31 diciembre 2007

Epílogo parcial

Hoy se cierra un año para el recuerdo a pesar de su aspecto de año primo. [Este chiste glosomatemático es malísimo y 2007 ni siquiera es número primo, pero la asociación llevaba días rondándome la cabeza y decidí soltar el engendro a ver si con su publicitación me deja en paz.] No aburriré a nadie con los detalles de por qué ha sido un año tan importante, pero seguro que tampoco a nadie se le ocurre la triste idea de ponerlo en duda si lo afirmo, así que todos tan felices.

Lo celebraré hoy en San Francisco (Nayarit) con el siguiente ágape que me he preparado yo con mis manos:

  • Ensalada de piña y manzana con crema
  • Ceviche (o seviche o cebiche o sebiche, que es imposible saberlo) de camarón de San Blas
  • Langosta a la parrilla
  • Yaca

Otrosí digo que la langosta de acá es decente, no como la caribeña.

Regaré el condumio con mi chela mexicana preferida, la Nochebuena, y acabaré brindando por el nuevo año con dicha cerveza y comiéndome doce pistachos porque no encontré uvas. Un amigo mío usó garbanzos en cierta ocasión y no le fue mal, así que creo que los pistachos harán buen papel aunque sean californianos, los pobres. Sobra la pregunta, quítensela de su mente curiosa e indagatoria: los he pelado de antemano.

Ya tengo pensados varios propósitos para el nuevo año. Los puertorriqueños los llaman resoluciones, acaso por influencia de los gringos, quienes los llaman [new year] resolutions. Esta noche intentaré ponerlos en orden, porque los propósitos son cosas importantes. Bueno, creo que son importantes, porque al fin y al cabo formularse metas es una actividad muy sana cuando se trata de cosas viables.

A quienes leen estas líneas de vez en cuando, e incluso a quienes no las leen, les deseo para el año que viene muchos éxitos, mucha materia con la que ocupar razonablemente la espesura natural y mucha materia con la que disfrutar del mundo. Si fuman, también les deseo la presencia de ánimo suficiente como para dejarlo; si beben, les deseo que disfruten de su chupe; y si follan a menudo, les deseo que siempre tengan cerca algún envidioso, como su seguro servidor que besa sus pies, porque generar esas envidias es bueno, ¡qué coño!, y para eso está la carne.

En San Pancho, el día de san Silvestre (papa), por la noche.

Mus

28 diciembre 2007

Desparejamientos

Yo sé mucho de desparejamientos: voy desparejado por doquiera, empujado inexplicablemente por el mismo viento que perturbaba el espíritu de la protagonista de Chocolat, esa deliciosa artista del chocolate encarnada por Juliette Binoche que cambió con sus mañas confiteras la existencia, y la convivencia, de algunos de sus vecinos atormentados por sus propios fantasmas educativos. Como suele decirse, a mí me da la ventolera, pero no es de estos desparejamientos, sino de los lingüísticos, de lo que van mis líneas de hoy, y en concreto de los dos que he detectado en México.

El primero concierne a la orientación. Acá, las ciudades suelen organizarse en cuatro puntos cardinales: Norte, Sur, Oriente y Poniente. El hecho de que no sea Norte, Sur, Este y Oeste ya supone un desparejamiento, una cierta alteración de lo que cabría esperar (suponiendo que haya algo que esperar, que no lo tengo del todo claro), pero me refiero ahora a la dualidad Oriente/Poniente. Tengo para mí que las parejas correspondientes en lógica son Oriente/Occidente y Levante/Poniente, así que esa mezcla en la que desaparecen Occidente y Levante me resulta chistosa.

El segundo lo advertí ayer porque, aunque me consta desde apenas llegué a México hace varios años, nunca le había prestado atención desde este punto de vista lingüístico. Me explicaré (aunque no con prisa).

