21 octubre 2006

A resguardarse, que viene... ¡algo!

Empiezo a temer que mi bitácora se llene de notas sobre cosas raras, pero quería contarles algo que me relataron ayer.

Una ex esposa llama alarmada a su ex esposo: tiene que ir por los niños a la casa, preparar algo de ropa y comida e irse urgentemente a un rancho en medio de la selva. ¡Va a producirse un tsunami! Ella por su parte se va a ir a una ciudad del centro de la península con el grupo religioso que ha previsto tal suceso.

El ex esposo alucina con la petición, pero va por los niños (de todos modos, la otra ¡ya se había marchado y había dejado a los niños solos!). Llegan a casa de él, que está a escasos 80 metros de la playa y allí se quedan. Los niños están aterrados por lo que les ha dicho la madre (experta en infundir confianza, por lo que parece) y le insisten que deben marcharse, que va a suceder la hecatombe. Él los tranquiliza, les dice que así podrán checar cada rato por internet para ver si sucede algo... y mientras tanto, unos cocineros que se han reunido para cenar los invitan a todos a una supercena en la terraza. Los niños terminan de tranquilizarse: no habrá tsunami.

Recuerdo una tensa discusión en la bitácora de Don Pastrami sobre la capacidad de predecir terremotos que un dizque astrólogo aseguraba tener. Esto fue algo parecido.

Flipado, estoy flipado. Pero todo eso no es lo peor. Lo peor es que ahorita, al abrir la bolsa de las tortillas 'Tía Rosa' para las quecas del desayuno, una tortilla me ha dado un susto de muerte al gritarme: "¿Pero usted sabe qué horas son? ¿Le parece bonito venir a abrirnos tan temprano, que aún no estamos preparadas ni nada? Ande, ande, ¡vuelva más tarde y aprenda a respetar!". Joder, qué humos. He tenido que prepararme unos huevos fritos; cualquiera se atreve a abrir la pinche bolsa otra vez.

En la península de Yucatán, el día de san Hilarión (anacoreta), recién amanecido.

Mus

19 octubre 2006

Enfermedades, estulticia y paternalismo

Hará unas semanas que me habló una amiga a quien adoro, con la mala noticia de que un familiar suyo, a quien ella a su vez adora, había dado positivo en la prueba de VIH. El muchacho se hizo la prueba después de haber tenido candidiasis oral de repetición, infecciones respiratorias que no se curaban bien, síndrome constitucional y quién sabe qué otras cosas que se callara por no alarmar a los demás y no alarmarse él mismo. Abreviando: tiene sida.

Alarmado por la dudosa calidad del sistema de seguro social encargado de su atención, me ofrecí a facilitar su acceso a un centro puntero en investigación y tratamiento del sida, cosa que se resolvió con bastante rapidez. La única preocupación parecía ser que su pareja se negaba a ir a recoger los resultados de la prueba que se había hecho al conocer la seropositividad del primero. Aunque este tipo de reacciones resultan comprensibles por humanas, no dejan de ser al mismo tiempo una soberana idiotez, como tantos otros comportamientos humanos. Espero que pasado un tiempo se haga a la idea de la situación y vaya a recoger los resultados.

Por lo demás, todo parecía ir razonablemente bien: el enfermo recibió los envases de un tratamiento antirretroviral algo incómodo pero de reconocida eficacia, y de estrambote unos bactrimes para prevenir la neumocistosis. Resultó que además tenía un sarcoma de Kaposi, lo cual no es raro teniendo en cuenta su muy avanzado estado de infección, pero aun así cabía esperar que pudiera ir resolviéndose todo conforme se inhibiera la reproducción viral.

Sin embargo, a pesar de las repetidas advertencias de que debía tomarse todos los medicamentos exactamente según lo indicado, el comienzo no puede ser más desalentador, ya que me cuentan que no se los está tomando bien. Nada bien. Uno podría pensar que quizá es que no ha comprendido del todo el esquema, al fin y al cabo debe tomar muchas pastillas al día, de nada menos que 5 medicamentos diferentes, y se necesita cierto ajuste mental y hasta espiritual para ello. Pero no, ése quizá no sea el caso.

