14 marzo 2010

Ya volví


Me despierta el sol que rebota contra la lámina helada de la cumbre del Popocatépetl y convierte al volcán en una tea frígida. No es de los días más claros que recuerdo, pero cualquier día en que se vea esa montaña desde esta ciudad se antoja día de buen augurio y hasta los pulmones parecen alegrarse del hollín que se les evita.

De súbito suena en algún lado una canción inverosímil de Nino Bravo: "Un 'te quiero' una caricia y un adiós/es ligero equipaje para tan largo viaje". Pienso que será de un hilo musical activado por ensalmo en la habitación de mi hotel, pero no. Me orillo a la ventana y descubro un tianguis del cual parte la música, una de esas canciones irreales, a menudo también clarividentes, que desprende este lugar. ¿Seguirá existiendo el chiscón brujo de Amira?

Ya estoy otra vez aquí. Aún no florecen las jacarandas, pero se siente bien.

En la ciudad de México, el día de santa Matilde (reina) por la mañana.

Mus

05 marzo 2010

Hongo irredento


Me gusta cuando, como ahora, puedo pensar en la nada.

La cabeza se me va llenando de cosas, cositas y cosazas que me ocupan un espacio imprescindible para dedicarme a lo que me es propio, que es no pensar, no saber, no interactuar: ser el seta que siempre he sido. Solo en ese estado fúngico alcanzo mis nirvanas y la vida carece de sentido y propósito, tal y como es de rigor. Como mucho, a ratos se me antoja pasarme a la bendición de ser liquen, que ya sabrán que es un ser vivo formado por la simbiosis de un hongo y un alga. El género es importante porque son las algas (y no los algos, que no me van) las organismas con las cuales me disloca establecer tales simbiosis. Por ahora nunca resultó apotecio alguno de mis esfuerzos simbiontes, y me temo que ya nunca resultarán.

Siempre quise escribir apotecio en algún lado. Ea, hecho. Amén.

Es probable que no hayan comprendido nada de esta estupidez existencialoide que acabo de escribir. Yo tampoco. ¡Ni siquiera pienso! Lo fundamental es que hoy, después de cuatro interminables meses, me he quitado de encima la losa final que he arrastrado con desesperación. Hoy di mi plática, que salió razonablemente bien y nadie se sintió ofendido, ni siquiera por los chistecillos colorados que he soltado. Incluso me puse una camisa nueva (un tanto escasa de plancha, como suelo) para la ocasión.

Hala, a freír espárragos el asunto. ¡Soy libre!

Me queda afrontar ciertos proyectillos laborales en los próximos días. Según quienes me los encargaron, son urgentes, pero la tensión de fondo desapareció hoy a las 10.30 de la mañana y ahora ya solo ocupo mi mente en cómo practicar mi swing de golf para los retos que se avecinan, que consisten en no hacer nada más que darme una vidorra de agárrate y no te menees. Me parece un programa vital fabuloso. Creo que incluso ya comienzo a apreciar hifas en crecimiento por todo mi micótico ser. Dentro de poco seré un tierno y níveo moho. Aysss, ¡qué ilu!

Mus, pellízcate. ¿Es cierto lo que sientes? ¡Ayy! Sí, coña, es cierto lo que siento, aunque ahora además tengo un moretón. Pero soy libre y puedo pensar en la nada, la ausencia, el vacío. Y estoy muy feliz por ello. Amén otra vez.

En San Diego, el día de san Eusebio Palatino (mártir) por la noche.

Mus

01 marzo 2010

De vuelta en América

El relato de mi primer día gringo atufa a irrelevancia.

Me desperté y fui a desayunar. Mi hotel es uno de esos hoteles de carretera que salen en las pelis, en los que siempre matan a alguien o el malo entra con una herida de bala que se cura como buenamente puede ayudado por los medicamentos que ha robado de la vitrina de algún médico. En consonancia con el tipo de hotel, el desayuno es escueto: cafés, tes, bagels, bollería francamente horrenda, magdalenas... Busco mantequilla para untar en un cacho de pan y solo encuentro sucedáneos industriales. Paso. Hay dos máquinas para hacer gofres y una dispensadora de la masa líquida para hacerlos. Paso también.

Frente a mí hay dos damas con un escuincle enredador. Las oigo hablar en español y pego la oreja con disimulo. Una le dice a la otra que un fulano le había exigido unos días antes que hablara en inglés. Relata a su interlocutora que había mandado tal solicitud, junto con el solicitante, a freír espárragos; y agrega: "Esta es la tierra de la libertad, pero hay que pelearla". Tal afirmación me conquista de inmediato. Abandono mi posición de oyente accidental y les pregunto si puedo arrimarme para que me cuenten sobre el español en los Estados Unidos. Aceptan y me lo cuentan, pero no se lo voy a transmitir a ustedes por no parecer chismoso.

Tras un rato de trabajo, pregunto en la recepción dónde me puedo abrochar un buen filete. Me explican dónde pero, con cierto desmayo, me preguntan que si voy a ir andando. Cuando digo que sí, se desmayan del todo: ni modo. Voy caminando y me encuentro que está cerrado ya para el almuerzo y que abren para la cena a partir de las 4 de la tarde. Olé. Estos romanos están majaretas.

A falta de filete, me meto a un restaurante mexicano. Me dan unos tacos al carbón razonables y pego la hebra con la mesera. Es de Nayarit, un estado en el que he estado (ejem) un par de veces o tres. Me pregunta si soy español y le digo que sí, pero que pido disculpas por ello. Es mi broma preferida aquende el charco, pero nadie la entiende, quizá por la seriedad con que la digo. Siempre tengo que aclarar que es broma. Durante la comida me pregunta siete veces que si todo está bien, cosa que, la verdad, detesto en los restaurantes. Una vez, vale; pero preguntarlo a cada rato se me antoja invasivo.

Le pido permiso a la chica para someterla a un pequeño interrogatorio y me da su aquiescencia. Le pregunto si sabe qué significan los adjetivos "cerebral", "cardiaco", "hepático", "renal" e "intestinal". Acierta todos menos "hepático" y "renal". Cuando al final de la pruebita le explico qué es cada uno, le pregunto si no oyó hablar de la hepatitis, y me responde que sí, pero que es una enfermedad de los ojos. Esto no es la primera vez que me lo dicen, así que puedo explicarle que no, que con la hepatitis se ponen los ojos amarillos pero que la enfermedad está realmente en el hígado y lo de los ojos es circunstancial.

Por la tarde, discuto. Como es natural, es con gente de España.

Por la noche voy a cenar al restaurante que estaba cerrado. Después del mesero que me toma la orden, se acerca una chica que me habla a toda pastilla y no la entiendo ni papa. Es la gerenta del local y viene a presentármelo. La escucho dizque con atención. Lo lamento porque es su trabajo, pero me parece un coñazo todo lo que me dice. Yo lo que quiero es comerme las costillas que ordené y largarme a seguir en el hotel mi vida micológica habitual. En la escasa media hora que estoy en el restaurante me preguntan tres veces si todo está bien. Creo que ya quedó dicho que detesto esas atenciones, pero me pregunto cómo será tener de amante a estas personas. ¿Preguntarán cada día cinco veces si estás bien en lo sexual, si necesita uno otra mamada?

Todo este relato inane tuvo la única intención de usar ciertas palabras. ¿Adivinan cuáles fueron?

En Houston, el día de san Rosendo (obispo y abad) por la noche.

Mus