Que viene el coco
Hoy me hicieron recordar un momento de hace muchos, muchos años, cuando llegué a aquella romería y mi tía me advirtió que no debía alejarme mucho porque vendría El Lute y me llevaría. Así, tal cual, sin especificar a dónde ni falta que hacía. Pobre Lute, ¡con su mala estrella y encima cargando con Mus! Lo que en aquel entonces pareció una admonición severa, hoy parecería un chiste. Lo más probable es que mi tía me dijera aquello con una sonrisa interna y con más mano izquierda que ganas de traumatizar mi infantil pero ya solitaria neurona. A pesar del tiempo que ha pasado, me acuerdo a la perfección de la advertencia y del lugar en el cual se pronunció, aunque no era más que un chamaco que no sabía ni abrocharse los zapatos.
Los miedos se heredan. Para mi tía, según contaba años después, el elemento de amenaza había sido el negro Chova, un maquis famélico, harapiento y mugroso a quien prendió la Guardia Civil unos años después de la guerra. A pesar de todo lo que se habla de memorias históricas y eso, nadie parece hablar del negro Chova en gúguel. Lo más probable es que lo mataran sin más contemplaciones en alguna cárcel tan miserable como la cueva de peña Morejón donde dizque vivía, en la sierra de la Calderina, gélida en invierno y abrasada en verano. Quizá le quede algún familiar que lo guarde en su memoria y el personaje tenga así la suerte de ser recordado como algo más que una forma de asustar a alguna mocita de la posguerra.
El coco de Río son las favelas. Como soy un gallina, no me habría atrevido a entrar en una de ellas para nada. ¡Es tanto lo que se dice! Sin embargo, como estaba en São Conrado y había que llegar a Copacabana de alguna manera, agarré un micro que, en lugar de atravesar las entrañas del cerro por el túnel, dio en subir por la favela Rocinha. Más tarde supe que Rocinha es, con más de doscientas mil almas, la favela más grande de América Latina.
Una favela es un barrio marginal. Siempre las había imaginado con casas de fortuna, barriadas de chabolas levantadas con materiales ad hoc. Pero esta no era así. Esta es una urbanización desconcertante, abigarrada y en desorden, llena de callejas intrincadas y cables omnipresentes, pero pegada con desesperación en cemento y ladrillo visto al costado del cerro como el niño que abraza la pierna de su madre. En los días claros, la panorámica sobre el mar es increíble, dominada por los imponentes farallones rocosos que circundan Río.
Las favelas son el coco del visitante, y es una pena: tan cerca del cielo limpio y con el infierno enlodándolas hasta los ijares.
Los gringos, los peruanos, los cubanos, los españoles, los brasileros, todos tenemos nuestros cocos. Está visto que el nombre apenas importa: el caso es poder asustar, ya sea con el coco, el cuco,el tutú marambá, el negro Chova, el hombre del saco, el bogeyman... Siempre queda la duda de si el objetivo será asustar o educar, porque ya la copla dice:
Con decirle a mi niño
que viene el coco,
le va perdiendo el miedo
poquito a poco.
En la ciudad de Buenos Aires, el día de la asunción de san Barack Obama, por la mañana.
Mus
3 Comments:
Esos son los que asustan, los cocos de verdad.
Menos mal que yo tenia una madre que no me asustaba con el coco, sino con el libro del Revelación, el apocalipsis y ojos que se salian de las cuencas mientras las entrañas ardian toda una eternidad.
Ufff...de wena me libré, que sino, no veas que traumas.
Beshitoss
¡Que viene el libro de la Revelación!
Qué guay tu madre, qué zu'hto.. ¡¡¡Prefiero la mue'te!!!
Mi coco es que me envíen a un hospital de ricos, porque los que tienen mucho dinero son muy enfadosos. Oye, Mus, tu foto me recordó mi instalación eléctrica de mi nacimiento, y vieras cómo me regañaron mis hermanos y mi primo... bueno, Jack mejor arregló mi cablerío.
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