La desgracia que tiene esta persona es tener un familiar que le ha pedido que aguante otros 2 meses sin tomarse el tratamiento ¡porque le va a aplicar unos imanes! Y claro, según esta curatriz chiquilicuatre no pueden ser ambas terapias, o dizque terapias según la definición de cada cual. Escuchar estas cosas me pone de mal humor, pero cuando además me tocan de cerca (y me han llegado a tocar mucho más de cerca que el caso que aquí refiero) lo único que me pasa es que me pongo de una mala hostia que solo quisiera agarrar al curandero de turno y romperle las piernas.

Esta hipérbole, porque lo de romperle las piernas a nadie es una hipérbole aprovechando que esto es un trópico y se supone que debo hablar de tropos aunque nomás sea de vez en cuando, me lleva siempre a preguntarme si es que la estulticia más arraigada llena el mundo o se trata de que soy un estúpido paternalista incapaz de respetar las decisiones que la gente toma sobre su propia salud, por muy equivocadas que estén (o que yo crea que están). Sea estulticia de él o paternalismo mío, si no se toma el chocho, y tal como le han dicho, lo más probable es que no disfrute de las jacarandas en flor en la primavera del 2007. Y si hay algo bello en el valle de México son las jacarandas, que llenan de púrpura la ciudad y alfombran de flores deliciosas el paso de los viandantes.

En cuanto a mí, me siento triste y un punto gilipollas. A ver qué pasa, porque visto lo visto habrá que adoptar una «actitud expectante», como dicen los matasanos. Lo fascinante del caso es comprobar cómo en el mundo se debate por que todos los miles de personas que padecen sida en África reciban tratamiento y los que tienen la fortuna de disponer del tratamiento se dediquen a dejarlo de lado y ponerse imanes... Debo de estar haciéndome mayor, porque ése es exactamente el mismo argumento que usaba mi madre (y la de todos, creo) cuando no comía: «come porque hay niños que pasan hambre».

En la península de Yucatán, estrenando (literalmente) el día de san Honorio, abad.

Mus

14 octubre 2006

Cómo conseguirse un cónyuge


Hoy está más de moda que nunca la búsqueda a distancia de cónyuge. Esto no tiene nada de nuevo, ya que los matrimoños a distancia y los servicios de contactos son más viejos que la máquina de cuadrar petates, pero resurge con fuerza inmensa gracias a Internet y a algunas páginas trotaconventuales especializadas en la alcahuetería —matchmaking, que lo llaman en inglés, palabra con la que juega el nombre de una de los más celebradas páginas electrónicas del ramo—. Celestina hoy sería la CEO de uno de estos sistemas, con una business initiative dedicada al remiendo de hímenes, preocupada por asegurar valor añadido al servicio.

Aparte de mi reconocida falta de arte para ello, me da una hueva inmensa ligar, motivos acaso por los cuales llevo decenios sin comerme ni los mocos. Pero lo que peor llevo es esto de que me quieran cobrar por mandar recaditos de amor a una moza (en realidad, a varias, que no deben ponerse todos los huevos en el mismo canasto). Imito a mi idolatrada Tirita y me niego. Así que me suscribí a un par de lugares de estos para ver cómo era el asunto, pero al descubrir que había que rascarse el bolsillo por conocer a las damas lo dejé ipso facto y ya hasta olvidé mis contraseñas.

El otro día ocurrió que subió mi vecino a platicar, nos tomamos una cervecita y me contó sus experiencias con estas páginas. Mi vecino, 45 años, separado, con dos hijos realmente buenos chavos, no mal parecido (a mi ver, claro, aunque esto va por gustos), divertido pero no crápula, manitas y buena gente, atraviesa un pequeño desierto sentimental desde que una novia que se echó hace unos meses ha regresado de sus vacaciones acompañada por un echador de cartas centroeuropeo y le ha dicho: «¿Qué crees? Mira lo que pasó...». Cosas que pasan.