Ayer, el carro que renté, el vochito ya descrito, se quedó sin batería. Parece que los escuincles se meten en los carros y les prenden las luces por hacer broma, y a fe que lo consiguieron. [Nota: Esta es la versión oficial, porque la versión cierta a ciencia plena es que yo me dejé las luces prendidas la tarde anterior, que con mi cabeza aneuronada es lo habitual. Fin de la nota; sálvese a los escuincles locales, que no fueron ellos.] El caso es que me quedé sin batería, como decía, y entré en un restaurantito a pedir ayuda en forma de cables y un vehículo con batería funcional, para hacer el puente pertinente. El muchacho del restaurante hizo la indagación diagnóstica preliminar de quien conoce el problema: “¿El auto es estándar o automático?”. Obvio las mecanicidades de lo que siguió porque no hacen al caso: baste saber que se resolvió mi cuita y cené en Sayulita.

El asunto de marras es eso de estándar/automático. No está claro cuál es la pareja de estándar, pero sí parece más claro que lo contrario de automático es manual. Y... bueno, pues nada más, eso mero: que en México le dicen auto estándar al auto de toda la vida, en el cual las marchas se introducen manualmente. Por cierto que al embrague le dicen /clotch/ (del inglés clutch, que es también como ellos lo suelen escribir).

A ese respecto, y ya que estamos, me destacar cómo las pronunciaciones mexicanas de ciertas palabras inglesas siguen los usos tejanos, donde estas úes se convierten en oes en lugar de las aes supercerradas de otras variantes de pronunciación inglesa. A modo de ejemplo, la palabra lunch, que se usa de común entre el público general acá (como curiosidad, ¡esta palabra lleva en el DRAE desde 1929!), la pronuncian /lonch/.

Menudo rollo. Menos mal que ayer compré cuatro docenas de ostras pacíficas y dos docenas de almejas pata de mula, que hice pasar luego luego al refrigerador para que se pongan fresquitas y agradables, con vistas a zampármelas con mucho conocimiento y respeto en los próximos días.

Y ahorita me voy a dar un masaje, porque he sido güeno, acabo de terminar un trabajo y me merezco los apachurramientos qué caray antes de que el mentado aire transportador me lleve a otro sitio, que será no tardando.

En San Pancho, el día de los Santos Inocentes, al mediodía.

Mus

27 diciembre 2007

Frío inesperado

Maldita sea mi ventura. Salgo huyendo de España en busca del calor tropical y me vengo a un lugar donde hace frío. Todos los días duermo con dos frazadas y una colcha de edredón, y cuando en las mañanas me levanto a trabajar un poquito en la computadora, se me escarchan los pieses y la nariz atempanada me destila el agüita de rigor... de rigor mortis. ¡Esto es trágico! ¡Esto no venía en el folleto!

Ya me temía yo algo así. Si me hubiera largado a Zipolite no me encontraría en esta situación. Allí son más cuidadosos con sus cosas y no permitirían nunca que a la gente se le helara el naso, máxime teniendo en cuenta las considerables proporciones de mi naso, digno de compararse con el que portaban Pinocho, Cyrano y Chusquín, el de mi pueblo, por orden morfométrico creciente. Dicho esto porque como es natural, a mayor tamaño, más sufrimiento. Otro día se hablará de la posibilidad de que a mayor tamaño haya más goce y disfrute, pero hoy no toca. Hoy toca protestar por la temperatura ínfima, por el sol desaparecido. ¿Será el cambio clitórico ese del que hablan? Si es así, juro no volver a poner en marcha mi auto, pero que me den calor, ¡pofavó!

