11 junio 2010

Lugares de perdición

Unas semanas atrás, en la ciudad de Buenos Aires, me subí a un taxi y le pedí al caballero que iba al volante que me llevara a Il Gatto, en la calle Corrientes. Pareció no terminar de entender el nombre del sitio, pero lo cierto es que sin saber cómo ni por qué empezó a hablarme de putas.

Me dejó algo perplejo porque no parece muy sensato sacar ciertos temas con un cliente recién conocido, pero al cabo me di cuenta de que el tipo no me había entendido a dónde iba yo realmente y le aclaré que se trataba de un restaurante italiano, y que en ningún momento le había dicho nada de gatos. En la Argentina le dicen gatos a las putas y el hombre se confundió con mi indicación.

Es sabido que los clientes rijosos suelen recurrir a los taxistas para que les indiquen lupanares de interés, y creo que mi chofer pensó que de eso se trataba. Aclarado el malentendido, el hombre me siguió dando una charla sobre clubes y putas porteños.

Con cierta frecuencia me sale hablar de pubs o bares de copas diciéndoles antros, que es la denominación común en México. En España, a la gente le suena fuerte eso de antro, como si hablara uno de un tugurio sucio y desconchado, habitado por ladillas y purgaciones sin fin, pero no: tal como yo lo uso, significa lo mismo que... ¡garito! Es curioso que a los españoles nos salga tan campante eso de garito (que también se usa para hablar de sitios de mala fama) pero antro nos parezca fuerte.

El caso es que quiero contar que antes de ayer visité acá en Costa Rica un garito que me impactó muy positivamente. Lo tenía todo: unas mesas de juego, unos crupieres vestidos de cualquier manera (el primer casino que veo donde el personal no va uniformado), un espectáculo de karaoke (en México vi algunos lugares donde se referían a esta actividad con el delicioso nombre de cantatú), bebidas espirituosas, humo de tabaco y... efectivamente, putas.

La crupier que me atendió en la mesa de black jack era nica, simpática, risueña y algo torpe aún con las cartas, pero me repartió suerte y después de una hora de tirarle de la oreja a Jorge salí de la mesa con una maravillosa ganancia de diez dólares y dos cervezas gratis. El primer objetivo de cualquiera que entre a un casino es no salir impecune de la mesa de juego, y yo lo cumplí a cabalidad.

El segundo objetivo de cualquiera que entre a un casino es que, habiendo mantenido su hacienda con la suerte, las putas de turno no lo desvíen del camino. En mi caso es fácil porque, a pesar de lo que el taxista porteño pudiera creer, no me interesan lo más mínimo las putas como divertimento; así que me limité a apreciar su presencia allá y a constatar que aunque apenas vi negros durante mi paso por esta verde Costa Rica, las cuatro damas que ofertaban sus encantos en este casino eran mulatas. La carne de color mueve libidos, de eso no hay duda.

Pero no solo triunfé en el juego y en huir del amor pago, sino que además me lancé al estrellato y, tras pedirle al gestor del karaoke que buscara Redemption song entre sus archivos canté la susodicha con tal pericia que el casino entero e incluso dos viandantes que acertaron a pasar en esos momentos y se quedaron a escucharme, prorrumpieron en un rendido y espero que sincero aplauso. Olé, Mus.

Me gusta Redemption song y alumbra mi vida cuando dice:
Emancipate yourselves from mental slavery
none but ourselves can free our mind.
Have no fear for atomic energy
'cause none of them can stop the time.
En fin, otro día quizá cuente cómo aprendí a surfear durante esta semana, y quizá incluso publique una foto si consigo manejar el Photoshop para quitarme la pancita que asoma por debajo de la lycra, que eso sí que es una perdición, y no el casino.

En el aeropuerto de Alajuela, el día de san Bernabé (apóstol) por la mañana.

Mus

05 junio 2010

Analogías


Uno de los elementos que con más frecuencia usamos en el lenguaje es la analogía. Sin embargo, no siempre funciona y llevo días que apenas duermo (lo digo en serio) por la preocupación, la duda y, por fuerza, el desvelo que me causa la siguiente disquisición:

Si en América (y en Canarias) a las patatas les dicen papas, ¿por qué a las batatas no les dicen babas?

Lo comenté con algunos amigos y nadie me supo dar razón, así que sufro. Sufro mucho. Este artículo tiene intención terapéutica, introspectiva, regeneradora y en absoluto divulgativa. Es mi más íntima reflexión la que toma forma, es mi yo lo que aquí se manifiesta: encuero mi mente ya que en esta playa no me permiten encuerar mis carnes.

Y pienso mucho en dios. ¡Diossss!

En Sámara, el día de san Bonifacio (obispo y mártir) por la noche.

Mus