Pero volveré a mi relación. El caso es que me contaba mi vecino que la práctica totalidad de las mujeres que publican su perfil en el sistema de contactos al que está suscrito buscan lo mismo: sin ambages, quieren un príncipe azul y lo manifiestan sin empacho, acaso habiendo discurrido aquello de que «por pedir, que no quede». Desde un punto de vista humano es comprensible, pero no sé si funcionará bien. Como no busco príncipes azules ignoro si existen, pero le dejo la pregunta a cualquier lectora que sea tan caritativa como para leer estas líneas, y a ver qué dice. Siempre pueden acudir a la doctísima Sexperta, que lo sabe todo, absolutamente todo, sobre el tema.

Ellas por su parte —me contaba mi vecino— se afanan por presentarse con todo el unto, adorno e hipérbole que consiguen reunir en su ciberpluma. Son cariñosas, trabajadoras, divertidas, les gusta el campo, salir a bailar... Ninguna dice que es una máquina en la cama y le gusta coger como una loca (ni lo contrario, que es una clarisa), a pesar de lo importante que resulta la actitud hacia el sexo para el común de las parejas, incluidas las formadas por un príncipe azul (o una clarisa).

Como es natural, casi todo eso es mentira. Aunque no dudo que muchos de los perfiles tendrán una intención sincera, son un cúmulo de falsedades, medias mentiras y percepciones subjetivas de quienes son jueces y parte de su propia personalidad, y resulta muy curioso que tanta bondad y excelencia se repita una y otra vez. Es imposible encontrar a nadie que declare ser alcohólica, bipolar, celotípica o pésima cocinera. Es normal, claro, nadie muestra sus defectos en un perfil público y nadie anuncia características desafortunadas. Eso que lo descubran después... ¡los príncipes azules!

No puede pedírsele a nadie que exponga características indeseables, porque sería un cilicio publicitario, una autoflagelación pública inaceptable. Pero quizá quienes buscan, tanto hombres como mujeres, se beneficiaran si rebajaran sus expectativas y dieran oportunidades a gentes que ya se sabe que no se ajustan al modelo de príncipe azul/cenicienta al uso. Así se evitarían muchos disgustos, frustraciones y soledades ganadas a golpe de búsqueda de las entelequias. Mucha gente olvida que donde menos se espera, salta la liebre.

Puestos a redactar un perfil, hágase con tino y buena letra, que lo bien escrito bien parece. Les traigo acá una pieza de El casamiento engañoso, novela de Cervantes que viene al pelo. Lean, lean, y luego acudan a leer toda la novela, que tiene apenas diez o doce cuartillas. Es maravillosa y se me antoja actual en su esencia a pesar de haber sido escrita cuatro centurias ha.

«Señor alférez Campuzano, simplicidad sería si yo quisiese venderme a vuesa merced por santa: pecadora he sido, y aun ahora lo soy, pero no de manera que los vecinos me murmuren ni los apartados me noten. Ni de mis padres ni de otro pariente heredé hacienda alguna, y con todo esto vale el menaje de mi casa, bien validos, dos mil y quinientos escudos; y éstos en cosas que, puestas en almoneda, lo que se tardare en ponellas se tardará en convertirse en dineros. Con esta hacienda busco marido a quien entregarme y a quien tener obediencia; a quien, juntamente con la enmienda de mi vida, le entregaré una increíble solicitud de regalarle y servirle; porque no tiene príncipe cocinero más goloso ni que mejor sepa dar el punto a los guisados que le sé dar yo, cuando, mostrando ser casera, me quiero poner a ello. Sé ser mayordomo en casa, moza en la cocina y señora en la sala; en efeto, sé mandar y sé hacer que me obedezcan. No desperdicio nada y allego mucho; mi real no vale menos, sino mucho más cuando se gasta por mi orden. La ropa blanca que tengo, que es mucha y muy buena, no se sacó de tiendas ni lenceros; estos pulgares y los de mis criadas la hilaron; y si pudiera tejerse en casa, se tejiera. Digo estas alabanzas mías porque no acarrean vituperio cuando es forzosa la necesidad de decirlas. Finalmente, quiero decir que yo busco marido que me ampare, me mande y me honre, y no galán que me sirva y me vitupere. Si vuesa merced gustare de aceptar la prenda que se le ofrece, aquí estoy moliente y corriente, sujeta a todo aquello que vuesa merced ordenare, sin andar en venta, que es lo mismo andar en lenguas de casamenteros, y no hay ninguno tan bueno para concertar el todo como las mismas partes.»
El alférez se casa con ella a los cuatro días, solo para descubrir a las pocas semanas que ha sido engañado y la susodicha era un pendón que lo ha llenado de bubas; pero en realidad halla la horma de su zapato en el negocio, porque también él mismo es otro vivales que quiere coger rico unos días, pignorar a buena velocidad la hacienda que le ofrecen y salir luego a comprar tabaco por las próximas tres eternidades. O sea, un par de abusados.