Hoy visité Rincón de Guayabitos y resultó ser mi primer contacto con el turismo de playa mexicano de versión local. Nunca había estado en una playa de turistas locales deadeveras. Siempre estábamos puros extranjeros y algún que otro local, pero en general se trataba de lugares apartados, no destinos así con hostelería desarrollada elegidos por los mexicanos. El contacto ha sido brutal, impactante. Una franja bien grande de arena donde se apelotonaban cienes de gentes junto con vendedores ambulantes pancomerciales (me comí unas huevas de dorado a la plancha), pelícanos y fragatas que se peleaban por los despojos piscícolas de los mencionados vendedores ambulantes, olas, lanchas que arrastraban plátanos con seres humanos montados encima que parecían divertirse, surferos y bodiborderos, más pelícanos, más fragatas... El maremágnum era estupefaciente, a lo que sin duda contribuía la difícil interpretación de los símbolos elegidos por el Gobierno de Nayarit para explicar las normas de convivencia. La mitad de los símbolos, que les muestro, se me antojan indescifrables, así que no causa sorpresa tampoco que nadie les haga el menor caso y en la playa se haga de todo. De todo menos topless, ¡qué lástima!

En San Pancho, el día de san Juan (apóstol y evangelista), por la noche.

Mus

25 diciembre 2007

San Pancho

Estoy en un minipueblo de la costa de Nayarit, un estado mexicano ubicado sobre Jalisco y debajo de Sinaloa.

Notas de viaje:

Llego al aeropuerto de Puerto Vallarta y los taxistas de rigor me asaltan con ofertas de transportación —ofertas que de todos modos son todas la misma, no hay competencia por tratarse de zona federal—. Paso de ellos, no me suelen gustar los taxis de los aeropuertos y los evito siempre que puedo. Cruzo la calle y me encuentro con México: el encargado de un sitio de taxis me pregunta (cómo no) si deseo taxi. Le pregunto cuánto a San Pancho y me dice que 600 pesos. Le rebato que es mucho y me dice que 500 pesos, y que menos es imposible porque ese es el precio marcado en sus tarifas. No sé si se da cuenta o no, pero medio minuto antes me ofrecía llevarme por 100 pesos más que la tarifa establecida...

Paso por un alquiler de autos y me enamoro de un vochito convertido en convertible. Los vochitos (el Volkswagen Sedán que en España conocemos como “escarabajo”) eran omnipresentes en México, pero la fábrica dejó de producirlos hace unos pocos años y pronto no serán más que una reliquia, así que decido conducir un vochito por primera y acaso última vez. Es un trasto indigno que hace todo tipo de ruidos y cuyo freno recuerda al rocamóvil de los Picapiedra, pero tiene su encanto y el motor da un sonido peculiar, amigable.

Mi hotel está en una vialidad llamada Avenida del Tercer Mundo. Por si no era suficiente, está casi esquina con la calle de America Latina. No sé a ustedes, pero a mí eso de darle a alguien como referencia “vivo en Tercer Mundo con América Latina” se me antoja medio chistoso.

Encuentro una vaina de algún árbol de la familia de las leguminosas. Imagínense una vaina de algarrobo pero de como medio metro de largo y se imaginarán el porte del asunto.

Una patrulla de Tránsito me obliga a apartar el auto con la excusa de que me había saltado un semáforo. Naturalmente buscan su lanita, pero me hago el longuis y terminan por dejarme ir sin más, no sin recibir mis felicitaciones navideñas. Me acojoné un poco porque había olvidado meter la copia del contrato de alquiler y pensé que podría haber problemas, pero nada.

Me como un pez estupendo (una sierra) a la brasa. Aquí le dicen “pescado sarandeado”, acaso por querer decir “zarandeado”. El pez, estupendo; el sarandeado, pichí pichá. Es como un axiote medio insulso. Para un mejunje así, mejor me lo habría comido tal cual o al mojo de ajo, pero no me apuro: pienso comer pez todos los días, así que ya tendré chance de mejorar estos detallitos culinarios. Ojo al dato: 60 pesos, que vienen a ser unos 4 euros. ¡¡Un pez de medio kilo largo por 4 euros!!

