícil pero hay que ser optimista, luego se le juzga por haberle dado falsas expectativas o por no haberle dicho la verdad. Ni modo que se salve el comunicador: Damned if you do, damned if you don't.
Ya, ya sé... hay más modos de decirlo. Pero recuérdese que el problema no es el modo en sí, sino el emisor y el receptor, y sus estados anímicos en el momento de la comunicación.
Nuestra sociedad, tanto la española como la latina, se me antoja un poco pasiva en esta comunicación de tipo médico. Vamos con la esperanza de que nos diagnostiquen, nos receten y nos curen, y hacemos pocas preguntas al doctor, a quien se llama siempre doctor. Los anglos, aunque mantienen cierto poso de sumisión ante la figura del médico, tienen a mi ver una actitud más activa en esta interacción y no esperan que el médico les cuente todo sino que exhiben un mayor interés por preguntar, por conocer hechos concretos.
Admito que esta generalización se deja muchos casos fuera, pero refleja un hecho más cierto que la muerte: para comunicarse, no siempre basta con contar con un emisor; el receptor debe desempeñar un papel activo, y escuchar y hacer las preguntas que necesite para que el emisor sepa si de verdad está transmitiendo el mensaje.
En Madrid, el día de la dedicación de las basílicas de los apóstoles san Pedro y san Pablo, por la tarde.
Mus
Mi abuela estaba en su lecho de muerte, hendidas las tripas por una peritonitis irremediable, y apenas ya consciente por las drogas que goteaban hacia sus tullidas y añejas venas. En la habitación hablaban su hijo (y progenitor mío, a la sazón) y un sobrino, ambos galenos, y el último le dijo al primero: "Esto tiene que explotar". Quería decir que aquello no tenía remedio y que la muerte era cierta y próxima, pero tuvo la mala suerte (o la indiscreción, porque hay que decir que era un médico más bruto que un arado) de decirlo estando cerca una hija de la moribunda, una dama dedicada a Dios y lega en materia médica, que interpretó aquella frase en su sentido literal y se revolvió diciendo espantada: "¡¡Pero ¿es que no pueden hacer nada para que no reviente?!!" pensando que su madre yaciente iba a terminar esparcida por las paredes de la habitación. Hubo que calmarla, claro, y como la posibilidad se antojaba tan excesiva no fue difícil hacerlo.
Mi amigo Tato tenía un perro al cual le pasaba algo, no sé qué o no me acuerdo. El caso es que Tato lo llevó al veterinario, o puede que fuera una veterinaria, quien exploró al can y le dio unas explicaciones sobre la etiología del padecimiento. Luego le extendió una receta y lo despachó sin más; pero cuando Tato estaba a punto de cerrar la puerta (contento sin explicaciones sobre el producto recetado), el facultativo se dio cuenta de la omisión y le dijo: "Le das todas las noches una cucharadita de café"; a lo que Tato, desde la puerta entrecerrada y con cara de asombro, solo acertó a preguntar: "¿Normal o descafeinado?". Como es evidente, el médico canino se refería a darle una cucharadita (de las de café) del producto que acababa de recetar, pero Tato fue incapaz, en ese momento, de retener el sentido lógico de la instrucción. Nos reímos mucho con la anécdota, y además Tato era un tipo muy gracioso. Le gustaban mucho los porros y otros vicios, pero era muy simpático y buena gente.
En una reunión con un famoso oncólogo español cuyo nombre no diré (pero que me va a perdonar pero tiene cara de pene) me explicaba que los enfermos de cáncer y sus familiares suelen desconocer el significado de lo que se les dice, por muy clara y llanamente que se les diga, y me dio varios ejemplos que huelgan comentarse aquí.
Muchos enfermos dicen que esto es porque los médicos usan palabras muy técnicas que ellos no comprenden. Aunque estoy seguro de que algo de esto hay, lo más probable es que la mayoría de las veces se trate de simple bloqueo durante la conversación. En concreto, el que recibe la información está más preocupado de qué va a ser de él que de atender a lo que se le dice. En resumen, escucha poco porque tiene la mente en otro lado y, lo que escucha, lo hace con tono meramente receptor, lo cual le impìde hacer preguntas que lo ayuden a comprender. Por otro lado, cuando el médico deja los tecnicismos a un lado y comienza a usar palabras llanas, a la que se descuida entra en el campo de la información expresa, directa y, a menudo, demasiado dura. Si el pronóstico es infausto, no se entera nadie bien de qué se quiso decir con esa mezcla de eufemismo y rareza léxica, pero si te dicen vas a palmar en dos meses, se juzga al médico de insensible y de retirar las esperanzas al enfermo, y si se le dan esperanzas con un es un caso difícil pero hay que ser optimista, luego se le juzga por haberle dado falsas expectativas o por no haberle dicho la verdad. Ni modo que se salve el comunicador: Damned if you do, damned if you don't.
Ya, ya sé... hay más modos de decirlo. Pero recuérdese que el problema no es el modo en sí, sino el emisor y el receptor, y sus estados anímicos en el momento de la comunicación.
Nuestra sociedad, tanto la española como la latina, se me antoja un poco pasiva en esta comunicación de tipo médico. Vamos con la esperanza de que nos diagnostiquen, nos receten y nos curen, y hacemos pocas preguntas al doctor, a quien se llama siempre doctor. Los anglos, aunque mantienen cierto poso de sumisión ante la figura del médico, tienen a mi ver una actitud más activa en esta interacción y no esperan que el médico les cuente todo sino que exhiben un mayor interés por preguntar, por conocer hechos concretos.
Admito que esta generalización se deja muchos casos fuera, pero refleja un hecho más cierto que la muerte: para comunicarse, no siempre basta con contar con un emisor; el receptor debe desempeñar un papel activo, y escuchar y hacer las preguntas que necesite para que el emisor sepa si de verdad está transmitiendo el mensaje.
En Madrid, el día de la dedicación de las basílicas de los apóstoles san Pedro y san Pablo, por la tarde.
Mus
3 Comments:
y que me cae elsaco, que me cae el saaaco!
¿Y qué tenía el saco? :-/
Bueno, espero que no sea nada. :)
Si ya de pos si la comunicación es dificil, con la enfermedad mucho más.
El informador ha de desensibilizarse, a la fuerza. Y al que es informado, ¿cabeza pa escuchar? Ni modo.
Beshitoss
Publicar un comentario
<< Home