Me pregunto cómo serán realmente muchos/as de quienes buscan pareja en los celestineos puntocom. Ay, si fuéramos más sinceros con nosotros mismos. O si al menos fuéramos menos exigentes, ¡qué caray!

En la península de Yucatán, el día de san Calixto (papa y mártir), una tarde de harto calor.

Mus

10 octubre 2006

La maldad

Hoy he sido testigo de una de esas cosas que dejan elado (así, sin hache, de puro frío) a cualquiera. Al menos a cualquiera que se llame Mus y escriba esta bitácora.

Mi vecino está de albañiles y me invitó a compartir la comida con ellos. Estábamos ponderando la calidad de unos frijoles de la olla que había traído el chalán que ayuda a su maestro albañil , y nos comentaba el mencionado chalán que los había preparado su esposa. Sin saber muy bien a cuento de qué, ha sacado a la conversación el problema de su cuñada, la hermana de la cocinera de los frijoles, una mujer de unos cincuenta años que tiene graves problemas de salud: están en vías de amputarle una pierna (por una gangrena según he podido colegir) y también tiene signos de necrosis en el dedo gordo del otro pie.

Aunque ya me tocó alguna vez en mi natal península oír relatos de pediatras acerca de los amuletos que van cayendo de los pañales y vestidos de los bebés que les llegan a consulta, hoy he escuchado en vivo y en directo lo que creí que no escucharía nunca. Según el cuñado chalán, la etiología del problema de esta señora es que está separada del esposo; más bien, que el esposo se fue con otra. Esto sonaba tan inconexo que le hemos preguntado cómo era eso de que porque la dejara su marido se iba a poner enferma, y nos ha explicado que es por la maldad: ¡la maldad que le ha echado la mujer que está amancebada actualmente con su esposo!

O sea: el mal de ojo. ¡Cágate, lorito! ¿Cómo pueden aún pervivir este tipo de creencias? O, si uno quiere ser autocrítico, ¿cómo puedo ser tan pendejo como para no creer en ellas con lo evidentes que son? La verdad es que ya me quedé tan alucinado que me ahorré el porrito posprandial.

Entre tanto, lo más probable es que la pobre señora lleve años de diabetes sin tratar o alguna enfermedad vascular que nadie ha tenido a bien decirle, y está a punto de quedarse sin piernas y, probablemente, sin vida poco tiempo después. Los problemas que pueda tener un minusválido grave en el primer mundo no se arriman siquiera a los que esperan a esta señora en su pueblito semiselvático, aparte de la evolución de su enfermedad que, si lleva tantos años sin atenderse como para haber llegado a esta situación, es improbable que vaya a detenerse ahora, así, de bóbilis. Peor aún: ya me pregunto yo quién se va a hacer cargo de los gastos médicos, porque se me hace que aunque la operen gratis nadie va a darle material de cura y atención posquirúrgica también gratis. Eso si le queda lana después de las limpias y contramedidas mágicas que esté pidiendo por su parte.

En fin, ¿cómo podría de todos modos pensar siquiera en atención médica si en su entorno (y probablemente ella la primera) están convencidos de que es la maldad que le envía quien ya se fue con su esposo? ¿Cómo podría la medicina convencional oponerse a la maldad?

La maldad, joder, ¡la maldad! Manda huevos, cuánta iniquidad.

Y mientras, yo aquí, escribiendo con una computadora portátil conectada por vía inalámbrica y contándole esto a la Humanidad (excelentemente representada por los cuatro felinos que me leen, algunos de ellos desde un pijama).

En la península de Yucatán, el día de santo Tomás de Villanueva (obispo), por la tarde.