Como yaka por primera vez, y no sé si la estoy escribiendo bien porque mi única referencia es un cartel cuyas deficiencias generales me abstengo de comentar. La yaka, que yo había confundido con una guanábana cuando la vi colgando de su árbol (¿el yako, el yakero, el árbol de la yaka, el yaki?), está rica cuando me la dan a probar. Sabe algo como la piña, pero sin acidez en absoluto y más frutal, como con más ésteres. El único problema es que las yakas que me ofrecen son inmensas, y a ver cómo me embolso yo un fruto que puede pesar fácilmente 7 kilos. Decido pasar. Una fruta menos por probar.

Como caña de azúcar por primera vez. Ya había tenido cienes de oportunidades, pero nunca me había decidido, quién sabe por qué. La caña de azúcar se chupa hasta sacarle todo el jugo, como el paloduz de mi infancia. Me esperaba un jarabe, pero no llega a tanto, claro. Está rica, me recuerda en cierto modo la leche materna. Otra fruta menos por probar.

Mi conexión a internet es un asco, aunque he de decir que es gratis porque me la dejan usar los del restaurante de al lado del alojamiento. Mientras chateaba con España, la pinche mugrienta conexión (o la puta conexión de los cojones, según la ubicación) desaparece sin dejar rastro. Tendré que seguir mañana con la plática, porque han pasado dos horas y la conexión sigue MIA.

Estoy feliz. No hace tanto calor como yo quisiera, pero estoy contento de volver a estar medio en cueros todo el día.

Publicado en San Francisco, el día la Natividad del Señor, a mediodía; redactado la noche anterior.

Mus

22 diciembre 2007

Manifiestos, escritos


Hoy escribo la entrada número 70, lo cual es una lástima porque debo despedir a la número 69, que me gustaba por motivos equis.

Remedando a la Cenicienta, cuando la campana de la puerta del Sol taña por última vez este año, el que suscribe habrá escrito, según sus prolijos cálculos, alrededor de un millón doscientas treinta mil palabras de este idioma que maltrata, de esta iza lingüística de la que se sirve como padrote para llenar la alcancía. Sin contar, claro está, los centenares de miles de palabras que habrá escrito en incontables mensajes a amigos, colegas y creyentes, a listas de distribución, o con los cuales llenó torpemente de tinta una hoja virginal en artículos como este. Qué tremenda es una hoja vacía, qué cuesta arriba se hace llenarla de sujetos y predicados.

Todo eso para apenas nada, para acabar como la humareda del poeta:
Manifiestos, escritos, comentarios, discursos,
humaredas perdidas, neblinas estampadas.
¡Qué dolor de papeles que ha de barrer el viento,
qué tristeza de tinta que ha de borrar el agua!

[Aparte: Nótese el poderoso asíndeton (DRAE: 1. m. Ret. Figura que consiste en omitir las conjunciones para dar viveza o energía al concepto.) de los dos primeros versos, interminable. El asíndeton es un visitante infrecuente de nuestras lecturas. ¿Busca usted al asíndeton allá donde se halle, apreciado lector o lectriz? Anímese, ¡ponga un asíndeton en su vida!]

Un millón y cuarto de palabras no parecen pocas, pero ¿en qué medida son muchas? Me entretuve en hacer un cálculo de mi productividad con la tecla. Usé los párrafos iniciales del último artículo de Chulima, que tienen 50 palabras, y medí lo que tardaba en leerlos. Resultado: 18 segundos. Eso implica que leer todo lo que habrá escrito este plumífero mercenario en este año moribundo requiere 442 800 segundos, o 123 horas, o 5,125 días. Sin parar un instante, claro está, sin comer ni beber ni otra cosa hacer que impida leer tanta tontería, lo que no incluye ciertas funciones fisiológicas que muchas alegrías nos dan a todos a diario; menos mal.

Puro ejercicio espiritual. Lo cierto es que todo ese montón de palabras en las cuales se desgañitaron mis falanges y gran parte de mis neuronas flojas e indolentes no lo habrá leído casi nadie y habrá pasado mayormente a engrosar los legajos de alguna instancia oscura donde lo importante es tomar un café puntual a las 11 y después asentir por escrito a la petición correspondiente, con tres rúbricas y cuatro sellos. Peor aún, quizá alguien haya leído algo y a golpe de anacoluto haya sido incapaz de enterarse de lo que yo de buena fe quería decir, o me habrá pillado en un renuncio barbarista, una ofuscación ortográfica o una pesadilla sintáctica de tantas como alumbro, y haya arrojado el escrito a su ujier --"¡Archive esto por ahí!"-- como cantaba mi idolatrado Krahe, y al punto se haya ido por su cafelito.

Cosas del mercenariado. Algún día quizá cambie todo, pero por ahora es lo que hay. A pesar de todo, confieso impúdico que debo tener el lenocinio en el alma, porque me gusta lo que hago. Me gusta mucho.

En la ciudad de Puebla de Zaragoza, el día de san Queremón (obispo) y del sorteo del Gordo en España.

Mus

16 diciembre 2007

La antítesis mexicana



Diz el diccionario CLAVE que una antítesis es una "figura retórica consistente en contraponer una frase o una palabra a otra de significación contraria".

Una antítesis mexicana permanente, cooperadora necesaria de ese surrealismo al que muchos extranjeros se atreven a tildar de costumbrismo por la repiteración de sus manifestaciones, es la que tiene que ver con la higiene.

Es difícil pensar en personal más preocupado con la higiene que los mexicanos. Véase nomás lo muy seguido que uno se cruza con personas que portan cubrebocas, lo que quizá sea útil (aunque lo dudo un poco, francamente) para evitar la transmisión comunitaria de infecciones. A continuación uno mira tantas calles llenas de botes de refresco vacíos (los mexicanos son los ases mundiales del refresco) tirados por las calles u observa la impenitente nube que fumiga sin cesar la ciudad de México, y comienza a preguntarse.

Ayer fui a una lavandería, donde por módico precio me lavaron mi ropa con excepción de los calcetines y la ropa interior debido a que, por higiene según los titulares del establecimiento, estas prendas no se aceptan para su lavado. ¿Y si yo no usara ropa interior tendrían problema en lavarme los pantalones? Como no la uso, preferí no preguntar, no tuviera que andarme a otra lavandería. Es difícil de entender esta concepción de la higiene, parece una visión exacerbada y un cierto pudor excesivo. Las lavadoras están, por definición, para purgar las pecaminosas manchas de toda índole y condición que afligen a nuestras humanas ropas. Comprendo que a alguien podría darle asco una zurraspa, pero es que precisamente de eso se trata una lavandería: de limpiar manchas. Este caso se me antojó una especie de fenómeno nimby (not in my back yard), al estilo de los que se producen en las comunidades en las que se pretende instalar un cementerio, una cárcel u otras obras civiles que, aunque todos percibimos como necesarias para la sociedad, preferimos que se endilguen al entorno geográfico de otros. En definitiva, en esta lavandería prefieren no lavar ropa interior o calcetines, por higiene, pero seguramente no tienen problema alguno en lavar playeras con pestilente olor a sobaquina, ni probablemente lo tendrían en limpiar el vestido inseminado de cualquier becaria albidómica con veleidades felacionistas. Mi no comprender del todo, pero tampoco pregunto porque me gustan estas cosas que no comprendo.

En las panaderías mexicanas es costumbre agarrar el pan y los bollos (panes dulces, aquí) con unas pinzas y poner sobre una charola lo que uno va escogiendo. Por higiene, cómo no. Parece un esfuerzo honorable, pero el caso es que es un país donde tirios y troyanos comen por la calle (y yo el primero, yatedigo.com) en establecimientos cuyas condiciones higienicosanitarias harían palidecer al inspector más avezado; donde las carnicerías, recauderías y -erías de todo tipo crían amables moscas sobre mostradores carentes de protección y a menudo con sistemas de refrigeración poco finos, de haberlos. Todo eso para luego poner el esfuerzo en un producto con una actividad de agua prácticamente nula (y por tanto poco susceptible de contaminación), como los panes. Antítesis mexicana, ¿que no?