Mus

04 octubre 2006

Una historia de la paella

Andaba Zeus muy ocioso por aquel tiempo y determinó pedirle a Poseidón, a quien tanto amaba, que lo alimentara con los frutos de su reino marino. Abrumado por la dicha, pero tantito asustado por la responsabilidad y el elevado costo de los tales frutos, orillose Poseidón al colmado de Deméter en busca de algo con que mezclar el condumio de modo y manera que la panza de Zeus quedara ahíta y su gula satisfecha. Y Deméter diole a Poseidón un saquito de blancos granos traídos de lejos, muy lejos, allende Mesopotamia, y díjole:

"Toma estos granos, Posito, combínalos con tus bichitos y deleita con ellos al patrón, que ya nos regalará luego. Y mira, añádele estas yerbicas por darle más saborcillo y tino al guiso. Pero, favor por favor, no olvides llamarme este finde, que no tengo plan y estás de rechupete con ese tridente y ese taparrabitos, cariño. Y anda, no seas malito: dedícame el puchero, ponle mi nombre, ¿sí, encanto?"

Y guiñándole diestramente el ojo diestro y recogiendo con picardía el cintillo de su escueta y sensual clámide, Deméter entregole un hatillo de filamentosas hebras y algunas legumbres y ajos de su hortaliza. Regresose a su playa Poseidón, alborozado de dicha y con sonrojo y perturbación indisimulables.

No bien hubo llegado a su lar, dispuso un pedazo de metal cóncavo que poco ha le había mercado a su compadre Hefesto y le pidió a éste que, por el amor de dios, le arreara teocandelilla al metal. Prendió la amorosa llama, y ahí comenzó todo.

Aquí hay una laguna legendaria, porque los vates no se ponen de acuerdo sobre cómo se preparó el asunto. En definitiva, no se cuenta cómo mezcló Poseidón sus propios frutos marinos con los granos y condimentos que Deméter le había dado pero, fuera como fuese, lo que sí sabemos con certeza es que Zeus quedose contentérrimo con el resultado, con esa comida de dioses. Como adivinarán, Deméter consiguió luego su cita y (nos dejaron escrito los cronicones del teoperiodismo rosa) también quedóse contentérrima. "Ay, Posito, mi amor, mi papito, qué ricas comidas haces" --cuentan que exclamó la diosa tras el encuentro, arreboladas las mejillas.

Poseidón, cumplidor y ardiendo de amor, dedicole a Deméter la fórmula pero, como amante discreto, ocultó tal pasión al resto del mundo, y así fue como se lo dedicó simplemente "a ella". Tal decisión tuvo consecuencias históricas y fue el origen y bautismo de la "p'aella", arte culinario en cuya preparación son expertos ciertos pueblos del Levante ibérico, cuyas costas elegía Poseidón para encontrarse furtivamente con Deméter cuando de meter se trataba.

Este fin de semana, en concreto el sábado 7 de octubre, se cumple el escoñésimo aniversario de la creación del platillo, así que para celebrar la efemérides haré una paella mexicana de mi invención e invitaré a cuantas personas se hallen en mi casa, con trasiego pertinente de caldos y discusión mundana acerca de lo finito y lo infinito. Y a ver si me cae algo de sexo, que ya lo va pidiendo la tierra también.

En la península de Yucatán, el día de san Francisco de Asís, por la noche.

Mus

01 octubre 2006

Cocer pulpo


Tengo comprobado que no menos del 95% de la humanidad viviente, y el 100% de la humanidad inerte, ignora cómo cocer el pulpo.

Lo más fascinante del caso es que no saben hacerlo ni siquiera en comunidades costeras en las que abundan pescadores y gente de mar. Los relatos de mucha gente sobre palizas a los pulpos para (supónese) ablandarlos son aterradores, aparte de un punto grimosos y gore.

Señoras, señores, damas y caballeros: al pulpo no hay la menor necesidad de maltratarlo, ni cuando está vivo ni cuando está muerto. Cuando está vivo porque es criaturita con derechos (excepto la de quejarse por su próxima cocción) y cuando está muerto porque es de villanos ensañarse con quien no puede defenderse --a más de porque son ganas de lastimar su delicada carne--.