Bueno, pues todas estas cosas incomprensibles son las que adoro. Tengo mi propia opinión sobre lo que debiera hacerse, pero me evito problemas con el artículo 33 y me la guardo. Memento homo qui a pulvis eris et in pulvere reverteris. Siendo polvo cual soy, una mosca más o menos no ha de amedrentarme. Como mucho, basta con ir acostumbrando las tripas a variantes desconocidas de colibacilos diversos, pero eso es todo. Así que me voy ahorita mismo a un tianguis, a empacharme de tacos y quecas en mi propia antítesis, sin retórica alguna.

En Puebla, el día de santa Adelaida (emperatriz), por la mañana.

Mus

13 diciembre 2007

Regalo una palabra



Hoy transcurría un día rutinario, de esos que empiezan con una vulgaridad pasmosa a las 00:00 h y terminan sin mayor noticia a las... bueno, ustedes ya saben cuando termina el día, ya bastante huachafa fue decir cuándo había comenzado el día de hoy.

El caso es que yo le daba a la tecla, tiquitiqui tacataca, inmerso en mi labor tiquitacatera y platicaba al mismo tiempo por el programa de mensajería, también inmerso en él, con una amiga de allende el océano (en éste no estaba inmerso); y así llegó un punto en que hablábamos de quienes tienen dificultades para enamorarse. ¿Conocen el caso? [En este punto, Mus silba como quien no quiere la cosa.]

Entonces, a las 05:25:42 p.m., saltó la sorpresa, sucedió la magia: ¡inventé una palabra! ¿Cómo llamar a uno que le cuesta enamorarse? Podría decírsele de muchas maneras, pero para la mía, la que yo inventé (ni una sola concordancia en Google, que no es poco con los tiempos que corren), recurrí a la estrategia metafórica en el plano semántico del neologismo y el recurso a la lengua clásica para su plano morfológico. Menudo rollo, joder, pasaré a otro párrafo antes de que me dé por vomitar.

Basta ponerse. Respecto a la semántica, ¿diríamos que una persona a quien le cuesta enamorarse es una persona de corazón duro, de piedra? En caso negativo, querido lector, salga de esta bitácora de inmediato que me está usted jodiendo mi brillante teoría y modelo glosogenerador. En caso afirmativo, querido lector, gracias: puede usted seguir, si lo desea, y asistir a la parte morfológica, con la cual además es más fácil concurrir.

Todo el mundo sabe que cardiaco es un adjetivo que indica pertenencia o relación con el corazón; y puesto que en español tenemos abundantes ejemplos de uso del prefijo petr- para indicar "de piedra", pues ya está todo hecho. Una persona a quien le cueste enamorarse puede ser una persona petricardiaca, palabra que declaro inaugurada y regalo por este medio a mi amiga. Espera, que te lo envuelvo para regalo.
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PETRICARDIACO
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Ya está.

Ahora solo resta averiguar si el adjetivo es aplicable a mí, y decidir si la petricardiología es una disciplina médica, geológica o incluso paleontológica. Yo por el momento voy por mi haloperidol porque, mientras escribía esto, los balines de regaliz que me traje de España han empezado a cuchichear entre sí y a discutir si debían decidir cuál es el siguiente de entre ellos que debía meterme en la boca. Si ya hasta los balines van a tener derecho a tomar estas decisiones, estamos apañaos.

En Puebla, el día de santa Lucía (virgen y mártir), por la noche.

Mus

P. D. Cuando salí de Madrid, Fernando seguía en el depósito de cadáveres y su familia ya había informado de que pasaba de hacerse cargo de él. Está feo juzgar a la gente sin saber todas sus circunstancias, pero tampoco parece que dejar a un familiar en su fría gaveta esté muy estiloso...