Para cocerlo como es menester, al pulpo basta con darle tres sustos y luego dejarlo que cueza el tiempo necesario. ¿Qué es eso del susto? --me preguntarán--. Un susto --les responderé-- consiste simplemente en sumergir el animalito durante unos segundos (yo lo dejo durante diez segundos) en agua hirviendo y a continuación sacarlo. Eso es todo.

El método completo de cocción de un pulpo es tan sencillo como apegarse al procedimiento que se describe a continuación:

1. Se compra el pulpo. No los recomiendo de menos de 1 kilo y, en general, cuanto más grande sea, más lustroso se verá al presentarlo (para los ceviches no suele haber problema con pulpos chicos, ya que de todos modos suelen partirse en pedacitos).
2. Si ya viene sin la tinta no hay nada más que hacer en cuanto a preparación, ni siquiera necesita lavarse --aunque no hay nada de malo en ello si se desea--. Si viene con la tinta hay que sacársela, lo cual puede hacerse fácilmente dando la vuelta a la cabeza y cortando los pequeños ligamentos que sujetan todo el paquete visceral.
3. Se pone agua a hervir. Sin sal, sin pimienta, sin aceite, sin nada de nada: pura agua. Ésta deberá cubrir por entero la pieza, así que hay que calcular qué olla usar y cuánta ponerle.
4. Cuando el agua está hirviendo, se le dan los susto: se agarra al pulpo por la cabeza y se lo sumerje en el agua. Se deja ahí 10 segundos y se retira. Se deja que el agua vuelva a hervir y se repite la operación de 10 segundos de inmersión hasta hacerlo tres veces.
5. Luego de la última inmersión se deja que el agua hierva de nuevo y ya se mete al delicioso cefalópodo en el agua hirviendo, y se lo deja ahí a lumbre media durante unos 45 minutos (para un pulpo de alreadedor de 1 kg).
6. Pasado el tiempo, se saca y ya se prepara como a uno le parezca mejor.

El tiempo de cocción puede variar en función de dónde viva uno. Por ejemplo, en la ciudad de México tarda considerablemente más porque el agua no hierve a 100 ºC sino a menos (calculo que a unos 97 o 98 grados). También influye el tamaño del amigo (size matters!). Así que déjenlo siempre 45 minutos y después sáquenlo, córtenle uno de los tentáculos y prueben la textura en las partes más gruesas. Si les gusta así, bien. Si está aún demasiado duro para su gusto, síganle otro ratito, que el tentáculo cercenado les servirá para ir haciendo catas. Hay a quien le gusta el pulpo al dente y a quien le gusta muy blando (a mí así no me gusta: debe estar firme pero comerse sin dificultad, sin apretar las mandíbulas como si lo atacáramos).

Lo de los sustos es para asegurar que las delicadas ventosas y su gelatinita queden siempre adheridas al músculo del tentáculo. Si se mete el pulpo directamente al agua hirviendo y se lo deja ahí, se deshebrará este tejido y quedará feísimo.

Hala, ya no podrán argumentar desconocimiento. Vayan al mercado, mérquense uno de estos sabrosos animalitos, sigan las instrucciones y prepárense un cevichito (o sevichito o sebichito o cebichito, como prefieran escribirlo) o un pulpo a la gallega o... ¡o lo que gusten, que esto no es un recetario!

En la península de Yucatán, el día de santa Teresa del Niño Jesús (virgen), por la mañana.

Mus

Aviones (snif)

He comprado unos boletos de avión para ir a ver a mis amistades desparramadas:

MAD-ORY-MAD, con Easyjet: 89.48 euros.
MAD-LCG-MAD, con Iberia: 79.80 euros.

Hace unos días regresé desde México a mi lugar de residencia en Yucatán y el boleto de un solo trayecto, el más barato y arrastrado que encontrarse pudo, y además saliendo de Toluca (no de México) de donde salen las aerolíneas dizque de "bajo costo" me salió en 1350 pesos, que son unos 100 euros.

En fin... :(

En la península de Yucatán, el día de santa Teresa del Niño Jesús (virgen), por la mañana.

Mus